El arquitecto Francisco Salamone además de diseñar edificios, creó un universo propio en la provincia de Buenos Aires. Entre 1936 y 1940, este visionario dejó una marca indeleble en localidades que, para muchos, eran apenas nombres perdidos en un mapa.
Pero para quienes “cayeron” bajo su hechizo, Salamone no es solo un arquitecto; es una experiencia, y hasta una obsesión que se cuela en cada viaje, cada fotografía, cada plano.
Y así lo describió el entusiasta Diego Cabales de la Revista Devoto en un relato que utiliza una poderosa metáfora: recorrer sus obras es como una droga de la que resulta casi imposible salir.
“Hola, soy yo, hace 4 años que estoy en recuperación de Salamone”, comienza el texto del video, que se transita con imágenes del creador “brutalista”.
El testimonio de este admirador, compartido en redes sociales, no solo emociona por su sinceridad sino por su capacidad de capturar lo que muchos sienten al enfrentarse a estas estructuras imponentes, como una atracción fatal hacia la obra.
“Hola, soy yo, hace 4 años que estoy en recuperación de Salamone…”
Su primer contacto fue casual, el matadero de Epecuen, en medio de la pampa bonaerense. Una simple visita turística que, según sus palabras, terminó atrapándolo en una adicción de la que, según él, no pudo desintoxicarse. “Arrancás por curiosidad, por probar algo diferente, y sin darte cuenta estás hasta las manos”, confiesa, mientras describe cómo pasó de una municipalidad a un cementerio, de Azul a Laprida, siempre buscando esa “dosis” de excesos arquitectónicos.
El impacto de Salamone: monumentalidad y confrontación
Las obras de Salamone no son para mirarlas de reojo. Son gigantescas, imponentes, incluso agresivas. En medio de localidades pequeñas, estas estructuras parecen gritar su presencia, como si la misma arquitectura quisiera sacudir al espectador.
Sus portales en los cementerios, con cruces que rozan el cielo, o sus mataderos, con formas que evocan cuchillas, son un desafío visual que confronta tanto como fascina.
Pero más allá de su monumentalidad, Salamone es un arquitecto de contrastes. Fusionó art decó, futurismo italiano y funcionalismo, creando edificios únicos que parecieran estar fuera de lugar en las llanuras bonaerenses, pero que al mismo tiempo las enriquecen.
Entre sus obras más emblemáticas se destacan la Municipalidad de Carhué, el Cementerio de Azul y el Matadero de Guaminí. Cada una de estas construcciones no solo cumple una función práctica, sino que es también un espectáculo visual, una declaración de estilo.
Y quizás sea esta singularidad lo que genera en sus admiradores una dependencia casi irracional.
El viaje interminable
El relato de este entusiasta de la Revista Devoto muestra cómo Salamone puede apoderarse de quien lo descubre. Tras cada visita, la sensación no es de satisfacción, sino de hambre. “Decís que va a ser el último viaje, pero es mentira”, reconoce.
Incluso al regresar a casa, es difícil resistirse a planear la próxima ruta, a buscar otro portal, otra municipalidad, otro matadero. Es como si la arquitectura de Salamone, con su mezcla de lógica desbordada y exceso, creara una necesidad constante de más.
Intentar desintoxicarse no es sencillo. Otros estilos arquitectónicos, como los de Alejandro Bustillo, no logran llenar el vacío que deja Salamone. “Cada vez que veo una foto, pierdo el control”, admite este adicto a la monumentalidad. Y es que, para él, Salamone no solo diseñó edificios, sino experiencias que se quedan grabadas en lo más profundo del ser.
Un patrimonio para explorar
Hoy, Salamone es más que un arquitecto. Es un fenómeno cultural, una razón para recorrer pueblos olvidados y redescubrir la provincia de Buenos Aires. Sus obras, concebidas para representar modernidad y progreso en los años 30, lograron trascender su tiempo para convertirse en joyas patrimoniales.
Explorar su legado es además de una experiencia arquitectónica, una forma de entender cómo el arte puede transformar el paisaje, las ciudades y hasta las vidas de quienes lo contemplan.
Para quienes se atrevan a emprender este viaje, una advertencia: Salamone no se deja atrás fácilmente. Quizás sea cierto lo que dice su admirador fascinado: que sus obras son como una adicción que provoca dependencia. Pero si algo está claro, es que es una droga a la que no hay que temer entregarse y sumergirse.