“Hay chicos de 15 o 16 años que no pueden pedir una hamburguesa en un local de comida rápida”. La frase impacta y condensa buena parte del diagnóstico que el psicólogo Alexis Alderete trazó en diálogo con Infocielo Play. Lo que describe es una forma silenciosa de aislamiento que se multiplica en las familias: jóvenes que no saben interactuar cara a cara, padres que no se enteran qué les pasa a sus hijos y vínculos filtrados por pantallas.
Alderete lo llama directamente fobia social: “Esta charla que estamos teniendo vos y yo, hay personas que no pueden sostenerla. Les cuesta mirar a los ojos, pedir atención, comunicarse sin el intermediario de un dispositivo”.
La tecnología, dice el psicólogo, no es el enemigo, pero sí una presencia que desordena. “El celular se metió en todos lados, incluso en la cama. Hoy muchas parejas se mandan memes antes de dormir, pero no se miran. Y con los hijos pasa lo mismo: si no hay diálogo, si no hay espacio para hablar, el teléfono llena ese vacío”.
Crianza digital: entre el silencio y la ansiedad
La exposición permanente a estímulos digitales genera efectos emocionales profundos. Ansiedad, frustración, insatisfacción crónica. “Vivimos en un estado de alerta constante. Todo lo que genera placer inmediato –mensajes, notificaciones, scroll infinito– desplaza las metas a largo plazo. Y educar o criar requiere tiempo, frustración, esfuerzo sostenido”, advierte Alderete.
Por eso, sostiene, muchas familias se sienten desbordadas. “Hay padres que no saben en qué peligro está su hijo porque el chico prefiere hablar con un amigo, o directamente no hablar con nadie. Y los límites –si no vienen de casa– los termina poniendo la calle o la red social”.
En ese contexto, se desdibuja el rol de los adultos. “Somos una generación que creció aprendiendo de los padres. Hoy los padres aprenden de los hijos. Pero eso no implica que tengamos que ceder la autoridad. Los hijos necesitan saber que sus padres tienen una función. Ser compañeros no es lo mismo que ser pares”.
Nuevas familias, nuevos desafíos
Más allá de las pantallas, Alderete observa una transformación profunda en los modelos familiares. “Hoy la familia puede ser una sola persona con su perro. La idea de ‘familia tradicional’ está en plena reformulación. Hay más madres o padres que crían solos, parejas que postergan la maternidad o la descartan, vínculos más flexibles”.
Esta redefinición no es solo social, también es emocional. “Muchos adultos deciden no tener hijos como parte de un deseo consciente. Priorizar la salud mental, la estabilidad económica o un proyecto personal. Y no está mal. Lo importante es que sea una decisión pensada, no un mandato”.
En su experiencia clínica, Alderete señala un patrón creciente: “Vemos mujeres que entre los 35 y los 45 años recién se plantean si quieren o no ser madres. Y cuando lo hacen, en general optan por tener un solo hijo y volcar allí todo el cuidado, todos los recursos, todo el afecto”.
El celular como adicción disfrazada
La dependencia a los dispositivos móviles es uno de los temas que más preocupa a Alderete. “Estos aparatitos están diseñados para que vivas pendiente. Te dan estímulos constantes que generan placer, dopamina falsa. Y eso, con el tiempo, sustituye el placer real: el del vínculo, el del encuentro, el del esfuerzo.”
Asegura que no es casual que muchas personas sientan ansiedad apenas se quedan sin señal. “Es la frustración del vacío. Por eso, cuando se proponen cambios, lo primero que aconsejo es lo más básico: hacé la cama, salí a caminar, hablá con un extraño. Y sobre todo, observate. ¿Qué hacés cuando estás solo? ¿Qué sentís cuando no tenés el celular a mano?”.
Alderete trabaja con técnicas como el mindfulness y propone ejercicios de autoconciencia: “Anotá tus pensamientos, tus emociones, tus hábitos. Analizate como si fueras un otro. Y hacé pequeños cambios. No para alcanzar un ideal, sino para recuperar presencia”.
¿Por dónde empezar a cambiar?
No se trata de renunciar a la tecnología ni de negar el presente. Pero sí de equilibrar. “Tomate el tiempo de oler el café sin mirar el celular. Preguntale a tu hijo si está contento con su vida. Apagá las notificaciones. Dedicá quince minutos al día a estar desconectado y conectado con vos”, sugiere.
El cambio, insiste, empieza en lo cotidiano. “Todo lo que sostenés con pequeñas acciones puede transformarte. Si lográs ordenar tu habitación, alimentarte mejor, tener un diálogo genuino, ya estás haciendo mucho. No hace falta cambiar de vida: hace falta estar presente en la que tenés”.
Y concluye con una metáfora que usa con sus pacientes: “La única forma de aprender a nadar es tirarte a la pileta. Y hay gente que ya se está arrimando. La autoindagación es eso: hacerse preguntas, no para tener respuestas, sino para animarse a vivir diferente”.