Este mediodía en Palermo —la jungla sofisticada de cafeterías orgánicas, techos de chapa reciclada y conspiraciones al calor de la modernidad—, algo más que un sillón parecía estar ardiendo en el corazón del streaming oficialista Neura.
Lo que muchos vieron como un simple incendio accidental para otros es un acto de fuego con firma invisible. Un mensaje. Una advertencia.
LOS HECHOS, LAS CONJETURAS
A las 12:30 del mediodía, la alerta llegó desde Cabrera entre Humboldt y Fitz Roy. Un olor a goma quemada, a cables ardiendo y a secretos expuestos se mezcló con el humo que salía de la planta baja del edificio donde Alejandro Fantino fundó su “templo de fe digital”.
Neura, el streaming donde el mismísimo Javier Milei aparece como en casa, más seguido de lo que Romay lo hacía en el viejo Canal 9, se transformaba ahora en un hervidero de llamas.
Cuando los bomberos irrumpieron en escena, no encontraron sólo fuego: encontraron dos hombres, trabajadores de la señal, que escapaban hacia la terraza como personajes de una novela negra, siluetas en fuga entre sombras y cables chamuscados. Decían querer “ponerse a resguardo”, pero ¿de qué? ¿Del incendio o de lo que venía detrás?
UN BARRIO CONVULSIONADO
Los vecinos miraban desde las ventanas. Algunos grababan con sus celulares; otros murmuraban teorías que se abrían paso entre el humo como espíritus.
Se hablaba de una colilla de cigarrillo, claro, ese clásico villano doméstico. Un sillón viejo. Un aire acondicionado defectuoso. La explicación perfecta. Demasiado perfecta.
Los más informados comentaban que ayer, si, justo ayer, al ex conductor de “Animales Sueltos” se le había ocurrido criticar el armado político de Sebastián Pareja y Karina Milei en la Provincia de Buenos Aires, y lo hizo desde esas mismas pantallas, hoy cerca de aparecer chamuscadas.
A las pocas cuadras, un periodista retirado —de esos que ya no escriben pero aún saben todo— comentaba con su café cortado que justo esa mañana se iba a emitir un informe incómodo, una edición de Letra Chica que prometía más de lo que podía soportar el algoritmo. ¿Quién había decidido que ese aire debía “cerrarse”? ¿Por qué el desconcierto en vivo, el corte abrupto, la orden casi susurrada desde atrás de cámara?
“Ok, pausa. ¿Por qué? Pausa. Bueno, este… Me piden acá que hagamos una pausa. La producción. ¿Pausa? ¿Cierro el programa? ¿Qué pasó?“, dijo desconcertado el conductor que estaba al aire, Nicolás Promanzio, y escuchó una respuesta desde atrás de cámara. ”Pausa, cerrá el aire. Sí, sí, sacá, sacá“, terminó y se cortó, informó pronto el porteño diario La Nación.
En la cuenta de X del canal, el comunicado fue tan optimista como impreciso. Hablaron de un “principio de incendio mínimo”, como si la imagen de los bomberos con máscaras y mangueras fuera parte de una puesta teatral. Agradecieron a Dios, al SAME, a los bomberos, a la Policía… pero no dijeron ni una palabra sobre las pérdidas materiales. Ni una imagen del estudio dañado. Ni un plano general de los cables calcinados. Solo sonrisas, hashtags y promesas de volver “en unas horas”.
El edificio sobrevivió. Fantino también. Pero quedó algo flotando en el aire más espeso que el humo: ¿qué secretos ardieron en ese sillón? ¿Qué archivos digitales se hicieron ceniza? ¿Qué transmisión no debía llegar al público?
Porque en esta Argentina Libertaria, donde los canales ya no emiten desde antenas, sino desde ideas, y donde los fuegos no se encienden solos sino con fósforos cargados de intención, hay una máxima que nunca falla: cuando algo se prende fuego sin explicación, alguien está tratando de apagar algo mucho más grande.
Y en Palermo, este viernes al mediodía, alguien le habría pasado la cuenta a Neura.