No es novedad que los poderes fácticos hablen a través de sus empleados. Pero cuando un operador mediático, en tono de “canchereo”, le chasquea los dedos a la Corte Suprema de Justicia para que “se apure” a condenar a Cristina Fernández de Kirchner, ya no estamos ante un simple sesgo informativo, sino ante la confirmación de un régimen de impunidad para unos y lawfare para otros.
Jonatan Viale, el bufón de los intereses más concentrados, no habla por sí mismo: es la voz de una mafia que financia, protege y exige resultados.
La Corte Suprema como empleada del “Poder Real”
Sus palabras —“Laburen, muchachos, vamos, activen“— no son una ocurrencia casual. Son la expresión descarnada de lo que el establishment espera de una Corte que, en los últimos años, ha sido más un apéndice del poder real que un contrapeso republicano.
¿Qué clase de democracia tolera que un periodista, en lugar de informar, le dé órdenes a los jueces más altos del país? ¿Qué independencia judicial puede existir cuando los medios hegemónicos, en sintonía con el lawfare, marcan el ritmo de los fallos?
Viale no es un actor aislado. Es la punta de lanza de un entramado que incluye a Clarín, a jueces funcionales, a fiscales prevaricadores y a operadores políticos que necesitan, desesperadamente, ver a CFK presa y proscripta.
No por justicia, sino por conveniencia: ella representa, aún hoy, la resistencia más firme a un modelo de país diseñado para la entrega y la desigualdad. La prisa de Viale no es jurídica, es política. Y cada vez que la Corte Suprema demora, el poder real se enoja, porque su teatro de persecución pierde credibilidad.
La ‘orden’ de Jonatan Viale en el “Prime Time”
Lo grave no es únicamente la insolencia del mensajero, sino la sumisión de los supuestos guardianes de la Constitución. Lorenzetti, Rosenkratz y Rosatti no pueden ignorar que, cuando un empleado del Grupo Clarín les exige “activar”, está hablando en nombre de quienes financian sus impunidades y sus silencios.
La Corte ya no es un tribunal: es una trinchera donde se disputa, no la ley, sino la supervivencia de un proyecto de poder.
Argentina merece una Justicia que no tiemble ante los chasquidos de los operadores, sino que se yerga frente a los poderosos.
Mientras tanto, el espectáculo bochornoso seguirá: los mismos que aplaudieron el lawfare hoy le ponen fecha al veredicto, y los jueces, en lugar de impartir derecho, reciben instrucciones en prime time. El bufón de Magneto puede reírse, pero la historia no perdona a quienes convierten la toga en un disfraz de la servidumbre.