Hay algo profundamente revelador —y por momentos nauseabundo— en la frase que escribió Daniel “Gordo Dan” Parisini tras conocerse los despidos y levantamientos de programas críticos en Radio con Vos:
“ESTAMOS ECHANDO A TODOS LOS KUKAS DE LOS MEDIOS. FINALMENTE LLEGÓ EL DÍA.”
No hay metáfora. No hay eufemismo. No hay ni siquiera un gesto de pudor. Hay celebración explícita de que periodistas hayan perdido su trabajo por motivos ideológicos.
El hecho de que lo haya dicho en mayúsculas y con entusiasmo no lo exime de responsabilidad, lo agrava. Porque lo dice desde la posición de quien se sabe parte —aunque no lo firme— de una estructura que funciona como brazo digital del poder. Y el poder, en Argentina hoy, tiene nombre y apellido: Javier Milei.
Parisini no es un improvisado. Es un operador sistemático que trabaja para construir sentido —o deformarlo— en redes sociales.
Su retórica se presenta como humorística, pero su efecto es decididamente político. Frente a las críticas, se refugia en el viejo truco de los cobardes: “era una joda”, “ustedes no entienden la ironía”, “no sean literales”. Pero no hay nada más literal que festejar despidos. Y no hay ironía posible cuando la censura es real, concreta y cuantificable.
Historia de bufones que terminan solos
Los tipos como Parisini siempre existieron. Gente que se ríe mientras otros caen. Gente que celebra cuando se cierran redacciones o se silencian voces.
Sucedió durante la década infame, durante el peronismo del ‘55, durante la dictadura del ‘76 y, más cerca, durante el kirchnerismo cuando algún periodista macrista era eyectado de una radio pública.
También le sucedió a quien esto escribe en 2016 ante la enjundia macrista que entre los vahos del triunfo infectaron a medios privados como el Grupo El Día para envalentonarse y decir anticipatoriamente, “ahora los que no nos sirven más… Afuera”.
Pero hay una diferencia sustancial: nunca se había visto un regodeo tan impúdico, un goce tan explícito en la supresión de ideas ajenas.
La historia, sin embargo, no es amable con los bufones del poder. Pueden sentirse impunes mientras el viento les sopla a favor, pero rara vez logran salir caminando.
Los archivos no olvidan. Los nombres, menos. Muchos operadores del pasado hoy caminan por la calle sin poder sostener la mirada de nadie. Algunos se esconden en el exilio. Otros, como bien dijo un usuario en X, sólo podrían vivir tranquilos (o ni siquiera) mudándose a un pueblo remoto en Islandia.
¿Y la libertad de expresión? Para los trolls libertarios, es un meme más. Es una muletilla para aplicar solo cuando se trata de defender al propio. Pero cuando un periodista crítico pierde su trabajo, no hay defensa de principios ni apego institucional: hay fiesta.
Gritan “libertad” mientras aplauden la mordaza. Y lo hacen convencidos de que el precio nunca llegará.
Pero siempre llega.
Porque aunque hoy se regodeen en el poder de clausurar, reprogramar, disciplinar y echar, lo que construyen no es hegemonía: es una fragilidad enorme sostenida por la sobreexcitación digital y el miedo.
Y eso se desmorona rápido. Bastará un giro, una elección, una fisura para que los que hoy se burlan de los caídos tengan que mirar hacia abajo y recordar qué se siente estar ahí.
El verdadero sentido común
No hace falta ser kirchnerista para entender que esto está mal. No hace falta militar en ningún espacio político para advertir que lo que se está haciendo con Radio con Vos es un experimento peligroso: ver cuánto periodismo crítico se puede desalojar sin que estalle nada.
Pero cuando el oficialismo se apoya en tipos como Parisini, cuando los trolls son la voz más nítida de una decisión editorial, el mensaje es claro: no se busca el disenso, se busca el silencio.
El problema no es solo que existan estos personajes. El problema es que hoy están institucionalizados, legitimados, amplificados. Que representan una cultura política que no tolera ni la sátira ni la argumentación cuando viene del otro lado. Que creen que la libertad es propiedad privada. Y que al hablar de libertad de expresión, lo hacen como quien habla de una cosa que se compra, se vende y se cancela según conveniencia.
Pero no. La libertad no se mendiga, no se concede y mucho menos se rifa por aplausos de trolls. Y quienes hoy creen que tienen el poder de apagar voces, deberían recordar que los micrófonos también guardan memoria. Y que algún día —porque siempre llega ese día— se reproducen para contar lo que hicieron los que reían cuando otros lloraban.