La expedición científica argentina que estudia el Talud Continental IV frente a las costas de Mar del Plata sumó en las últimas horas un dato que no estaba en los papers, pero que resuena con fuerza en el imaginario colectivo. El buque del Schmidt Ocean Institute, a bordo del cual investigadoras e investigadores del CONICET descienden al fondo del océano, se llama Falkor como el dragón de la suerte de La historia sin fin. Y el robot que lo acompaña, capaz de sumergirse más de 4.000 metros, fue bautizado SuBastian, en homenaje al protagonista de la novela.
El barco se llama Falkor en homenaje al dragón blanco y alado que guía a Atreyu en La historia sin fin. Según el Schmidt Ocean Institute, ese personaje encarna la esperanza, la guía y la valentía. El robot SuBastian, por su parte, toma su nombre de Bastian, el niño humano que lee un libro mágico y se ve arrastrado a un mundo en peligro. Al igual que el protagonista, este robot se sumerge en lo desconocido, explora mundos ocultos y tiene un rol crucial en el desarrollo de la historia.
La cofundadora del instituto, Wendy Schmidt, confirmó públicamente esa inspiración literaria, y quienes tuvieron la oportunidad de estar a bordo del RV Falkor cuentan que las paredes del barco están decoradas con frases de la novela. Incluso el bote auxiliar que usan los científicos se llama Auryn, como el amuleto que protege a la Emperatriz Infantil. Todo el ecosistema de trabajo está atravesado por el espíritu de ese libro.
El futuro está en el fondo del mar (y en las historias que nos empujan a buscarlo)
La elección de estos nombres no es un guiño simpático. Es una declaración de principios. En un mundo atravesado por el pragmatismo, un proyecto científico que se inspira en la literatura fantástica dice mucho más de lo que parece. La historia sin fin no solo fue una novela popular o una película ochentosa de culto. Fue y sigue siendo una invitación a imaginar. Y sin imaginación, no hay descubrimiento posible.
Mientras el robot SuBastian avanza a través de laderas submarinas nunca antes filmadas frente a las costas de Mar del Plata, los investigadores del CONICET se turnan en jornadas de 12 horas para acompañarlo. Y mientras eso sucede, el chat explota. Las criaturas marinas se convierten en personajes, se comparten dibujos y los científicos explican cada hallazgo en tiempo real, con una claridad que conmueve. La mayoría son docentes y se nota. El streaming —parte habitual de cada expedición del instituto— se transformó esta vez en una verdadera aula oceánica abierta.
El Falkor —siguiendo el espíritu de su nombre— parece flotar entre dos mundos: el del conocimiento riguroso y el de la imaginación. Tiene una eslora de 272 pies y está equipado con tecnología de última generación: sonares para mapear el fondo marino, sensores de temperatura y conductividad, sistemas de recolección de datos ambientales, un centro de procesamiento de alta potencia y una conexión satelital que permite transmitir video en vivo a todo el mundo.
El ROV SuBastian, en tanto, puede descender hasta 4.500 metros de profundidad, con cámaras de alta definición y brazos robóticos que permiten manipular muestras del lecho oceánico sin dañarlas. En palabras de un investigador que participó en la expedición chilena del Falkor en 2016, controlar esos brazos era como usar sus propias manos: “La manipulación se sentía casi como si fueran las tuyas. Al mismo tiempo, los brazos podían aplastar fácilmente una roca”.
“Zarpar en el Falkor fue como subirme a una película de ciencia ficción”, relató el investigador. “Vi corales gigantes, peces de colores brillantes, criaturas diminutas y esponjas de un metro de altura. Sentí que el barco volaba, y recordé esa frase: el mejor compañero para una aventura es un dragón”.
La ciencia también necesita de símbolos. Y en tiempos donde la imaginación pareciera relegada, que una misión científica tenga alma de cuento puede ser mucho más que un detalle: puede ser el puente entre el conocimiento y el deseo de conocer.
Fantasía, ciencia y un mismo motor: la curiosidad
La conexión simbólica entre la ciencia y la fantasía está presente en cada rincón del buque. “Todo el barco, a medida que lo recorrés, tiene frases tomadas del libro”, relató un investigador del CONICET en uno de los streamings recientes. “Es una de esas películas que los que tenemos más de 40 vimos alguna vez de chicos… Bastián, el protagonista, se encierra a leer un libro que lo atrapa, y de alguna forma siente que ingresa en esa historia fantástica, en ese mundo fantástico encuentra que está siendo consumido para lo que le llaman la nada, que es el olvido de una manera. Si los chicos no leen historias fantásticas, no se alimenta ese mundo y empieza a desaparecer.”
Desde el comienzo de la expedición en aguas argentinas, más de un millón de personas ya siguieron las transmisiones en vivo desde el fondo del mar. A bordo del Falkor hay 25 científicas y científicos argentinos que se turnan en jornadas de 12 horas para investigar, documentar y explicar en tiempo real lo que encuentran. Lo que empezó como una transmisión técnica sumó espontáneamente un ingrediente inesperado: la fascinación de miles de niños y niñas que, dibujando calamares gigantes, pulpos protegiendo huevos o extrañas esponjas marinas, comenzaron a compartir su entusiasmo por estudiar biología marina o ciencias naturales.
“Leer el chat y ver mensajes como ‘tengo 7 años y amo la naturaleza, quiero ser biólogo’… eso te llena el corazón y se te estruja a la vez”, dijo Nadia, una de las investigadoras a bordo, durante una emisión nocturna que tuvo más de 42.000 personas conectadas en simultáneo. “Es nuestro granito de arena”, agregó. A su lado, Diego, otro de los científicos, completó: “Gracias, chicos. Elijan la educación, elijan la ciencia. Hace falta”.
La analogía con La historia sin fin no se limita al nombre. En el relato original, la Nada avanza cuando las personas dejan de imaginar, de crear historias, de conectar con la fantasía. En el fondo del mar argentino, donde no llegan la luz ni el sonido, un grupo de científicos argentinos demuestra que imaginar también es investigar, que soñar mundos posibles no es incompatible con el rigor del método, y que a veces, para entender mejor la realidad, hay que haber sido lectores de libros imposibles.
Porque como decía Falkor, el dragón blanco: “Nunca renuncies y la suerte te encontrará”.