Hay equipos que suben por buen juego, otros por escritorio, algunos por errores arbitrales… y después está el Avellino, que parece tener un pacto con el cielo. O mejor dicho, con el Vaticano. Porque si hay algo que se repite desde hace más de medio siglo es que cada vez que muere un Papa (o renuncia), el Avellino asciende de categoría.
EL “LOBO” DE ITALIA Y LOS PAPAS
La historia arranca en 1958, cuando murió Pío XII y los “Lupi” (Lobos), casualmente, celebraron su ascenso a la Serie C. Una coincidencia.
Pero en 1963, tras la muerte de Juan XXIII, el equipo volvió a subir. Ya ahí la situación empezaba a tomar color de mito.
El punto de quiebre fue en 1978, con el legendario doble cónclave del Vaticano: murieron Pablo VI y el recién elegido Juan Pablo I, lo que dio paso a Juan Pablo II. ¿Qué hizo el Avellino ese año? Ascendió a la Serie A, el logro más grande de su historia.
TAMBIÉN EN EL SIGLO XX
Pero no termina ahí. En 2005, cuando falleció Juan Pablo II, el Avellino le ganó al Napoli una final de playoff y volvió a la Serie B.
En 2013, sin necesidad de muerte pero sí de renuncia papal (la de Joseph Ratzinger, Benedicto XVI), los Lobos nuevamente lograron el ascenso.
Y la racha sigue.
Este Sábado de Semana Santa, el Avellino selló su regreso a la Serie B. Al día siguiente, hoy, lunes de Pascuas o “Pascuetta”, falleció el Papa Francisco. Un timing tan preciso que ni el fixture de la FIFA tiene semejante puntería.
En nuestro país, donde se mezcla religión y fútbol como en ningún otro lugar, esta historia no pasa desapercibida. Si algún club de acá tuviera esa conexión divina, ya tendríamos programas especiales rezando el rosario antes de cada partido.
¿Coincidencia? ¿Karma? ¿Un fixture con bendición apostólica? Nadie lo sabe. Lo que sí está claro es que cada vez que se queda vacante el trono de San Pedro, el Avellino se acomoda un escalón más arriba en el fútbol italiano.
Quizás, a los “tifosi”del Avellino, tal vez les convenga seguir más de cerca los partes médicos del Vaticano que la tabla de posiciones.
CON IINFORMACIÓN DE “IL FATTO QUOTIDIANO”