El macrismo, la pandemia, la guerra y una concatenación de errores propios nos han llevado al punto en que el objetivo a alcanzar es que “la gente pare de caer”. Un flashback sin escala a los ’90.
A simple vista hay dos Argentinas, la que llena teatros, restaurantes y aviones, que es claramente la minoritaria pero ruidosa y “mostrable” y la mayoritaria constituida por los eternos excluidos más excluidos que nunca y un nuevo fenómeno social: el asalariado pobre.
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Cómo en un escaparate de retazos se suman los discursos políticos de todo el arco, desde los delirantes violentos outsider de derecha hasta los nostálgicos de izquierda. Para todos los gustos… ¿A quién le hablan? ¿A quién le hablamos? Cada uno en su chiquero, cada vez más aislados.
¿Hay un punto de quiebre en algún lugar de la historia reciente en que la política se disoció de la realidad cotidiana del destinatario por antonomasia de su acción concreta?
¿Cómo retomar el hilo histórico y comenzar a reconstruir un entramado social destruido, como reconciliar a la dirigencia con el pueblo, como rearmarnos?
Las lógicas de construcción están perimidas. Las discusiones que llevamos adelante en los ’90 y principios del 2000 vuelven con una vigencia espantosa. No hemos saldados las cuentas.
Con el agravante que en los ’90 había un sujeto social claro. En medio de la desintegración del tejido social había una suerte de corriente de pensamiento colectivo, con ideas más o menos compartidas sobre el rumbo al que debía dirigirse la acción política. Hoy resulta muy difícil identificar UN sujeto social en el paroxismo de la individualización, el ejemplo más claro se da en los nuevos colectivos donde puede observarse una suerte de identificación que atomiza hasta el punto en que una persona representa intereses individuales que son replicados como banderas.
Se pueden encontrar en este fenómeno múltiples variables de origen, lo que no se puede es ignorar que el discurso político carece de receptores claros. Los emisores parecieran hablarse a sí mismos o, en el mejor de los casos, a un ente concreto que muy lejos está del Pueblo tal y como lo concebimos.
La economía vuelve a ser el tema de conversación cotidiana, siglas que constituyen el léxico del sistema financiero se cuelan en la sobremesa de cualquier familia, el valor del dólar pasa nuevamente a ser la justificación de todas las desgracias y el ministerio de economía adquiere la centralidad de un hospital de campaña.
En ese escenario, construcciones semánticas como: “tranquilizar al mercado, los organismos internacionales de crédito, el Tesoro de Estados Unidos, el déficit y el superávit, la eficiencia, la transparencia en la gestión” pasan a ser mantras aprehendidos y replicados hasta por el cansancio en el sistema mediático naturalizando un discurso que claramente tiene como objetivo la estabilidad de un orden en el que el otrora sujeto social pueblo esté lo suficientemente confundido como para que la resignación a la quita de sus derechos adquiridos sea solo el efecto colateral de la solución de la urgencia. Convencer que es necesario conformarse con no seguir cayendo es la tarea de la política, en el mejor de los casos. Quienes no tienen pruritos ideológicos van más allá y con una frase contundente declaran que los derechos adquiridos son una mentira en la que se ha vivido y solo sirvió para que “se beneficien los corruptos”.
La crisis política que da lugar a la crisis económica que atraviesa nuestro país es multicausal, si, como la inflación, y su origen no se remonta a los últimos 30 meses. Hay que ir más allá en la línea del tiempo y encontrar los debates no saldados de finales de los ’90.
Esa tarea, claro está, no resuelve la urgencia, pero debería constituir la base de organización popular de la que hoy carecemos. La consigna per se tiene la solidez y vigencia de un tuit, es efímera y maleable.
El grueso de la dirigencia, sin distinción de pertenencia partidaria, carece de representatividad real de origen. Como productos de marketing se exhiben según en ascenso conseguido en las filas superestructurales. La mediatización brutal en la era de la liquidez de relaciones e interacciones en todos los ámbitos, la constitución de enunciados a demanda de focus groups convierten el marco ideológico en un cóctel que ya no reconoce ingredientes. La antipolítica viene ganando la batalla, hay que reconocerle a la derecha su eficiencia en este sentido.
En un mundo que cruje donde las verdades y respuestas han quedado obsoletas, con sociedades atomizadas, con la credibilidad como valor escaso, con la palabra devaluada la tarea militante ineludiblemente debiera ser, visualizar las nuevas formas de “sujeto social”, tomar el bastón de mariscal y comenzar la organización desde la base desarrollando creativas maneras de volver a convocar y abriendo realmente la participación. No será sencillo, por supuesto, la inercia nos llevó al pantano en el que estamos.
Pensar que no existe otra alternativa, resignarse a que los tiempos nos son adversos y esperar no es una alternativa para los y las peronistas.
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