En la mañana de este frío martes de agosto, la señal de noticias de La Nación+ mostró uno de los momentos televisivos más vergonzosos de los últimos tiempos. En pantalla no había una ficción, pero el guión parecía escrito por el propio diablo: una madre desesperada reclamando por las terapias de su hijo con autismo, y del otro lado, un conductor impávido, ajeno, más preocupado por no incomodar al poder que por acompañar el dolor de una mujer que claramente representa a miles, y sufría la represión de las Fuerzas de seguridad de Patricia Bullrich.
Esteban Trebucq, se convirtió en ese instante en el símbolo de una tele que ya no informa, que ya no interpela, que simplemente adorna.
Con su habitual tono monocorde, pobre dicción y mirada vacía, intentó desviar la atención cuando la entrevistada denunció que le estaban pegando a su marido a metros de donde hablaba, y que estaban empujando a chicos en silla de ruedas.
El nivel de deshumanización fue tal que eligió seguir con su libreto, repitiendo datos burocráticos sobre pagos a prestadores, en lugar de decir lo obvio: “Paren todo, esto no puede estar pasando”.
EL “PELADO” HACIENDO SU VERDADERO TRABAJO
Trebucq no es ingenuo. Es funcional. Sabe dónde pisa, sabe qué puede decir y qué no si quiere seguir cobrando su sueldo sin sobresaltos. Su estrategia es simple: simular interés, repetir frases de “preocupación” sin comprometerse jamás, y ante una escena brutal de represión, mirar para otro lado.
No lo conmovió una madre contando que por primera vez su hijo se ríe al ir al jardín. No lo perturbó que dijera que Milei, el presidente para el que él claramente trabaja, eligió pagarle a gendarmes para reprimir familias en vez de pagar terapias esenciales. No lo alteró que una madre tenga más miedo de que su hijo se quede sin atención que de recibir ella misma un palazo.
Y cuando esa madre —con una entereza que no se enseña en ninguna facultad de periodismo— se plantó y dijo “no me voy hasta que me den una respuesta”, el periodista en el estudio titubeó, balbuceó excusas, pidió disculpas que no sintió, y volvió a hablar de “la demora en los pagos” como si el problema fuera administrativo y no político, como si no estuvieran desmantelando el Estado delante de sus ojos.
Lo de Trebucq no fue solo cobardía. Fue complicidad. El rol del periodismo es amplificar las voces silenciadas, no taparlas con frases de ocasión. Pero claro, para eso hay que tener coraje, algo que evidentemente Trebucq ya vendió, junto con su nula credibilidad. Lo que se vio en La Nación+ no fue una entrevista, fue una escena de violencia institucional legitimada por un micrófono cobarde.
LAS LAPIDARIAS REACCIONES EN REDES
En Twitter y otras redes sociales miles explotaron de indignación: “No sé qué me da más odio, si la situación que viven esos padres o el pelado hijo de pu*a haciéndose el boludo por los sobres que recibe”, escribió un usuario. Otro apuntó con precisión quirúrgica: “Increíble capacidad del pelado para ignorar las imágenes y seguir como si nada”.
Cuando en la historia argentina repasemos este oscuro período de ajuste brutal, de represión planificada, de abandono del Estado, también habrá que hablar de esos comunicadores que eligieron ser voceros del verdugo antes que defensores del pueblo.
Trebucq, lamentablemente, ya eligió su lugar. Y no fue del lado de los que luchan. Fue del lado de los que callan cuando deberían gritar para embolsar su estipendio.
La televisión no puede seguir siendo un decorado. Y el periodismo no puede seguir siendo una parodia servil. Porque mientras ellos desvían la mirada, hay madres que gritan con el alma para que sus hijos no sean descartados como costos.