En distintos barrios del conurbano bonaerense y la Ciudad de Buenos Aires, los reclamos por la calidad del agua y los cortes del suministro empiezan a multiplicarse. Vecinos de localidades como Pilar, Tigre, Avellaneda, Ituzaingó y zonas del oeste y sur del AMBA denuncian que el agua corriente sale turbia, con olor, y que en determinadas franjas horarias —especialmente por la tarde— directamente se interrumpe el servicio.
En redes sociales abundan los testimonios: baldes con agua amarronada, duchas secas al caer la tarde, o advertencias de no consumir el agua del grifo sin hervirla antes. En algunos barrios, los comerciantes tuvieron que cerrar antes por la imposibilidad de mantener sus actividades con normalidad.
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A simple vista, podría parecer una serie de fallas técnicas aisladas. Pero la situación cobra otra dimensión cuando se la observa en contexto: justo en este momento, el Gobierno nacional anunció oficialmente que AySA será una de las empresas públicas incluidas en el proceso de privatización. La medida forma parte del paquete de reformas impulsado desde Casa Rosada bajo el argumento de “eficiencia y reducción del gasto público”.
Y entonces, como siempre que las coincidencias se acumulan, surge la duda: ¿es casual que el servicio comience a fallar justo cuando se busca privatizarlo?
No sería la primera vez que algo así sucede. Durante los años ’90, muchos servicios públicos comenzaron a mostrar falencias sostenidas poco antes de ser concesionados o vendidos.
El deterioro progresivo alimentaba el discurso privatizador, y la ciudadanía —agotada por los cortes, los desperfectos o la desatención— terminaba aceptando resignadamente (y a veces no tanto) el traspaso a manos privadas como “mal menor”.
Sin Neustadt, pero con redes sociales
Hoy, con AySA en la mira del mercado, algunos usuarios advierten esa misma lógica en marcha: un servicio que se desgasta, una percepción creciente de ineficiencia, y una narrativa oficial que propone como única salida la participación del capital privado. Todo esto, mientras el agua se vuelve más escasa, más turbia y más incierta.
Desde la empresa no se emitieron comunicados que expliquen de manera clara el origen de los problemas actuales. Tampoco aparecen obras programadas que justifiquen los cortes o la baja presión en zonas donde no se reportaban inconvenientes hasta hace apenas algunas semanas.
La pregunta, entonces, queda flotando —como los residuos en algunos tanques domiciliarios—: ¿los problemas con el agua son una falla del sistema… o parte del plan?
Por lo pronto, el grifo sigue abierto. Pero lo que sale de ahí no solo preocupa por su color, sino por lo que podría estar anticipando.