Si hubiese que escribir un libro específico podría llamarse “La Odisea del Chinchulín: Un Viaje por el Asado Argentino”. En el corazón del ritual gastronómico nacional, donde el fuego danza al compás de la brasa y el aroma a carne asada se eleva como una plegaria al cielo, se encuentra una joya culinaria que divide aguas y enciende pasiones: el chinchulín.
Esta achura, que algunos osan relegar al olvido, es defendida por paladares valientes que conocen el secreto de su exquisita textura y sabor.
La controversia nace en las redes, donde un post desata la polémica: hay quienes han abandonado el chinchulín, pero surgen defensores acérrimos de esta noble víscera. Entre ellos, un maestro asador revela su método, una masterclass que desafía convenciones y eleva el chinchulín a la categoría de arte.
EN REDES, EL PASO A PASO DE LA COCCIÓN
El proceso comienza con la selección: chinchulines frescos, algunos con un halo de olor que denota su autenticidad. La preparación es sencilla pero meticulosa: agua fría, sal a gusto, y nada de aditivos que desvirtúen su esencia. El corte es un ritual en sí mismo, se preserva su integridad, evitando la pérdida de jugos y sabores que son el alma de la achura.
El asador, con su sabiduría ancestral, nos guía: “No los trenzo, no les saco la grasa”. La grasa es el estandarte del sabor, y el trenzado, un obstáculo para el dorado perfecto. La brasa es su altar, y el chinchulín, su ofrenda; necesita el doble de carbón que la carne para alcanzar esa textura crocante que hace suspirar al más escéptico.
El pinchar es un acto de precaución, una danza con el peligro donde el asador sortea explosiones inesperadas. Los chinchulines se transforman en la parrilla, se enroscan y se doran bajo la atenta mirada del cocinero, que los rota con paciencia hasta alcanzar la perfección.
El corte final, en “orejitas”, es el preludio del gran final: un dorado que roza lo divino, una crocancia que es música para el paladar. No hay tiempo establecido, solo el instinto y la experiencia dictan el momento justo para el toque final: un chorro de limón que despierta los sabores y sella la obra maestra.
CONCLUSIÓN: NO PUEDE FALTAR EN EL ASADO
El chinchulín es más que una comida; es una experiencia, una tradición, un legado. Y para aquellos que dudan, el asador sentencia con sabiduría: “Vale la pena”. Así, el chinchulín se reafirma como un tesoro de la gastronomía argentina, un desafío a los sentidos y un homenaje a la pasión por el asado. Lo firma #chinchulinfluencer