El flamante embajador de Estados Unidos se llama Peter Lamelas (sic), y dio su primer discurso dejando en claro, sin medias tintas, que no vino a tomar mate ni a bailar tango. Vino a opinar, condicionar y advertir.
Con una soltura impropia del lenguaje diplomático, pronunció una serie de frases que en un país soberano deberían causar estupor, tanto en ámbitos políticos, económicos como judiciales, y que harían recordar a los peores momentos de injerencia estadounidense en la región, “relaciones carnales” incluidas.
¿Quién es Lamelas? Un médico cubano-estadounidense devenido empresario millonario de la salud privada en Florida, sin trayectoria diplomática pero con fuerte respaldo de Donald Trump.
Lo justo y necesario para ser enviado a Buenos Aires con la misión de “reforzar la relación bilateral”. Y reforzarla, según sus propias palabras, parece significar intervenir en la política interna, señalar jueces, opinar sobre figuras políticas y presionar a provincias enteras para que rompan lazos con China.
La lista de interferencias
En menos de diez minutos, Lamelas logró desplegar una agenda que parecería más propia de un virrey del siglo XIX que de un embajador en funciones. A continuación, los puntos más graves y problemáticos de su intervención:
- Intromisión directa en la política interna argentina. Lamelas no se anduvo con vueltas: anunció que recorrerá las 23 provincias argentinas para establecer vínculos directos con sus gobernadores, con el objetivo de “dialogar” y “combatir la corrupción”. ¿Cuál corrupción? Aquella que, según él, podría surgir de los acuerdos con China. Es decir, acusa sin pruebas y pretende condicionar relaciones bilaterales de cada provincia desde la Embajada de EE.UU.
Esta actitud viola el principio de no injerencia en asuntos internos, y sugiere una diplomacia de vigilancia, como si el país necesitara ser fiscalizado por el poder extranjero estadounidense.
- Señalamientos sobre el Poder Judicial. En otro momento del discurso, el embajador Lamelas expresó su intención de apoyar al gobierno de Milei en su búsqueda de justicia por el atentado a la AMIA, pero inmediatamente añadió que Cristina Fernández de Kirchner debía “recibir la justicia que merece”.
Esa frase, lanzada sin filtros, lo involucra en procesos judiciales foráneos, y una potestad que un embajador no tiene —ni debe tener— como es opinar sobre causas en el país de acogida, haciendo campaña punitivista desde el atril de la diplomacia.
- Discriminación ideológica interna. Lamelas no tuvo reparos en apuntar contra el “movimiento kirchnerista”, al que tildó de “más a la izquierda que el peronismo”, y advirtió que debía ser “vigilado”. Otra vez, un diplomático extralimitándose.
Lo que expresó el funcionario no se trata de “una columna de opinión” ni un “editorial partidario”: es el representante oficial de otro país opinando sobre la vida interna de un sistema democrático. Es el equivalente a que un embajador argentino en Washington advirtiera sobre los peligros de los republicanos en EE.UU.
- Apoyo explícito a Javier Milei y su gobierno. En su afán por congraciarse con la administración libertaria, Lamelas aseguró que su misión será “apoyar al gobierno de Milei durante los próximos años, incluyendo las elecciones de medio término y la siguiente etapa”.
- Con esta declaración rompió la supuesta neutralidad diplomática para alinearse sin disimulo con el oficialismo.
Un recuerdo de hace 80 años
Ese gesto reavivó un viejo fantasma de la historia argentina: el del embajador norteamericano Braden, que en 1946 hizo campaña directa contra Perón.
Aquella injerencia fue tan burda que generó el famoso lema “Braden o Perón”, que terminó jugando a favor del General.
Lamelas, con su verba tan poco cuidada, parece dispuesto a revivir aquella vieja lógica de dominación por alineamiento que dio lugar a la “liberación o dependencia”.
Espíritu de “patio trasero”
Todo el discurso transpira la vieja doctrina de que América Latina es el patio trasero de los Estados Unidos, donde sus representantes tienen derecho a opinar, señalar, recomendar y censurar. Su preocupación por el “avance chino”, su propuesta de “vigilar movimientos políticos internos” y su plan de “combatir la corrupción provincial” no son más que versiones actualizadas de esa antigua lógica imperial.
Ya no hace falta un golpe militar o una CIA que ponga o saque presidentes. Alcanza con embajadores que, en nombre de la libertad, se sientan con autoridad para moldear la política y la economía de países soberanos, a los que menosprecian y que piensan que necesitan “tutela”.
El apellido del nuevo embajador no ayuda. En la cotidianidad callejera el verbo “lamer” tiene connotaciones claras: “chupar medias”, rendir pleitesía, adular en exceso. Peter Lamelas, así, carga con un apellido que suena a chiste involuntario o a orden hacia los subordinados gobernantes vernáculos. Vení y…
Y su discurso no hace más que confirmar esa idea: vino a marcarle el camino a un país que, mal que mal, aún debería conservar algo de dignidad soberana.