En una exhibición de contorsionismo semántico digno de un humilde circo del Gran Buenos Aires —pero todavía con más precariedad— el economista José Luis Espert, próximo candidato bonaerense de La Libertad Avanza, regaló una joya del pensamiento mágico: “En marzo no hubo inflación, hubo un salto en el índice de precios”.
Así como se lee fue como sonó en la charla con Majul: La inflación desapareció. Se fue. No existe. “No ta ma”. Fue solo un saltito. Parecido a cuando subís dos escalones de golpe y te tropezás con la realidad.
ESPERT EN SU LABERINTO
Invitado por Luis “el punzante” a su living-oficina de LN+, Espert desplegó su nuevo arsenal retórico con la convicción de quien sabe que su público no se detiene a leer etiquetas, ni siquiera las del supermercado.
“Qué es inflación?” (una entelequia, le faltó decir) , así se lo preguntó él mismo, filosófico, antes de lanzarse con su tesis de que si los precios suben de golpe y por única vez —aunque vengan subiendo desde enero— entonces no se trata de inflación, sino de un simpático “salto del índice de precios”. Y listo, problema resuelto. Como cuando uno tiene fiebre de 40 grados pero decide llamarla “anomalía térmica momentánea”.
Este tipo de argumentos parecen no buscar explicar, sino encubrir. De hecho, podrían tranquilamente haberse dictado en el Ministerio de la Posverdad, si tal cosa existiera, aunque a esta altura, con Milei en el poder, tal vez ya lo estemos financiando con los pocos pesos que quedan.
Porque mientras el Gobierno se ufana de haber “terminado con la inflación”, los números del INDEC lo contradicen con la frialdad de un cachetazo: 2,2% en enero, 2,4% en febrero, 3.7% en marzo. Pero para Espert, no fue inflación. Fue, digamos… un volantazo en el índice. Un sacudón afectivo en los precios. Un tropiezo no inflacionario.
LA CULPA SIEMPRE ES DE OTRO
¿Y la causa? Ah, claro. La culpa fue del pobre “mercado financiero”, que se asustó por las dudas, porque no sabía si el FMI iba a venir con palos o caramelos.
La “leve caída en la demanda de dinero”, dice Espert. Una frase tan distante de la vida real como un gourmet hablando de “textura umami” mientras el resto busca monedas para el arroz.
Porque al mismo tiempo en que él debate si la inflación existe o es una leyenda urbana, la gente siente en ‘carne’ viva que cada día vive un poco peor. Que llenar el changuito es una proeza. Que ya no se trata de llegar a fin de mes, sino de sobrevivir al fin de semana.
El eufemismo de Espert es más que una torpeza: es una estrategia. Cambiarle el nombre al drama cotidiano es una forma de negarlo. Pero por más que le pongas moño a la miseria, sigue oliendo a miseria.
Y aunque intente disfrazarlo con palabras pomposas, la inflación sigue ahí, con o sin salto, metiéndole zancadillas al salario, al empleo y al ánimo de la gente.
Espert no explicó la inflación. La maquilló. Y en el intento, hizo lo que menos gusta a los argentinos: que los traten de boludos.