Javier Milei volvió a hacer lo que mejor le sale: un show. Esta vez, el escenario fue Jerusalén, el decorado incluía el Museo de la Tolerancia, y la escena principal lo tuvo recibiendo el llamado “Premio Nobel Judío”, una especie de trofeo simbólico que —aclaramos desde ya— no es Nobel, ni judío en el sentido institucional del judaísmo, ni tiene mucha tradición fuera de ciertos círculos que manejan relaciones públicas.
El premio se llama oficialmente Genesis Prize y consiste en una escultura de cristal con forma de shofar, ese cuerno que se toca en celebraciones religiosas judías.
En esta ocasión, el cuerno no sonó, pero sí se infló simbólicamente: según la organización, representa “la justicia, la libertad y la renovación”. Un gesto casi poético… si no fuera porque en Argentina esos tres valores están internados y con respirador.
MILEI ¿EN ISRAEL O EN NARNIA?
En medio de una crisis económica feroz, con gente durmiendo en la calle, comedores y hospitales cerrando por falta de insumos, y sueldos y jubilaciones de hambre, Milei viajó a Israel a recibir una distinción por ser “uno de los principales defensores del pueblo judío desde aquel terrible 7 de octubre”.
Lo dijo Stan Polovets, el empresario que preside la fundación que otorga el premio. ¿El mérito concreto? Discursos apasionados, promesas de mudar la embajada a Jerusalén y muchas declaraciones rimbombantes que entusiasman a sectores conservadores de la comunidad internacional. Nada más. Ni menos, si se mira con los lentes del oportunismo diplomático.
El premio viene con un millón de dólares, que Milei anunció que donará para combatir el antisemitismo y el terrorismo en América Latina. Suena bien, claro. Aunque no se explicó exactamente a qué programas, a qué entidades ni con qué controles.
Da la sensación de que el premio no premia hechos, sino intenciones. Y Milei es un experto en prometer mundos mientras el país se desmorona.
AMIGO DE NETANYAHU
Durante su gira, firmó también un “memorando por la democracia y la libertad” con Benjamín Netanyahu, el líder de la derecha israelí, cuestionado por el manejo de su propio país y de la guerra contra Gaza.
Hay algo entre solemne y ridículo en toda la escena: un presidente que se autoproclama anarcocapitalista, que privatiza la historia nacional y desfinancia la educación pública, recibiendo un trofeo de cristal en nombre de la justicia. Como si un premio de utilería pudiera disfrazar la realidad.
Pero Milei no gobierna: actúa. No gestiona: performa. El shofar de cristal no es más que el objeto perfecto para esta etapa de su presidencia: brillante, simbólico, delicado y vacío. Como una copa de lujo en una casa donde ya no queda pan.
La pregunta no es si el premio es merecido. La pregunta es cuánto tiempo más podrá estirar esta gira de premios y abrazos internacionales mientras en el país la paciencia se acorta, el bolsillo se achica y la esperanza se rompe… igual que el cristal si se cae al piso.