“Ojalá LLA arrase en todo el país”. La frase apareció en la cuenta de Twitter de Alejandro Rozitchner como un mensaje breve, efusivo y aparentemente claro. Quiso ser un deseo —intenso, sin matices— de triunfo electoral para La Libertad Avanza, el espacio político que lidera Javier Milei. Pero la elección del verbo “arrasar” cambió por completo el efecto de sentido.
Donde él quiso celebrar una victoria contundente, miles de usuarios leyeron una confesión involuntaria de devastación social, y respondieron con ironía: “Ya lo están haciendo”.
El verbo elegido fue el centro del malentendido, o más bien del entendimiento perfecto desde otro punto de vista. Desde la semántica y la pragmática del lenguaje, el mensaje funcionó como un acto fallido político: lo que pretendía ser una arenga libertaria terminó retratando, para muchos, el efecto real del gobierno que intenta defender.
“Arrasar”, un verbo que no se presta a la ambigüedad
La oración está compuesta por el adverbio “ojalá”, que señala un deseo esperanzado o incluso místico, y el verbo “arrase”, conjugado en presente del subjuntivo, típico de las expresiones desiderativas. Hasta ahí, nada anormal. Pero el peso semántico del verbo arrasar desborda cualquier interpretación inocente.
En un sentido figurado, puede significar “ganar con contundencia”. Pero su uso más frecuente, incluso en el habla cotidiana, remite a devastar, destruir, aniquilar todo a su paso.
Se arrasa un bosque, una ciudad, un país, una cultura. No se “arrasó en las elecciones” sin dejar connotaciones sombrías flotando. En ese exceso simbólico, Rozitchner no solo deseó una victoria, sino una suerte de hegemonía total, sin resto, sin resistencia, sin diversidad política.
Por eso, las respuestas irónicas fueron tan eficaces. Quienes lo leyeron desde la experiencia concreta del ajuste y el desmantelamiento del Estado, interpretaron que ese deseo no estaba proyectado al futuro, sino que ya se estaba cumpliendo en el presente, con consecuencias visibles.
Un deseo emocional disfrazado de discurso político
Desde un análisis psicolingüístico, la frase de Rozitchner responde a un patrón de pensamiento binario muy habitual en sectores del oficialismo libertario: ganar o desaparecer, avanzar o ser frenado por “la casta”.
No hay matices, no hay diálogo, no hay convivencia democrática. El verbo “arrasar” en su frase revela, quizás sin que él lo advierta, una mentalidad de conquista más que de representación.
Y desde el punto de vista sociológico, las respuestas del público funcionaron como una forma de resistencia simbólica. Tomaron el deseo del poder y lo devolvieron con una inversión sarcástica, resignificando la palabra para exponer lo que muchos consideran una realidad: que La Libertad Avanza ya está “arrasando” con derechos, instituciones, educación, salud, discapacidad, programas públicos y la vida cotidiana de millones de personas.
¿Quién es Rozitchner y por qué habla así?
Para quienes no lo conocen, Alejandro Rozitchner es filósofo, escritor y figura pública desde los años noventa. Fue guionista de televisión, autor de libros de autoayuda filosófica como “Pensar con otros” o “Ser dueño de uno mismo”, y un fervoroso creyente en el pensamiento positivo.
Es hijo del célebre pensador marxista León Rozitchner, aunque su trayectoria intelectual tomó el rumbo opuesto: liberalismo emocional, culto al mérito individual y militancia anti-populista.
Durante el gobierno de Mauricio Macri, fue asesor presidencial en temas de comunicación, especialmente en redacción de discursos.
Su estilo discursivo mezcla entusiasmo militante, jerga filosófica light y simplificación ideológica. Con la llegada del gobierno de Javier Milei, se ubicó rápidamente en la franja de defensores públicos del nuevo oficialismo, celebrando cada medida como si fuera un paso histórico hacia el “renacer de la Argentina”.
Cuando el lenguaje revela más de lo que uno quiere
El caso del tuit de Rozitchner muestra cómo el lenguaje puede volverse contra su propio emisor. Quiso expresar fe en un proyecto, pero el verbo elegido cargó la frase de una violencia simbólica que lo dejó expuesto.
Y en un momento político donde las redes sociales son laboratorio y termómetro a la vez, la respuesta del público resignificó su mensaje, revelando la fractura entre quienes enuncian desde la cercanía al poder y quienes padecen sus efectos.
En definitiva, no fue una mala elección de palabras: fue una elección honesta – probablemente subconsciente -, que reveló más de lo que el autor tal vez hubiera querido decir.