El peronismo bonaerense quedó en estado de shock tras la decisión de la Corte Suprema de dejar firme la condena contra Cristina Kirchner, quien —de no mediar un indulto o una revisión de la sentencia— pasará los próximos seis años encerrada y el resto de su vida inhabilitada para competir electoralmente.
El shock no tiene que ver con el fallo en sí mismo, sino con la confirmación de la ruptura de un pacto de convivencia política y con el avance del poder real sobre las instituciones de la democracia, de la manera más flagrante posible. A nadie se le escapa que la condena llega desde una de las causas más flojas de papeles que enfrentaba CFK y en el marco de un proceso plagado de violaciones a las más elementales garantías constitucionales.
Hay un mensaje para decodificar en clave siniestra a ambos lados de la grieta: “Una injusticia hecha al individuo es una amenaza hecha a toda la sociedad”. Y varios mensajes a decodificar dentro del peronismo.
Salir a cortar cabezas
El antropólogo Renato Rosaldo, en su clásico texto La aflicción y la ira de un cazador de cabezas, explicaba cómo ciertas sociedades necesitaban ritualizar la violencia para tramitar las pérdidas y el dolor colectivo. Cuando moría un ser querido, los ilongot filipinos salían a cazar una cabeza ajena como forma de exorcizar la furia —aflicción— que esa muerte les provocaba. No era un acto racional ni justiciero, sino un ritual que ponía orden simbólico en medio del caos emocional. El propio Rosaldo, que atravesaba su duelo personal por la muerte de su esposa, advertía que, sin esos mecanismos, la ira queda a la deriva.
Para no andar cortando cabezas por ahí, sociedades como la nuestra inventaron hace 4.000 años el derecho y la administración de Justicia. La aflicción encuentra así un cauce a través de reglas e instituciones. Es normal que hoy los familiares de las víctimas de un delito —especialmente homicidios o abusos— esperen esa sensación de “reparación” que da una condena judicial.
El problema reaparece cuando el Poder Judicial se convierte en instrumento de facciones y no de derecho —como lo demuestra la condena contra Cristina Kirchner—, y el malestar social (¿el malestar político?) queda sin cauce legítimo. La aflicción se transforma en ira y, sin ritual institucional que la contenga, aparecen linchamientos mediáticos, manifestaciones violentas, piquetes y otras formas de acción directa que no buscan justicia sino una cabeza para calmar el miedo y la frustración de sectores que no aceptan disputar el poder en igualdad de condiciones.
Las primeras reacciones populares post fallo de la Corte Suprema fueron un violento ataque contra las instalaciones de TN, cortes de accesos y autopistas, e incluso se llegó a esbozar en la sede partidaria la opción de impedir que la Selección Argentina llegara al Monumental para disputar el partido contra Colombia por las Eliminatorias. Cristina Kirchner actuó, de alguna forma, como un dique de contención de esas expresiones que —justo es reconocerlo— podrían haberse desbordado.
Ante la ruptura total de la institucionalidad, la dos veces presidenta exagera institucionalidad: se somete a un fallo que considera arbitrario, injusto y político. No llama a la destrucción total del sistema. Hizo algo de catarsis —llamó mamarracho a Javier Milei y fracasado a Mauricio Macri—, nada que escandalice con las reglas de hoy. Con ese ejemplo de templanza y firmeza aplacó, por ahora, la bronca que mastica mucha gente en la calle.
El resto de la dirigencia política tiene la misma responsabilidad sobre sus espaldas: en primer lugar, para contener el desborde; en segundo, para no desbordarse.
Un relojito, para atrás o para adelante
Los análisis políticos que surgieron en las primeras horas posteriores a la sentencia se movieron en dos direcciones opuestas:
a) la Corte puso en marcha la maquinaria peronista a máxima potencia y tronará el escarmiento.
b) la Corte puso en marcha el tic-tac y el peronismo camina a la implosión.
Anteayer, en medio del aturdimiento, un intendente del interior que augura momentos difíciles para el peronismo adelantó a este cronista que “en las próximas 72 horas” se iniciaría “una cacería de brujas” contra Axel Kicillof y quienes lo respaldan dentro del MDF. “Van a salir a buscar traidores como Ishii en 2009”, adivinó.
La hora se adelantó: al mediodía siguiente, la senadora mendocina Anabel Fernández Sagasti culpó al gobernador por la manera en que se precipitó la condena contra Cristina Kirchner. El desdoblamiento de la elección provincial, dijo, fue la clave. Esa diatriba es consistente con el maltrato que recibió las dos veces que asomó por Matheu.
En La Cámpora hay quienes admiten la misma hipótesis, pero no buscan la cabeza de Kicillof. “No creo que haya sido adrede, pero el efecto fue que se debilitó a Cristina en su propia fortaleza”, opinó un intendente al que sus adversarios internos encuadran dentro del camporismo racional. “No nos tenemos que pelear: hay que organizar y organizar”, planteó la misma fuente.
Abstención o toma del poder
En La Plata, los socios muestran más decisión política que el gobernador para avanzar con la construcción propia. Se entiende que Kicillof pueda estar golpeado, incluso emocionalmente, por la posición en que quedó. Pero el calendario electoral no se detiene y hay que definir estrategia. Se suspendieron las acciones territoriales, pero el gabinete está en estado de reunionismo permanente. De alerta y movilización.
Algunos de los socios del MDF trabajan sobre dos posibles escenarios para anticipar los movimientos de su contraparte. El primero: que tomen la vía revolucionaria, con microterrorismo -piquetes, escraches y afines- y abstención electoral. El segundo: que se autodeleguen la representación de Cristina Kirchner y busquen capitanear una unidad en la que el gobernador vaya al pie.
Hasta Guillermo Moreno, que no veía a CFK desde 2015, salió a ponerse a las órdenes de “La Jefa”. Con la Biblia en la mano, dijo que los “varones del peronismo” van a cuidar a la “viuda”. “Va a tener una opinión excluyente (…) a partir de su opinión va a estar terminado el debate porque nadie se va a oponer -no porque le den la razón”, le dijo a INFOBAE.
¿El kicillofismo se sube a alguno de esos trenes? “Deliran. En ninguno de esos escenarios vamos a estar”.
“Tenemos que bancar a Cristina, pero de manera inteligente. El 70 por ciento de la sociedad cree que es ladrona y no podemos salir a confrontar con eso. Hay que explicar, persuadir”, sostuvo un intendente del interior que rechaza de plano la idea de “salir a quemar gomas y cortar rutas para cagarle la vida al que va a laburar”.
Ayer, el intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi, movilizó a su tropa rumbo al nuevo domicilio de Cristina. Lo que parecía un gesto de buena voluntad tenía doble filo. “Lo que quiso demostrar Jorge es que a Cristina no la está bancando nadie. Si lo que se ve en la calle es todo el poder de La Cámpora, están al horno”, plantearon cerca del exministro de Hábitat. Hasta Eduardo Feinmann se burló de los pocos que fueron a apoyarla.
También Sergio Massa se dejó ver en Matheu y acompaña a Cristina desde la certeza de que fue injustamente condenada. Su aporte de ideas a la organización es ir por una renovación total de los cuadros y colocar a gente “de perfil joven” a encabezar las 9 boletas -las 8 de septiembre y la de octubre- bajo un sello denominado “Peronismo”.
“Que el eje de la elección sea Milei o el peronismo”, plantea Massa, validando la idea de que el partido del General Perón se juega en las urnas la posibilidad de seguir existiendo.