La diputada provincial Lucía Klug, referente de Patria Grande y parte de la coalición Fuerza Patria, habló sin rodeos sobre las contradicciones que atraviesan al espacio que comparte con el kirchnerismo, el massismo y otras expresiones del peronismo bonaerense. Lo hizo con dos ejes claros: la ética militante como mandato político y la necesidad de autocrítica frente a la corrupción.
Pero también con una sinceridad que dejó al desnudo los dilemas de una coalición que busca representar a los sectores populares mientras convive con dirigentes asociados al uso personal del poder.
“Nosotros tenemos como bandera la austeridad. Yo dono la mayor parte de mi sueldo, vivo de un pedacito y el resto va a organizaciones o causas que considero importantes. No hacemos bandera de eso, pero es parte de nuestra ética”, explicó Klug en una entrevista. Y remató con una frase punzante:
“Si vos cuando vas a comprar un maple de huevos te duele lo mismo que al de al lado, vas a ser un excelente dirigente. Si no, está por verse.”
La crítica no fue solo hacia afuera. A lo largo de la conversación, Klug admitió que dentro del propio espacio conviven con formas de hacer política —y de vivir— que van en sentido contrario. Mencionó directamente los escándalos que salpicaron a dirigentes de Unión por la Patria, como el caso “Chocolate” Rigau en la Legislatura bonaerense, y trazó una línea:
“Hay que revisar con quiénes estamos trabajando. No se puede tapar todo en nombre de la unidad.”
¿Unidad a cualquier precio?
Las definiciones de Klug funcionan como síntesis de un malestar latente dentro de una parte de Fuerza Patria. La joven diputada no evita los nombres incómodos: habla de Daniel Scioli, de Alberto Fernández, de dirigentes ostentosos que no representan —según ella— el modelo de país que propone Patria Grande. Incluso menciona sin nombrarlo el caso Martín Insaurralde, símbolo de los privilegios desconectados de la vida común, que en 2023 estalló en el centro de la escena política bonaerense con fotos de yates, bolsos y cenas en Marbella.
“Mi organización cree en una vida austera. No podés militar en los barrios y después tener una vida de frivolidades. Te alejás de los problemas reales. No te duele lo mismo. No te duele lo que le duele al pueblo”, planteó al respecto.
Sin embargo, Klug reconoce que no pueden imponerle ese estilo al resto de los aliados. Y ahí aparece la tensión principal: cómo sostener una identidad ética y combativa dentro de un frente donde también conviven sectores acostumbrados al manejo opaco del poder y al privilegio personal.
“Las coaliciones electorales toleran muchas cosas. La discusión para nosotros no es quiénes están, sino quién hegemoniza. Por eso Grabois se presentó en las PASO frente a Massa”, afirmó.
¿Autocrítica real o contención discursiva?
Cuando se le pregunta si el caso “Chocolate” fue discutido internamente, Klug asegura que sí. Que hubo consecuencias políticas, expulsiones y debate dentro del espacio. “Fue un escándalo. Nadie lo niega. Pero no somos todos iguales. No todo el peronismo es corrupción, como quieren instalar. Y tampoco todo se puede barrer debajo de la alfombra”.
Ahí asoma una doble estrategia: por un lado, marcar distancia; por el otro, contener los daños sin romper con la coalición. Es la línea del militante que no se va, pero que tampoco aplaude todo. Y es, también, el lugar incómodo que ocupan hoy muchos dirigentes de Patria Grande: representar una política distinta, desde adentro de una estructura que muchas veces encarna lo contrario.
La pregunta de fondo es si estas tensiones se pueden seguir administrando sin ruptura. Klug responde desde la necesidad de no dejarle el campo libre a Javier Milei. “Si hay que juntarse con alguien que no comparte nuestra ética material para sacar a Milei, lo hacemos. Pero después hay que disputar el rumbo”, dice.