“Yo intento no ser kuka, pero me están empujando.” Con esa frase, una joven en TikTok resumió en pocos segundos lo que a muchos les toma años comprender: que la política, por más que uno intente esquivarla, termina tocándote la puerta.
Y no de forma amable. A veces lo hace con una carta documento, otras con un ticket de supermercado que no podés pagar, y otras, como en este caso, con el despido de un ser querido.
CUANDO TE TOCA, ENTENDÉS
El relato es simple pero profundamente político. Su marido perdió el trabajo en 2018, en pleno gobierno de Mauricio Macri. Luego, tras años de incertidumbre, consigue una changa estable en 2020, con un gobierno peronista que, guste o no, trató de contener el empleo y sostener el mercado interno. En 2025, bajo la gestión libertaria de Javier Milei, lo echan otra vez. El patrón no es invisible, sólo hay que querer verlo.
Ella no se define como “kuka“, ese término despectivo que muchos usan para referirse a los kirchneristas o al campo nacional y popular. Pero la frase “me están empujando” tiene una carga emocional y social que trasciende el chiste.
No es que se volvió fanática ni que le gusten todos los matices del peronismo. Es que, como tantos, empieza a darse cuenta de que las decisiones que se toman en la Casa Rosada no son abstractas ni lejanas. A veces se traducen en una olla vacía, en una tarjeta SUBE sin saldo, en unas zapatillas que no podés comprar para tu hijo.
EL PRECIO DE LA APATÍA
Durante años, parte de la sociedad argentina cultivó una especie de orgullo en la indiferencia política. “Yo no me meto”, “todos roban”, “no me interesa la política”, decían mientras votaban candidatos que prometían “terminar con la casta”, reducir el Estado y dejar que el mercado “haga lo suyo”. Y lo hizo. El mercado hizo lo suyo: concentró, recortó, despidió.
Porque el mercado no tiene corazón, tiene balances.
La joven del video dice algo brillante en su espontaneidad: “A esta altura o me hago peronista o monje tibetana, y la verdad que plata para la túnica no tengo”. Lo que está diciendo es que, frente a la crudeza de un modelo económico que excluye, empobrece y achica, sólo quedan dos caminos: comprometerse o aislarse. Y para la mayoría, aislarse es un lujo.
Hay una frase erróneamente atribuida al dramaturgo alemán Bertolt Brecht, que resuena con fuerza ante situaciones como esta:
“Vinieron por los comunistas, y no dije nada porque no era comunista.
Vinieron por los sindicalistas, y no dije nada porque no era sindicalista.
Vinieron por los judíos, y no dije nada porque no era judío.
Finalmente vinieron por mí, y no quedaba nadie para protestar.”
En Argentina, la historia no se repite de la misma manera, pero rima. El “no me meto” de ayer es el “me están empujando” de hoy.
Cuando la desocupación golpea la puerta de tu casa, cuando el sueldo no alcanza para vivir, cuando el Estado se retira y te deja a la intemperie, entendés —tarde, a veces— que la política no es opcional.
Es probable que esa joven no se afilie nunca a un partido político. Quizás siga criticando a “los K” en algún que otro asado (o polenta con pajaritos). Pero también es probable que, en el próximo voto, ya no lo haga con indiferencia, sino con memoria. Porque cuando la política se vuelve personal, la neutralidad deja de ser posible.