El 27 de mayo de 2002, en la Catedral de San Marón (cristiano libanés), tuvo lugar un evento y una foto que bien podría haber sido ideada por un guionista alucinando con exceso de cafeína: el bautismo de los gemelos Giorgio y Donatto Cipolatti, hijos del excéntrico músico Pipo Cipolatti y la enigmática Flavia Ortiz.
Lo que transformó esta ceremonia en un episodio histórico no fue solo la peculiar pareja ni la solemnidad del templo católico libanés en pleno Retiro porteño, sino el conjunto irrepetible de personajes que se reunió alrededor de la pila bautismal.
LA DESCRIPCIÓN DE LA FOTO
En esa instantánea única, captada por un fotógrafo anónimo que probablemente no podía creer lo que veía, estaban: Pipo Cipolatti, medio confundido con un bebé en brazos; Flavia Ortiz sosteniendo al otro gemelo mientras, por algún motivo, se tapaba la nariz; Fabiana Cantilo con una vela encendida en una mano; Gerardo Sofovich, sosteniendo otra vela y mirando fijamente al vacío como un rabino accidental en un templo que no le era familiar; Paulina Karadagián, hija del icónico creador de Titanes en el Ring, sonriendo nerviosa; y, como broche de oro, Charly García, aparentemente en medio de una crisis con sus lentes oscuros, mientras intentaba guardarlos en el bolsillo de su saco.
¿Qué podía explicar semejante reunión? Era una especie de collage humano salido de un sueño bizarro: la farándula, el rock, la televisión y las leyendas argentinas de diversas épocas, todo envuelto en un ambiente solemne pero con un toque de desquicio digno de su época.
Hoy, 22 años después, las inteligencias artificiales avanzan a pasos agigantados en su capacidad de recrear imágenes, rostros y escenarios.
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Pero ninguna, ni la más sofisticada de las herramientas actuales, puede emular la esencia de esa fotografía. ¿Por qué? Porque no se trata solo de los elementos visuales. Esa foto es una cápsula del tiempo que engloba las contradicciones, absurdos y genialidades de la cultura argentina de principios de los 2000.
NO HABRÁ NINGUNA “IA”, NO HABRÁ NINGUNA…
¿Cómo podría una inteligencia artificial entender la lógica detrás de Charly García como padrino de un bautismo? ¿O la razón por la que Gerardo Sofovich, figura paterna de la televisión, sostenía una vela en un templo maronita?
Ni hablar de Fabiana Cantilo, ícono del rock nacional, participando en una ceremonia que parece más una obra surrealista que un acto religioso.
Intentar recrear esa imagen con tecnología sería un esfuerzo condenado al fracaso. Las expresiones de los protagonistas —mezcla de desconcierto, hastío y curiosidad—, el simbolismo de las velas encendidas en manos de personas que no combinaban con la solemnidad del momento, y la arquitectura tubular y ocre de la catedral maronita, son elementos que solo la realidad podría unir con semejante desparpajo.
Esa foto no es solo una imagen: es una síntesis de un país donde lo sublime y lo ridículo suelen darse la mano. Es la celebración de un caos que ni la más creativa inteligencia artificial podría soñar. Porque en ese caos hay humanidad, contradicción, y un toque de magia que solo puede nacer del encuentro fortuito de genios, excentricidades y destinos cruzados.
La próxima vez que alguien diga que una IA puede hacerlo todo, solo muéstrenle esta foto. Y, si se animan, pidan que la recree. El resultado será, inevitablemente, pobre, triste y muy, muy lejos de la gloriosa locura que fue esa escena real e inigualable.
