"La gente rica no va presa": La verdad incómoda de un grito xenófobo en Palermo
Tras una acción de repudio en Palermo, un racista lanzó una verdad incómoda entre agravios: "La gente rica no va presa". ¿Qué tan cierta es esta afirmación?
Este fin de semana, se viralizó un episodio cargado de tensión social. Un grupo de militantes de la agrupación llamada "Judíes x Palestina" realizó una acción de desagravio frente al Bar "Blanca", en el barrio porteño de Las Cañitas, luego de que dos jóvenes fueran hostigados días antes por lucir una bandera de Palestina. Y una molesta verdad quedó flotando en el aire.
La situación se tornó aún más conflictiva cuando un supuesto 'vecino' irrumpió a los gritos, exigiendo que los manifestantes se retiraran de “su barrio” mientras profería insultos repletos de xenofobia y clasismo.
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Sin embargo, en medio de su exabrupto, el individuo lanzó una frase que caló profundo entre quienes lo veían azorados (por su nivel de violencia clasista), y también golpeó con fuerza en redes sociales:
“La gente rica no va presa”.
Contexto del conflicto
El incidente original ocurrió días atrás, cuando dos jóvenes, uno de ellos de ascendencia palestina, fueron agredidos verbalmente por portar símbolos de Palestina mientras tomaban un café en el mencionado bar.
La gerencia del lugar, lejos de intervenir, publicó en redes que la bandera palestina era "antisemita", exacerbando la controversia.
En respuesta, el grupo 'Judíes x Palestina' organizó una manifestación pacífica para repudiar la discriminación. Sin embargo, al retirarse del lugar, fueron confrontados por el mencionado (y por ahora anónimo) 'vecino', quien, protegido por la presencia policial, vociferó frases cargadas de odio, racismo y clasismo.
Entre sus agresiones verbales destacó: “Soy rico y ustedes unos negros de mierda. La gente rica no va presa”.
La frase, aunque lanzada en un contexto de furia e impunidad, contiene una verdad incómoda y difícil de ignorar.
¿Es verdad que la gente rica no va presa?
La afirmación de este individuo, además de ser una mera bravuconada, evidencia una realidad profundamente arraigada en las estructuras sociales y judiciales de nuestro país (y del mundo).
Numerosos casos en la historia reciente siguen demostrando cómo el poder económico y político puede torcer el brazo de la justicia. Desde empresarios vinculados a la corrupción que eluden condenas, hasta figuras políticas que encuentran resquicios legales para evadir la cárcel, los ejemplos abundan.
En Argentina, la lista es extensa: desde delitos de cuello blanco, hasta la "inocua" fuga de personajes como 'Pepín' Rodriguez Simón. También figuran casos como el del propio ex presidente Mauricio Macri en la causa Correos, y otras de mucha más antigua data, y ejemplos de magnates que, tras cometer delitos ambientales o laborales, logran evitar la prisión mediante acuerdos extrajudiciales.
Sirve recordar que el juez que sobreseyó a Juliana Awada en la causa de talleres clandestinos con mano de obra esclava, fue Guillermo Montenegro, incorporado al poco tiempo a la política del PRO por el mismísimo Macri, y hoy intendente del partido bonaerense de General Pueyrredón.
En contraste, miles de personas en situación de pobreza permanecen en prisión preventiva por delitos menores, muchas veces sin juicio.
El poder económico como escudo
El sistema judicial argentino (y global) está diseñado, en muchas ocasiones, para beneficiar a quienes poseen recursos para contratar abogados de renombre, acceder a peritajes independientes o influir en los tiempos procesales.
La célebre frase “el que puede, paga y sale” refleja esta desigualdad, convertida en norma. El fenómeno, por supuesto, no es exclusivo de Argentina; en países como Estados Unidos, el uso del dinero para obtener fianzas desproporcionadas o acuerdos con la fiscalía es moneda corriente.
O. J. Simpson es solo el ejemplo más famoso, pero en el país modelo de Javier Milei, es cotidiano, y hasta está institucionalizado. Nadie lo cuestiona seriamente.
Desde la literatura, esta disparidad ya fue explorada por autores como Eduardo Galeano, quien en "Las venas abiertas de América Latina" denunciaba la impunidad de las élites frente a las injusticias sufridas por los sectores populares.
En el plano jurídico, filósofos como Luigi Ferrajoli señalaron que la justicia penal en sistemas desiguales actúa con más severidad hacia los débiles y con lenidad hacia los poderosos.
El espejo incómodo de una frase brutal
Lo paradójico es que la frase del vecino racista de Las Cañitas, repudiable por su contexto y tono, desnuda una verdad que muchos prefieren ignorar.
La impunidad de las clases privilegiadas no es solo un problema judicial, sino un espejo de una sociedad donde el poder económico compra derechos y privilegios.
El episodio dejó al descubierto, además, cómo ciertos sectores se sienten dueños de espacios físicos y simbólicos, como si sus recursos económicos les otorgaran una autoridad moral o territorial.
La violencia de clase, en este caso, se combina con el racismo y la xenofobia, configurando un cóctel que merece ser analizado y enfrentado, porque marca indudablemente un "clima de época" que desciende desde el mismísimo poder político, y habilita como 'normales' estas expresiones violentas, naturalizando y vigorizando a aquellos que, poco tiempo atrás, hubieran sido repudiados unánimemente por inaceptables.
La frase “La gente rica no va presa” se viralizó no solo por su crudeza, sino porque genera ecos de una 'verdad dolorosa', pero verdad al fin.
Más allá del contexto repudiable en el que fue enunciada, invita a reflexionar sobre la inequidad estructural que persiste en la justicia y en la sociedad.
El desafío, como siempre, debería ser no solo señalar esta desigualdad, sino también exigir reformas que aseguren que la justicia sea ciega, no selectiva, y que en un futuro, ni la riqueza ni el poder sean sinónimo de impunidad. ¿Algún optimista en la sala?
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