¿Cómo se cuenta una guerra? ¿Cómo se explica que mueren personas, que abandonan sus casas, sus vidas, para estar a salvo? José María Escobar puede contarlo porque escapó del oblast de Dnipropetrovsk, popularmente conocido como Dnipro, gracias a la Embajada Argentina en Ucrania. Hace un mes que el país sufre la invasión rusa y 127 ciudadanos de nuestro país fueron asistidos para abandonar la zona, según los últimos datos de Cancillería.
El saldo es trágico: más de 3,5 millones de ucranios cruzaron la frontera de su país para estar a salvo y cerca de 10 millones han abandonado sus casas. A la fecha del 23 de marzo, han muerto 977 civiles, según informa el Alto Comisionado por los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
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“Nosotros veíamos una escalada”, explica por teléfono José desde Republica Checa. El 24 de febrero a las cinco y media de la mañana escuchó un ruido muy fuerte. Estaba en la cama. “Levántate porque parece que empezó”, le dijo a su esposa. Salió a la calle, estaba todo nevado y el cielo oscuro. Sintió olor a quemado y a sal: “Temblaba la tierra. La gente ponía en marcha los autos para escaparse pero no sabía para dónde ir”. Rusia había comenzado a atacar objetivos militares. Era el inicio de la guerra y el comienzo de lo que todavía es una tragedia humanitaria global. “Nosotros nos dimos cuenta porque estábamos a cuatro kilómetros del aeropuerto de Dinipro, que era uno de los objetivos militares”, explica.
“Cuando terminó esa locura salió el sol y me asombró el silencio, un silencio de muerte. No cantaban los pájaros, ni los perros ladraban”. La incertidumbre se apoderó de todo. Cada dos horas sonaban las alarmas por los ataques aéreos.
Esconderse para sobrevivir
Cuando suenan las alarmas las personas tiene que buscar refugio. José explica que muchos edificios de la etapa soviética está preparados para esconder a las personas: “Después del sótano viene el refugio. Inclusive tienen una entrada por fuera y otro entrada interna desde el edificio”. En las casas que están alejadas del centro también hay refugios, donde se guardan alimentos. “Está construidos con cemento armado, a cuatro metros de profundidad. Igual, todo el mundo sabe que no toleran los nuevos explosivos”, dice.
Los bombardeos rusos sobre territorio ucraniano se hicieron cada vez más comunes. En un principio atacaban objetivos militares pero luego las bombas comenzaron a caer en edificios civiles. Las imágenes de Kiev o Mariupol bombardeadas no exigen más pruebas.
José cuenta que “la primera vez que estuvimos en el refugio no hablamos, no hay palabras. Los vecinos de al lado tienen dos nenes chiquitos, de nueve y cuatro años. Ellos vinieron a nuestro refugio. Todos lloramos. Es muy triste para un ser humano esconderse debajo de la tierra como si fuera un topo para tratar de sobrevivir, es algo que no lo entendés. No hay de qué hablar. Miras para arriba y esperas que termine pronto. Tratas de que no te caiga la tierra en los ojos”.
La guerra imposible
El 25 de febrero, cuando recién comenzaba la guerra, Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania, decretó la ley marcial y prohibió a los hombres de entre 18 y 60 años salir del país. Además, estableció que debían ser reclutados. El éxodo había comenzado el día anterior y la frontera con Polonia comenzaba a ser un punto crítico de paso para los refugiados con destino a la Unión Europea.
El reclutamiento obligatorio generó una crisis. Muchas personas no querían pelear. “Tengo varios vecinos que no querían ir a la guerra y que estaban en su casa tranquilos porque decían que era una guerra inútil porque no le vamos a ganar a los rusos”, cuenta José. Además, agrega: “Tengo un amigo que es profesor de historia, egresado de la Universidad de Dinipro, que me decía “¿sabes cuál es el problema mío? Yo no quiero matar, no voy a ir a la guerra, no quiero matar””.
La situación es muy delicada para las personas que no quieren pelear: “Andan bandas armadas por la ciudad, no el ejercito, te piden la documentación, te cargan en un camión y después te dejan hablar con tu familia para decirles que ya estás reclutado”.
La OTAN sabe que la victoria de Ucrania es casi imposible. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, dijo que “la guerra y la crisis durarán”. Una semana atrás aprovechó la cumbre realizada en Versalles para mostrar el poderío francés. Su objetivo es ocupar el liderazgo europeo, un lugar vacío desde la salida de Ángela Merkel. Europa y Estados Unidos han impulsado una serie de sanciones para desalentar a Vladimir Putin. Mientras mueren cada día ucranianos y rusos.
La salida
La salida de José María Escobar y de su pareja se produjo gracias a la Embajada Argentina. Tardó tres días en tomar un tren de Dinipro a Leópolis, una ciudad que está a 70 kilómetros de Polonia. En la estación de Dinipro se formó una fila de tres metros de ancho por 600 de largo para llegar a los andenes del tren. “La mayoría eran mujeres con niños”, recuerda José y agrega que en un comienzo la salida era un descontrol y que las personas intentaban entrar en la estación por cualquier parte. El día que abandonó su ciudad había tres trenes. Llegó a tomar el último. Todo estaba mal organizado, a los costados de la fila había militares ucranianos con rifles custodiando el orden. Al que se intentaba colar le apuntaban con el arma para que hiciera la fila.
Ese día, cuando salió de su casa, escuchó disparos. Para él eran de tanques. “Uno va conociendo los ruidos”, dice. “En la fila, cuando se escuchaban, la gente se apretujaba. Una sensación de incertidumbre y de angustia”. Los dos días que no pudo abordar el tren tuvo que volverse a su casa. Estar solo es peligroso. José reflexiona: “Me di cuenta que había una política explícita para que la gente no pueda salir. La ciudad tiene un millón de habitantes. Si pones tres trenes no alcanza. Los primeros días había un tren por día”.
Este último tren le permitió llegar a Leópolis. Allí lo esperaba alguien contactado por la Embajada Argentina que lo llevó a la frontera polaca. Tuvo que pasar seis controles: tres ucranianos y tres polacos. Un límite que es la salvación. En la frontera se veían carritos de bebés abandonados, larga filas de coches, colectivos y gente a pie intentado pasar. Las personas sin salvoconducto especial pueden demorar hasta tres días en cruzar.
Para José “el pueblo ucraniano es un pueblo valiente”.”Si en tu barrio se te mete un tanque, una piedra le vas a tirar como hicieron los pibes palestinos”. Él no es partidario de la guerra: “El presidente de Ucrania debería decirle a la gente “hicimos lo posible, no lo pudimos parar”. Este tipo los incentiva, les dice vamos a resistir ¿Qué pretende? ¿Qué maten a un montón de personas?”. Zelenski otorgó armas a los civiles para resistir. Las personas se organizan como pueden pero las muertes aumentan día a día.
“No es un problema entre los rusos y los ucranianos, es un problema de la OTAN”, marca. Todo es discurso, la guerra también. Varios presidentes occidentales han dicho que la guerra es de Putin, dejando fuera el concepto Rusia. “La guerra de Putin lo va a hacer todo más duro y más difícil”, dijo días atrás el presidente español Pedro Sánchez.
Desde que comenzó la guerra ha aumentado el combustible y los servicios energéticos. El aumento de combustible y la prohibición de exportación de cereales ucraniana han provocado tensiones y falta de suministros. En España, en algunos lugares, falta la leche y el aceite. Estados Unidos asoma como principal socio energético de la Unión Europea, un lugar que antes ocupaba Rusia. Para José es necesaria mayor presencia internacional para detener la guerra. Cree que no sólo hay que parar a Putin sino también a Zelenski porque puede afectar a todos. Dice que la Unión Europea no se da cuenta porque tiene la “panza llena” pero el conflicto “está afectado a todos”.
José cree que el paso del tiempo complica la situación: “El odio es como la amistad, se va cultivando, se va profundizando. También se puede incentivar. ¿Cómo le decís a un papá o a una mamá que perdió lo más importante, que son sus hijos, que la guerra es así? No te van a entender nunca. El odio no va a terminar en una generación, por eso a la guerra hay que terminarla ahora. Cada segundo que pasa hay más odio y es muy difícil pararlo”.
En su libro “Ébano”, el periodista polaco Ryszard Kapuciski escribe: “En esto consiste lo atractivo de la agitación étnica, en lo fácil y accesible que resulta: el diferente salta a la vista, todo el mundo puede verlo y grabar su semblante en la memoria. No hace falta leer libros, reflexionar ni discutir: basta con mirar”. Tal vez, para superar esto, necesitemos una mirada más profunda, que nos haga en un futuro ser mejores. O simplemente mirar a los niños:
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