Desde 1990 circula una leyenda urbana que reza que ningún parque de diversiones logrará sobrevivir más de 30 años. Fue desde el cierre del mítico Ital Park ese año. El Parque de la Costa, que abrió sus puertas en abril de 1997, está a punto de alcanzar esa marca: en abril de 2025 cumplirá 28 años.
Sin embargo, lo hará con un historial financiero que dista mucho de ser alegre: la rentabilidad, desde sus comienzos, fue más una ilusión que una realidad.
Una promesa de alto vuelo con aterrizaje forzoso
El proyecto del Parque de la Costa fue ambicioso desde su concepción. Se invirtieron más de 400 millones de dólares para crear un complejo de entretenimiento de primer nivel, con montañas rusas, juegos mecánicos, personajes propios como Cara de Barro o Braulio, e incluso un tren—el Tren de la Costa—que llevaba a los visitantes directamente a su entrada.
A pesar del despliegue, los números nunca acompañaron. En sus mejores momentos, el parque apenas logró atraer la mitad de los tres millones de visitantes anuales que proyectaba. Su crisis llegó tan temprano que en 2021 se terminó vendiendo por apenas un peso simbólico.
Para entender su historia hay que retroceder al año 1992, cuando el gobierno de Carlos Menem otorgó en concesión la línea ferroviaria Maipú-Delta a la empresa Sociedad Comercial del Plata.
Esta compañía, encabezada por el empresario Santiago Soldati, no solo tuvo a su cargo la renovación del tren, sino también la explotación de los locales comerciales en las estaciones y los terrenos que luego ocuparía el parque.
La línea en cuestión había sido cerrada en los años ‘60 por considerarse antieconómica, pero Soldati vio una oportunidad: 15 kilómetros de vía que atravesaban zonas de alto poder adquisitivo como San Isidro, San Fernando y Vicente López. Su objetivo no era el tren en sí, sino utilizarlo como canal de acceso a un parque de diversiones que pretendía convertirse en el más importante de Sudamérica.
Entre nostalgia, deudas y la maldición argentina
Soldati, miembro de una familia de origen suizo-italiano vinculada históricamente a inversiones en energía e infraestructura, apostó fuerte por el entretenimiento.
Se endeudó para expandir el parque, compró más juegos, creó programas de televisión para posicionar a sus personajes y hasta construyó un casino para atraer más público adulto.
Sin embargo, nada pareció funcionar. El primer año (1997), el parque recibió solo 1,7 millones de visitantes, muy por debajo de lo previsto. En 1998, se pidió un préstamo de 90 millones de dólares para intentar reflotar el negocio. Se redoblaron los esfuerzos mediáticos con “Berebó TV”, un programa infantil emitido por el entonces ATC. Todo parecía apuntar a que 1999 sería el año de las ganancias…Pero no lo fue.
Con el tiempo, el Parque de la Costa se convirtió en una especie de emblema de lo que pudo haber sido y no fue.
Las causas fueron múltiples: altos costos de importación de juegos, competencia desleal con destinos como Disney durante la convertibilidad y una sobreestimación del mercado local.
La propuesta era buena, pero el contexto no ayudó. La “maldición” que supuestamente afecta a los parques en Argentina parece haber hecho otro intento de cumplir su sentencia.
Hoy, a casi tres décadas de su inauguración, el Parque de la Costa sigue en pie, resistiendo con lo justo y mirando de reojo su cumpleaños número 30.
Si llega, será más por nostalgia y esfuerzo que por un modelo económico viable. Y en ese vaivén entre ilusión y crisis, su historia queda marcada como una montaña rusa que nunca terminó de subir del todo.