Por
Albino Aguirre
La analogía del flan que patentó el humorista Alfredo Casero y de la que habló todo el país, desnudó la cruel realidad que domina la circulación de significantes en una sociedad que se mueve, antes que por la razón, por pasiones políticas irreconciliables. Una especie de reformulación del criterio de verdad que la filosofía explicó alguna vez como asumir por cierto, todo aquello que surja de una voz “con autoridad” para ilustrarnos en determinada materia. Asumiendo como verdadero todo aquello que se enuncia, antes que por la comprobación, según quien sea el que lo dice.
El más elemental razonamiento lógico de los dichos de Casero, lo hubiesen hecho desistir de fotografiarse, jactancioso, de que él puede comer flan, frente a la gran mayoría de ciudadanos a la que se le niega un postre que por cierto no está entre los más cotizados platos dulces. Más bien, un simple repaso por las costumbres culinarias argentinas, ubican al flan entre los postres más populares.
El “error” de Casero en su ocurrencia, evidencia, además, un claro desapego por parte el actor sobre la realidad económica del país. Los trabajadores no piden ‘flan’, justamente porque el postre, se sabe, es un plato del que se puede prescindir. Lo que se reclama es el plato principal. Lo que falta, aquello por lo que se reclama, es la substancia de la alimentación, no lo superficial que la complementa.
Lo reconoció ayer el propio Casero, cuando explicó su ocurrencia comparándola con un reclamo de suba salarial por parte de los docentes, en un porcentaje cercano –dijo- “al 21%”, contra una inflación proyectada anual que supera, en los pronósticos más optimistas, 35%. El popular “quiero flan” podría justificarse, en todo caso –de haber ocurrido- en un reclamo superior al 40%, 5 puntos por encima de la inflación. No lo entendió ni el propio Casero, porque, tal vez, no se anima a decir claramente lo que subyace en su enunciado: que el trabajador que reclama tiene que aceptar perder poder adquisitivo por debajo incluso de la “canasta básica” de alimentación, dentro de la cual, justamente, no figura el flan.
En la misma trampa cayó el senador Esteban Bullrich cuando repitió, en pose de actor desde su banca en el Senado Nacional, el caprichoso: “quiero flan, quiero flan, quiero flan”. Peor aún, la actitud de esa tribuna oficialista que acompañó al Presidente en una fotografía formato viaje de egresados, arengando a coro la frase leit motiv de Cambiemos con tono jocoso de broma estudiantil. En el mismo error incurrieron intendentes y legisladores del oficialismo.
Los diputados y senadores nacionales de Cambiemos, anoche con el Presidente.