Elegir una cama no es solo una cuestión de tamaño o estilo. En muchos casos, la cama se convierte en el mueble más importante del dormitorio: es el lugar donde descansamos, donde pasamos un tercio de nuestra vida y, en muchos hogares, también cumple otras funciones. Es donde leemos, vemos series, pasamos tiempo con nuestra pareja o incluso trabajamos con la notebook apoyada en el regazo.
Por eso, a la hora de elegir, conviene mirar más allá de la estética. Tener en cuenta el espacio disponible, nuestras necesidades de descanso y la funcionalidad del ambiente son claves para acertar. No todas las personas duermen igual, ni tienen las mismas rutinas, ni viven en habitaciones del mismo tamaño. Y aunque parezca una elección sencilla, el tipo de cama que elijas puede mejorar —o arruinar— tu experiencia de descanso.
Dormitorios pequeños, decisiones inteligentes
Una de las principales limitaciones a la hora de elegir una cama es el tamaño del dormitorio. Si el espacio es reducido, lo más probable es que tengas que optimizar cada centímetro. En esos casos, las camas de una plaza suelen ser las más funcionales, especialmente si se trata de habitaciones infantiles o juveniles.
También son una buena opción para cuartos de huéspedes, estudios o ambientes tipo monoambiente, donde la cama convive con el resto del mobiliario. Incluso, algunos modelos incluyen cajoneras inferiores o estructuras elevadas para aprovechar mejor el espacio de guardado.
En cambio, si el dormitorio es compartido, lo mínimo recomendable suele ser una cama de dos plazas. Ahora bien, dentro de esa categoría hay varios tamaños para tener en cuenta, y conviene medir con precisión el ambiente antes de decidir.
Medidas estándar y combinaciones posibles
Si bien a veces se tiende a pensar que un colchón 1 plaza es sinónimo de incomodidad, la realidad es que, con un buen sommier y un colchón de calidad, puede ser perfectamente confortable para una persona adulta.
Muchas veces hablamos de camas de una o dos plazas como si fueran categorías fijas, pero lo cierto es que existen distintos tamaños dentro de cada grupo. En general, los más comunes son:
Cama de una plaza: 80 o 90 cm de ancho x 190 cm de largo
Cama de una plaza y media: 100 a 120 cm de ancho
Cama de dos plazas (matrimonial): 140 cm x 190 cm
Queen size: 160 cm x 200 cm
King size: 180 cm x 200 cm o más
El espacio entre la cama y las paredes debe ser suficiente como para moverse cómodamente, abrir puertas de placard o circular sin obstáculos. Como regla general, se recomienda dejar al menos 60 cm libres alrededor de la cama.
Un error común es enamorarse de una cama gigante sin pensar en el impacto que tendrá en el ambiente. Una cama enorme en una habitación chica no solo ocupa espacio físico, también da la sensación de agobio y desproporción.
En cambio, una cama más discreta, bien ubicada y complementada con muebles proporcionales puede generar una atmósfera más armónica y cómoda. Si hay espacio, incluso se puede optar por una cama con base alta y cajones, ideal para quienes necesitan espacio de guardado sin sumar un mueble más.
¿Dormís solo o acompañado? ¿Tenés mascotas o hijos pequeños?
Las necesidades cambian según la etapa de la vida. No es lo mismo armar una habitación para una persona joven que vive sola, que elegir una cama para una pareja con hijos pequeños que eventualmente duermen con ellos. Tampoco es igual si compartís la cama con una mascota grande que se acurruca a los pies.
En estos casos, lo más adecuado puede ser optar por una cama más amplia, como una queen o incluso una king, si el ambiente lo permite. El espacio extra puede marcar una gran diferencia en la calidad del descanso. Compartir la cama con alguien no siempre es sinónimo de buen dormir: moverse con libertad, no sentir el calor del otro constantemente o no despertarse con cada giro es fundamental para descansar de verdad.
Por eso, quienes duermen en pareja y cuentan con espacio suficiente, suelen preferir camas grandes, incluso aunque eso implique resignar algo de superficie libre en la habitación. Lo importante es lograr un equilibrio entre funcionalidad y confort.
Otras variables que conviene tener en cuenta
El tipo de estructura también es relevante. Las camas con respaldo incorporado dan un toque más decorativo, pero ocupan más espacio. Si tu dormitorio es muy chico, una base simple sin respaldo puede dar una sensación de mayor amplitud. Por otro lado, hay estructuras de cama con patas finas que dejan ver el piso, y otras más sólidas y cerradas. Visualmente, las primeras agrandan el ambiente; las segundas suelen ser más robustas, pero también más pesadas visualmente.
Otro aspecto clave es la altura de la cama. Algunas personas prefieren las camas más bajas, especialmente en ambientes modernos o minimalistas. Otras, en cambio, se sienten más cómodas con camas altas, que les permiten sentarse o pararse con mayor facilidad, algo especialmente útil para personas mayores o con movilidad reducida.
Y no hay que olvidarse del colchón. Una cama no es solo la estructura: el colchón define la verdadera experiencia de descanso. Un colchón de 2 plazas puede tener distintas características según el material, la firmeza, el grosor o el sistema de resortes. Lo ideal es probar antes de comprar y, si es posible, elegir en conjunto cama y colchón para que se complementen bien.
Cuando la cama se adapta a más de un uso
En hogares donde el espacio es limitado o donde los ambientes tienen múltiples funciones, las camas rebatibles o tipo sofá cama pueden ser una solución muy práctica. Hoy existen modelos de diseño moderno, con buenos sistemas de apertura, que permiten convertir un living en dormitorio en pocos segundos.
También hay camas nido, muy útiles en habitaciones infantiles, que permiten recibir visitas sin necesidad de tener dos camas armadas todo el tiempo. En este caso, lo ideal es priorizar estructuras livianas, fáciles de manejar, pero con buen soporte para que no se deformen con el tiempo.
Este tipo de camas multifunción es ideal para departamentos chicos, viviendas temporales o casas de vacaciones. La clave está en no resignar comodidad, aun cuando la cama no sea de uso diario.
Más allá del tamaño: el descanso como inversión
Elegir la cama adecuada no es solo una cuestión estética o espacial. Tiene que ver con cómo dormís, cuánto descansás y cómo te levantás cada día. Una buena cama no cura el insomnio, pero sin duda puede mejorar tu calidad de vida. Dormir bien es invertir en salud, en energía, en buen humor.
Por eso, antes de comprar por impulso, vale la pena detenerse a pensar en tus rutinas, en el espacio con el que contás y en lo que realmente necesitás. Porque una cama bien elegida no solo transforma tu cuarto: transforma también tu forma de vivir el descanso.
Además, elegir con conciencia evita frustraciones y gastos innecesarios. No se trata de tener la cama más cara, sino la más adecuada para tu cuerpo, tu espacio y tus hábitos. Cada noche de sueño reparador es un paso hacia un día más productivo y pleno. Y si lo pensás bien, pocas cosas valen tanto como eso.