“Estamos en una recesión muy grande”, advierte con crudeza Rodolfo Viegener, uno de los dueños y expresidente de FV, la empresa de griferías más emblemática del país.
Con más de 100 años de trayectoria, FV supo exportar sus productos a 25 países y emplear a miles de trabajadores. Sin embargo, la situación actual la obliga a una pausa forzada: en mayo de 2024 suspendió a 800 operarios en su planta de Pilar, donde trabajan unas 1.400 personas y se fabrican 3.500 artículos distintos.
La frase que utilizó Viegener en una reciente entrevista en el espacio “La Fábrica Podcasts” resume la angustia que atraviesa la industria nacional: “Ahora estamos esperando que la cosa resucite un poco”.
CÓCTEL LETAL: RECESIÓN MÁS APERTURA DE IMPORTACIONES
Ese pedido de resurrección no es únicamente un deseo metafórico. La combinación mortal de recesión profunda y apertura indiscriminada de importaciones está asfixiando lentamente a la industria nacional.
La caída del sector de la construcción —que cerró 2024 con una baja del 27,4%— es uno de los factores que golpean directamente a empresas como FV, cuyo mercado está atado al movimiento de viviendas, obras públicas y privadas. Pero el problema va más allá.
Viegener explicó que en este contexto las compañías se ven obligadas a administrar su día a día con estrategias financieras, revisando sus ingresos constantemente. “Se revén los pronósticos de ingresos todas las veces que sea necesario”, contó en el podcast La Fábrica, y remarcó que el futuro es cada vez más incierto para quienes producen en el país.
Una de las mayores amenazas es la creciente llegada de productos importados, especialmente provenientes de China. Aunque esta preocupación no es nueva, hoy se vuelve central para el destino de muchas fábricas argentinas. “El importado empezó a impactar a partir del año 2000 en adelante. El producto chino es barato, quizás cuesta la mitad. Pero el costo de instalación es más caro que el producto en sí”, advirtió Viegener. Y agregó que ese tipo de mercadería “no tiene durabilidad ni garantía”, aunque comprende que muchos consumidores se vean obligados a elegirlos por su bajo precio.
LA HISTORIA RECURRENTE DE “ABRAMOS TODO”
Lo que sucede con FV es apenas una de las tantas señales que empiezan a multiplicarse en todo el país. Como ya sucedió en otras etapas de la historia argentina —al final de la dictadura, durante el menemismo, con la crisis del 2001 o en el gobierno de Mauricio Macri—, la caída de la industria genera un efecto dominó: menos fábricas activas, menos empleo, más recesión.
Y todo bajo la alfombra de un discurso que apuesta al libre mercado y la competitividad sin contemplar las condiciones estructurales de la producción local.
En los últimos meses, otras firmas históricas ya anunciaron el cese de su producción local o la reconversión hacia modelos importadores, dejando a cientos de trabajadores sin sustento.
Es una situación que se expande silenciosamente, como un cáncer en el tejido laboral argentino. Y cuando uno quiere darse cuenta, ya hizo demasiada metástasis como para tratarlo con medidas graduales: requiere cirugía mayor.
Lo saben los trabajadores despedidos, lo saben los empresarios industriales, lo saben los gremios, pero las alarmas mediáticas no se activan. No parece preocuparle al gobierno que, por ahora, sigue priorizando la teoría por sobre la experiencia.
Mientras tanto, en fábricas como la de Pilar, donde hace no mucho tiempo se respiraba producción y exportación, hoy se suspenden operarios y se hacen cuentas con la esperanza de que algo “resucite”, cual milagro.
Porque lo que está en juego no es solo una empresa o un sector, sino el modelo productivo argentino, una vez más en terapia intensiva, esperando que no se cierren todos los grifos.