El propuesto nuevo embajador de Estados Unidos en la Argentina, Peter Lamelas, no necesitó más de diez minutos para generar un déjà vu diplomático que nos llevó directo a 1946.
Su discurso no solo fue una declaración de principios, sino una hoja de ruta con olor a intervención. Opinó sobre la justicia, sobre provincias, sobre China y hasta sobre Cristina Fernández de Kirchner. Con total naturalidad, habló como si fuera un supervisor designado para auditar el país, y no un diplomático enviado a representar intereses con discreción y respeto.
Sus palabras recordaron, inevitablemente, al histórico Spruille Braden, aquel embajador norteamericano que en los años 40 operó abiertamente contra Juan Domingo Perón y terminó inmortalizado en la consigna “Braden o Perón”.
Lamelas, casi sin proponérselo —o quizá muy a propósito—, parece dispuesto a ocupar ese mismo lugar: el del enviado extranjero que, en nombre de “la libertad y la transparencia”, pretende señalarle el rumbo a una nación soberana.
Braden, la historia que vuelve
Para quienes conocen la historia argentina, lo de Lamelas no suena tan novedoso.
Pero, ¿de dónde salió esa frase? ¿Quién era Braden? ¿Por qué esa elección tajante entre él y Perón? ¿Y por qué todavía se cita, incluso sin saber del todo qué significa?
Corría el año 1945. El mundo venía saliendo de la Segunda Guerra Mundial. El fascismo europeo había caído, Estados Unidos estaba consolidando su lugar como potencia global. Argentina venía de un período conocido como la Década Infame, donde los gobiernos eran elegidos con fraude, las élites dominaban la escena política y la democracia era más formal que real.
En ese contexto aparece un personaje clave: Juan Domingo Perón, militar de carrera, secretario de Trabajo y Previsión dentro de un gobierno de facto surgido del golpe de 1943.
Pero Perón no era un militar más. Desde su cargo, había empezado a tener contacto directo con los trabajadores, implementando medidas sociales inéditas hasta ese momento: aguinaldo, vacaciones pagas, jornada laboral de 8 horas, indemnización por despido, entre muchas otras.
Eso, claramente, no le cayó muy bien a las clases más acomodadas ni a los sectores más conservadores del país. Lo veían como un demagogo peligroso que estaba agitando al “cabecita negra” y rompiendo el status quo. Pero a los trabajadores y a los sectores populares, Perón les hablaba en su idioma. Y eso se notaba.
La embajada de Estados Unidos se mete en la fiesta
Y ahí entra en escena Spruille Braden, embajador de Estados Unidos en Argentina entre 1945 y 1946. Braden era un diplomático clásico del Departamento de Estado yanqui, pero también un lobista a favor de las empresas estadounidenses que operaban en América Latina, muchas de las cuales tenían intereses en chocar con cualquier proyecto nacionalista o que pretendiera ponerle reglas al capital extranjero.
A Braden, Perón le parecía un autoritario con olor a fascista. Pero también un obstáculo para los intereses económicos de EE.UU.
Desde la embajada, Braden operó abiertamente contra Perón: financió a los partidos opositores, difundió documentos en su contra, y hasta publicó un famoso “Libro Azul” en el que lo acusaba de simpatías nazis, persecución a la prensa libre y antinorteamericanismo.
Lo que hizo fue tan burdo que, lejos de debilitarlo, terminó dándole a Perón la excusa perfecta para consolidar su relato: “Están con ellos o están con nosotros”.
El nacimiento de un eslogan inmortal
Así fue como, en medio de la campaña presidencial de 1946, surgió el famoso lema: “Braden o Perón”.
Era directo, binario, incendiario. Ponía en palabras lo que millones de personas sentían: que no se trataba solo de una elección entre dos candidatos, sino entre dos modelos de país. Uno subordinado a las potencias extranjeras, el otro con vocación de autonomía nacional. Uno elitista y tradicional, el otro plebeyo y disruptivo.
Perón tomó ese slogan y lo convirtió en el eje de su campaña. Y funcionó. Ganó las elecciones del 24 de febrero de 1946 por el 53% de los votos. Fue un triunfo histórico, el nacimiento formal del peronismo como movimiento político y social. El mensaje era claro: el pueblo había elegido no ser colonia.
¿Por qué todavía se sigue diciendo?
Desde entonces, “Braden o Perón” quedó como símbolo de un momento fundacional. Pero también como emblema de una grieta que aún hoy nos atraviesa. Cada vez que se discute sobre soberanía, sobre la injerencia extranjera, sobre si conviene seguir recetas externas o buscar caminos propios, ese viejo lema vuelve a sonar.
En redes, en memes, en discusiones de café o incluso en el Congreso. A veces con ironía, a veces con nostalgia, y otras con la intensidad intacta de 1946.
Porque en el fondo, “Braden o Perón” no era sólo una consigna electoral. Era —y es— una pregunta incómoda sobre el destino del país:
¿Nos gobiernan desde adentro o desde afuera?
¿Estamos construyendo un país para todos o solo para unos pocos?
Una frase del pasado que interpela al presente
Hoy, muchos jóvenes escuchan “Braden o Perón” sin saber bien de qué se trata. Pero entender su historia no es solo un ejercicio de memoria: es una forma de leer el presente con más herramientas.
Porque aunque Braden ya no esté y Perón sea parte de los libros de historia, las tensiones que esa frase encierra siguen vivas: dependencia o soberanía, pueblo o élite, intereses propios o ajenos.
El desafío es no caer en simplificaciones. Ni todo lo extranjero es malo, ni todo lo nacional es bueno por default. Pero tampoco hay que olvidar que la historia no se repite, pero rima, como decía Mark Twain.
Y en esa rima, a veces, todavía se escucha el eco potente de aquel dilema: Braden o Perón.
¿Lamelas o soberanía?
El paralelismo entre Braden y Lamelas no es forzado. Ambos llegaron a Argentina con posturas duras. Ambos se alinearon con sectores políticos afines a los intereses norteamericanos. Y ambos despreciaron, en forma más o menos directa, a las fuerzas populares locales que desafiaban su mirada del mundo.
La diferencia es que ahora hay un gobierno en ejercicio que comulga con las propuestas del gobierno de Donald Trump.
Pero el contexto no es el mismo. Hoy, la influencia de Estados Unidos se ejerce menos con tanques y más con endeudamiento, medios de comunicación y embajadores locuaces.
El discurso de Lamelas, en este sentido, encaja perfectamente con la lógica moderna del “soft power”: una intervención menos ruidosa, pero igual de peligrosa para la soberanía.