Por estos días, mientras las máquinas avanzan “quirúrgicas” sobre los restos calcinados del edificio incendiado en la esquina de Diagonal 77 y calle 48 de La Plata, una pared se erige como símbolo de todo lo que está en juego: el límite físico, emocional y estructural entre lo que fue y lo que podría volver a ser.
Como en aquel tango “Madreselva” de Celedonio Flores y Gardel, “vieja pared del arrabal”, la medianera que divide el edificio destruido de su vecino más joven —una torre de apenas pocos años de antigüedad— hoy encarna los temores, las especulaciones y las esperanzas de decenas de vecinos evacuados.
“Yo no tengo casa, alquilo. Y el departamento quedó ahí, esperándome… o no. Porque hay que ver qué va a pasar ahora que terminaron la demolición. Primero tienen que decirnos si nuestro edificio es seguro, si se puede habitar… pero, sinceramente, no sé si voy a querer volver.”, le contó la vecina Virginia al histórico diario El Día de la Capital bonaerense.
El edificio lindero, ubicado en calle 48 N° 366, permanece deshabitado desde la madrugada del 16 de julio, cuando el infierno de fuego, humo y agua desatado en la propiedad contigua obligó a evacuar de inmediato.
Muchos de sus habitantes, como Virginia, no pudieron volver a entrar sino por breves minutos, escoltados por bomberos. Desde entonces, las rutinas se suspendieron. La vida quedó en pausa. Y la medianera, aquella pared que alguna vez fue solo un límite pasivo, pasó a ser el eje de una batalla entre el equilibrio y el colapso.
“Fueron cuatro minutos. Saqué lo que pude… el lugar estaba en peligro. … Así que se verá todo cuando nos digan que podemos volver, si es que eso pasa.”, dijo la vecina.
DEMOLICIÓN A LO ‘RASTI’ O ‘MIS LADRILLOS’
El cuidadoso derrumbe del edificio afectado, construído en 1975, comenzó el lunes, y se realiza de manera extremadamente delicada. No hay topadoras ni bolas de demolición: se trata de una tarea artesanal, pieza por pieza, como un rompecabezas invertido.
La razón es clara: el temor a que cualquier movimiento brusco debilite aún más esa pared solidaria que no fue diseñada para quedar expuesta a la intemperie, y mucho menos a las consecuencias de un incendio de casi 10 horas de duración.
Desde un punto de vista técnico, la preocupación es más que legítima. La exposición prolongada al fuego puede generar la degradación térmica de los materiales que componen la medianera —generalmente ladrillos comunes y mortero tradicional—.
Además, la estructura estuvo sometida al ataque simultáneo del agua de los bomberos, lo que genera choques térmicos violentos. La combinación de estos factores puede derivar en fisuras internas no visibles a simple observación, debilitamientos en la adherencia del revoque o incluso pérdida de plomo en los ladrillos, que se tornan frágiles y susceptibles al colapso por vibración o presión.
A ello se suma la acción diaria de las máquinas que siguen operando en la demolición. Aunque se trabaja con extremo cuidado, cada golpe, cada vibración suma un punto más de tensión estructural en una pared que, hasta hace poco, era sólo una división. Hoy es una trinchera que contiene vidas suspendidas.
¿VOLVER?, CON LA FRENTE TIZNADA
El edificio más nuevo fue proyectado con normas modernas de construcción, pero su cercanía directa con la estructura incendiada lo vuelve vulnerable.
No hay “luz” entre medianeras: están literalmente pegados. Si bien aún no hay informes concluyentes, todo indica que el riesgo se mantiene latente hasta que finalice la demolición y se pueda hacer un análisis estructural profundo del estado de esa pared.
Por eso, el operativo demanda entre 21 y 25 días. Nadie quiere arriesgarse a una tragedia mayor por apurar un trámite técnico.
Mientras tanto, los vecinos aguardan, como si vivieran sobre una cornisa. La mayoría son inquilinos. No tienen poder de decisión sobre el inmueble y, en muchos casos, ni siquiera saben si podrán recuperar sus pertenencias o su hogar. Viven en hoteles provisorios, casas de parientes, en el limbo de una reconstrucción emocional que nadie eligió.
Es que no se trata sólo de volver al edificio. Se trata de volver a creer que ese lugar puede ser habitable, seguro, propio. Y mientras ‘la vieja pared del arrabal’ aguante, también lo harán los lazos invisibles que sostienen a estos vecinos: el grupo de WhatsApp donde se dan aliento, el recuerdo de lo que fue, la esperanza —frágil pero viva— de que, tal vez, se pueda volver.
EL FUTURO INCIERTO
Pero también hay una advertencia entre líneas. Cuando la demolición termine, el problema no habrá desaparecido. Si esa medianera muestra signos de deterioro, será necesario apuntalarla, reforzarla o incluso construir un nuevo muro, con los costos y demoras que ello implica. Las decisiones políticas y técnicas que se tomen en estos días definirán el destino de decenas de personas.
Por eso, en medio del polvo, del ruido de grúas y escombros, y del silencio de las habitaciones vacías, la preocupación de los vecinos no es exagerada. Es tan real como la pared que aún se sostiene, contra todo, como un testigo mudo de la fragilidad urbana y humana.