Cocinan, lavan, planchan, llevan a los pibes al colegio, al médico, van y vienen. Cada día de sus vidas. Sin parar. Sin descanso y con mucha dedicación. Las mujeres hacen un trabajo invisible diariamente, que sostiene la matriz productiva del país, sin ningún tipo de remuneración. Pero hay quienes van más allá, no solo cuidan de sus propias familias, sino que también se ocupan de toda una comunidad. Las llaman las “Ramonas”, en homenaje a Ramona Collante, la primera víctima por coronavirus de la Villa 21-24, que al igual que ellas encabezaba un comedor comunitario. Dos de ellas son Graciela y Lisa, quienes han convertido sus propios hogares en comedores en los que alimentan, visten, educan y contienen a dos barrios populosos del conurbano.
Cada mañana, Graciela Aquino abre el portón de su casa de la localidad de El Pato, partido de Berazategui. A través de un pasillo se llega al comedor, donde una larga mesa rodeada de sillas de madera espera siempre a los vecinos. En una esquina rezan algunos santos, acompañados de flores y velas de colores. El olor que impregna el lugar es inconfundible: siempre hay olor a comida casera, esa que recuerda a la infancia.
Pero la historia del Comedor “San José” comenzó hace 12 años atrás y casi sin querer. Graciela está casada con Ismael y es madre de tres varones, todos ellos bomberos voluntarios. En el cuartel, uno de sus hijos, Alexis, se encontraba diariamente con José Antonio, un cartonero de la zona, a quien ayudaba con algunas facturas o leche. Con el paso del tiempo, esta interacción cultivó una amistad entrañable entre ambos.
“Me siento raro y preocupado por él”, le confesó Alexis a su mamá, ya que José Antonio no aparecía hacía semanas. El joven averiguó dónde vivía y lo encontraron postrado en la cama, en grave estado. Sin perder tiempo, ambos lo trasladaron al hospital, donde descubrieron que estaba luchando contra un cáncer terminal. José Antonio estaba solo y no tenía a alguien que lo cuidara.
Sin embargo, Graciela y su familia tomaron la decisión de hacerse cargo de él, cuidarlo y llevárselo a vivir a su hogar. En este contexto, Gastón, el hijo mayor de Graciela, le propuso buscar a la familia de José Antonio en redes sociales y, además, pedir colaboración con alimentos. La respuesta del increíble y mucha gente se sumó a la causa con frutas y verduras, alimentos no perecederos y ropa. A pesar de los esfuerzos, la salud de José Antonio se encontraba muy deteriorada y, seis meses después, falleció. Con profundo pesar, Graciela informó la triste noticia a los vecinos.
Pero algunos vecinos que no estaban conectados a las redes, continuaron llevando alimentos a Graciela y su familia. Conmovida por el recuerdo de José Antonio, Graciela tomó la decisión de hacer una gran cantidad de tallarines para compartir con todo el barrio en su memoria. Para su sorpresa, más de 60 personas se acercaron a su hogar en busca de un plato de comida.
“Pasaron los días y me la gente me preguntaba cuándo lo voy a hacer. Como me sobró un cajón de pollo, al otro fin de semana volví a hacer comida. Pusimos cuatro palos y una lona porque no teníamos sombra. Ahí arrancó todo y ya no pude parar más”, contó Graciela.
A lo largo de estos 12 años, el Comedor “San José”, creció de manera exponencial. Actualmente, no solo provee de alimentos tres veces por semana, sino que también se convirtió en una sede del Plan Fines. En este espacio, decenas de vecinos y vecinas pudieron terminar sus estudios secundarios, incluyendo a Graciela y a su esposo.
“Yo tengo más ayuda de la gente que del Estado. Hace poco salí en la tele porque el Estado estaba ausente. Por eso estoy tan agradecida de la gente. No dependo de ningún plan, ni de un político. Dependo solo de la gente. Yo sé que el político se va, pero la gente siempre está”, remarcó Graciela en diálogo con Infocielo.
Por su parte, el Centro Comunitario “Ebenezer”, situado en el barrio Santa Ana, del partido de La Plata, tiene un origen más reciente. En 2020, en plena pandemia del coronavirus, Lisa Bogado quedó desempleada, luego de trabajar por más de catorce años como empleada doméstica. En un contexto sumamente difícil y de incertidumbre, junto a su marido decidieron ofrecer ayuda a sus vecinos, muchos de ellos también desempleados.
A través de la venta de barbijos, rifas y la colaboración de los comercios de la zona, Lisa abrió las puertas de su hogar para brindar comida, juguetes, vestimenta y materiales escolares a más de 300 personas. Además, otras mujeres se unieron al proyecto, muchas de ellas madres solteras y desempleadas.
“Durante la pandemia trabajamos así, sin recibir un sueldo, ni nada. A sudor y pulmón, en pleno invierno y verano. Mi pensamiento siempre fue ayudar, sea poco o sea mucho, brindar a la gente a pesar de que uno no tenga nada. Había muchas compañeras que también le pasó lo mismo, que no podían trabajar y entre todas nos dábamos una mano”, contó Lisa.
Nueve meses más tarde, Lisa y sus compañeras comenzaron a recibir apoyo del movimiento social Barrios de Pie. De esta manera, recibía un sueldo mensual a través del programa Potenciar Trabajo por sus tareas como coordinadora del espacio. “Yo acepté porque en ese momento no teníamos trabajo y tampoco ya teníamos como sustentar el comedor. La situación era muy difícil”, contó.
Durante algunos meses, Lisa trabajó codo a codo con este movimiento, hasta que lo abandonó para unirse a la agrupación Peronista Kirchnerista (PK). Con ellos, rediseñó el proyecto del comedor para transformarlo en un centro comunitario. En la actualidad, a través de las redes sociales, Lisa distribuye alimentos, ropa, artículos de limpieza, útiles escolares y juguetes para los niños. Además, tiene en mente abrir una cooperativa de panadería para brindar puestos de trabajo y, a su vez, producir alimentos para repartir a los más necesitados.
“Siempre trato de brindar, de ayudar o de tener una atención en este lugar. Siempre estoy trabajando para el pueblo y para la gente, por más que uno sea humilde”, expresó.
La pobreza tiene cara de mujer
Con profunda convicción y dedicación, tanto Graciela como Lisa ocupan roles de asistencia y contención que, lamentablemente, son escasos en la actualidad. Como ellas, en Argentina hay más de 70.000 cocineras de comedores barriales, que ocupan de alimentar y asistir a comunidades enteras, que cada vez se ven más empobrecidos debido a la ausencia del Estado y las políticas de ajuste. De acuerdo al Registro Nacional de Comedores y Merenderos Comunitarios (ReNaCoM) en el país hay 34.782 comedores, en cada uno de ellos comen hasta 300 familias por día.
Sus casas transformadas en centros de asistencia son un fiel reflejo de la realidad social y económica del país. Cada día decenas familias enteras llegan a la puerta de sus hogares, necesitadas de un plato de comida o un bolsón de mercadería.
“Hay muchos intermediarios políticos que no ayudan a la gente. Dan, pero a quienes quieren. A mí me dan cierta cantidad de mercadería y empiezo a repartir a la gente a través de la gente. Hay otros lugares que no tienen el mismo sentimiento. Yo trabajo con una agrupación política, pero siempre ayudando a la gente”, contó Lisa.
“Hoy en día está todo complicado. Todo el mundo me pregunta cuándo voy a volver a abrir el comedor o cuándo voy a dar una merienda. Hay muchas familias que la están pasando muy mal. Desde temprano me golpean la puerta para un paquete de yerba, arroz, fideos, o lo que sea. A mí me gusta dar y brindar para buscarle la vuelta a esta situación. Muchas veces he sacado de mi bolsillo, pero no me importa. Pero a mí me hace bien. Yo vengo de una familia humilde, entonces siempre he tenido necesidades y me pongo en el zapato de la gente. Más de los chicos, que no tienen la culpa de los padres que les toca. Por más que cobren la asignación, hoy en día con la situación no alcanza y se complica el alimento diario”, agregó.
A pesar de ello, el Estado hace oídos sordos al reclamo del pueblo. En los últimos días de enero, distintas organizaciones sociales expresaron su preocupación al denunciar que, desde que Javier Milei asumió como presidente de la Nación, no se han enviado los alimentos para distribuir entre los comedores populares. En respuesta, representantes del oficialismo se excusaron al afirmar que se encontraban elaborando un diagnóstico para poder satisfacer la demanda de alimentos.
“Las mujeres son las más afectadas. Siempre me escriben para pedirme algo. Los chicos tienen que desayunar, comer, merendar, cenar, vestirse y también tener un gusto. Hay muchas mamás que a veces me dicen que no dan más, porque no les pagan o el marido se queda sin trabajo. A un chico no le podés decirle que no tenés para darle de comer. A pesar de que algunas cobran alguna ayuda del gobierno, no llegan. No pueden porque al dedicarse a ser amas de casa, les cuesta salir a trabajar, porque te sale más caro pagar la niñera que quedarte en tu casa a cuidar a tus hijos”, sostuvo Lisa.
En el marco del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, el colectivo Ni Una Menos resalta entre sus principales reclamos la crisis alimentaria y habitacional, problemáticas que impactan significativamente en la vida las mujeres.
Y esto es una realidad. Junto a los niños, las mujeres siempre son las más empobrecidas. Muchas de ellas, como jefas de familia, no solo tienen que mantener económicamente a sus hijos con trabajos mal remunerados, sino que también destinan más de 6 horas diarias de sus vidas a realizar tareas de cuidado sin recibir ningún tipo de compensación económica. Otras, además, no pueden escapar la violencia de género dentro de sus hogares, donde su dependencia económica de sus parejas las deja vulnerables. Invisibles, desoídas y no reconocidas, sin embargo, siguen soportando las consecuencias nefastas de la crisis.
De igual manera, las mujeres que lideran comedores barriales, empoderadas y convencidas, afrontan la pobreza con generosidad y un esfuerzo incansable. Asumen un papel que no les corresponde, pero lo desempeñan por amor a sus barrios, dedicando innumerables horas de trabajo. Mujeres que hacen política, más que cualquier político. Porque el hambre no espera, y ellas tampoco.