En una nueva expresión de alineamiento geopolítico sin matices, el gobierno libertario de Javier Milei resolvió que ciudadanos de la República Popular China y de la República Dominicana podrán ingresar al país sin necesidad de visado argentino ni autorización electrónica, siempre y cuando presenten una visa vigente otorgada por Estados Unidos. Es decir, el permiso de entrada lo otorga, de hecho, Washington. Buenos Aires se limita a abrir la puerta.
La medida, oficializada por el vicejefe de Gabinete del Ministerio del Interior, implica una delegación directa de las funciones migratorias del Estado argentino en manos de autoridades extranjeras.
Si Estados Unidos evaluó que una persona puede entrar en su territorio, la Argentina considerará innecesario hacer su propia evaluación. No se trata de un acuerdo de reciprocidad, ni de un beneficio mutuo, sino de una confianza total y unilateral en los criterios del país del norte.
No solo migraciones made in USA
Este gesto se inscribe dentro de una serie de decisiones que consolidan una política de subordinación administrativa a estándares foráneos (en verdad norteamericanos).
Semanas atrás, el gobierno eliminó la exigencia de aprobación de la ANMAT para ciertos productos estadounidenses, en particular cosméticos, suplementos dietarios y dispositivos médicos.
En la práctica, la autoridad sanitaria nacional renuncia a su potestad de control si el producto cuenta con la aprobación de la FDA, su equivalente estadounidense. Así, el sello de ese país habilita automáticamente la circulación de bienes en el mercado argentino, sin intervención local.
En el plano de política internacional, la tendencia es similar. En las últimas votaciones en organismos multilaterales como las Naciones Unidas, la Argentina está optando por acompañar la postura de Estados Unidos sin mayores objeciones, incluso cuando eso implica alejarse de posiciones históricas que defendían principios de neutralidad, no intervención o apoyo a determinadas causas regionales.
Las resoluciones adoptadas recientemente muestran una diplomacia con escasa autonomía, más preocupada por alinearse con los intereses de Washington que por sostener una agenda propia.
NO ES RECÍPROCO, SÓLO DE “GAUCHITOS”
Lo llamativo es que estas decisiones no se enmarcan en tratados amplios ni en acuerdos de cooperación que beneficien a ambas partes. No hay contrapartida visible ni beneficio estratégico evidente. Lo que predomina es una lógica de adhesión anticipada, como si se buscara demostrar fidelidad antes incluso de que sea requerida.
Todo esto se presenta desde el oficialismo como parte de una modernización administrativa, como una simplificación de trámites, o como una forma de “abrirse al mundo”.
Pero en los hechos, lo que se observa es una cesión paulatina de funciones básicas del Estado a manos de una potencia extranjera. Desde la autorización de entrada al país hasta la validación de productos para consumo, Argentina comenzó a operar bajo la idea de que si algo es bueno para Estados Unidos, entonces también lo será aquí.
La narrativa gubernamental insiste en términos como libertad y eficiencia. Sin embargo, las decisiones concretas muestran una dependencia creciente y una renuncia sistemática al ejercicio de atributos esenciales del Estado. Más que una política exterior, lo que se perfila es una política de subordinación exterior.
Esta resolución sobre China y República Dominicana se suma además al ingreso de 10 valijas sin control de hace unos días atrás, bajo el increíble argumento presidencial de que “ya habían sido controladas por Estados Unidos“; entonces la brújula parece marcar siempre hacia el norte, no por convicción estratégica sino por admiración incondicional.
Desde hoy Argentina es un país en donde la llave de ingreso ya no la tiene Cancillería, sino el “consulado norteamericano” en esas república.