Cristina Pérez, actual conductora del canal LN+, sorprendió este martes con un monólogo que pretendió ser una defensa de la libertad de expresión, pero terminó revelando más sobre ella misma que sobre los peligros del poder.
Desde su lugar de comunicadora, y con una visible intención de mostrarse ‘despegada’ del oficialismo libertario con el que comparte la mesa familiar (esposa del ministro de Defensa, Luis Petri), Pérez intentó construir un alegato de independencia ideológica que, lejos de disipar dudas, las confirmó.
“No deberíamos mancillar la libertad de expresión metiendo agresiones, metiendo insultos, metiendo agravios”, dijo con solemnidad, en alusión directa —aunque sin nombrarlo— a los reiterados ataques del presidente Javier Milei hacia periodistas, incluso aquellos del mismo canal en el que ella trabaja.
En ese contexto, intentó posicionarse como una suerte de bastión de la integridad: “Elijo todos los días no pensar en los costos que tenga por decir lo que pienso”.
Esa frase, cargada de dramatismo, fue tal vez la más reveladora. No por su contenido, sino por lo que implica su necesidad. ¿Desde cuándo decir lo que uno piensa debería implicar costos? ¿No es acaso la libertad, ese grito de guerra que Milei profiere como si fuera un rezo sagrado, lo que debería garantizar exactamente lo contrario?
MÁS QUE PERIODISMO, UN ‘ACTING’
Pérez parece buscar un lugar en la tradición de los periodistas que, como Albert Camus escribió, “no deben servir a otra causa que no sea la verdad”.
Pero su tono, su cuidada escenografía emocional (“miren, no tengo ningún papelito”), y su insistencia en que su relación con el público se basa en la confianza de que no será influida por su vínculo con el poder, le dan al discurso un barniz teatral, más cercano al acting que al periodismo.
Porque si realmente no pensara en “las consecuencias”, no necesitaría decirlo. La simple mención de los costos revela que estos existen, y que pesan.
Es el dilema de quien quiere parecer libre, pero sin soltar del todo la mano que lo sostiene. “Ustedes confían en que no importa mis relaciones personales… voy a decir lo que pienso sin pensar en las consecuencias”. El problema es que cuando hay que aclararlo tanto, es porque esa confianza ya no está.
El verdadero drama de su intervención no es su contenido, sino su contexto. En un momento en que el presidente, que se autodenomina campeón de la libertad, la restringe desde su cuenta de X con cada nuevo exabrupto contra la prensa, lo que se espera no es un tímido llamado a la reflexión sino una denuncia clara.
LA VACUIDAD DEL TÉRMINO “LIBERTAD”
Pérez, en cambio, invita a Milei “a enarbolar la libertad también para respetar esta libertad que nos compete a los periodistas”.
Como si el problema fuera que Milei se olvida de su propio eslogan, y no que lo usa como escudo para dinamitar cualquier crítica. Como si bastara con que diga “¡Viva la libertad, carajo!” mientras desacredita a colegas de su propio canal.
La periodista apela a la nobleza de la consigna, pero evita incomodar demasiado al abanderado. Y es que, como decía George Orwell, “la libertad es el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”. Pero para eso hay que estar dispuesto a escuchar también lo que uno no quiere enfrentar.