Eduardo Domínguez tenía todo para seguir en Estudiantes por varios años. Había logrado lo que pocos a lo largo de la historia: títulos (tres, nada menos, para quedar como el segundo DT más ganador), identificación con el club (se mimetizó con sus vínculos sagrados) y el respaldo de los hinchas por su seriedad y su trabajo. Sin embargo, todo ese Imperio que supo construir para convertirse en uno de los entrenadores top de la institución, lo derrumbó en sólo cinco meses.
Algo es evidente: aun con esa espalda y con un mercado de pases histórico que no supo potenciar, Domínguez perdió el rumbo futbolístico. No fue ahora. No fue esta última eliminación, en la que Estudiantes dilapidó con una liviandad alarmante uno de los tres pasajes directos a la Copa Libertadores, una participación esencial para la economía y el proyecto futbolístico del club. No, no fue ahí en Varela. Hace rato que su ciclo luce agotado. De mínima apagado, si se quiere maquillarlo por la clasificación copera a los octavos. Lo que hizo la caída ante Aldosivi fue confirmarlo.
El propio DT reconoció como floja la campaña en el Apertura para un equipo que se reforzó como nunca para ser protagonista: se clasificó de milagro a los playoffs, tras ser humillado en La Paternal y claudicó en el primer mata-mata serio que tuvo (ante Central, que luego demostró no ser el equipo que parecía ser).
Domínguez también dijo que la participación de Estudiantes en la Libertadores “fue muy buena”. Y los resultados podrían decir que sí, porque se metió primero en un grupo muy parejo, que se definió al final y que tuvo al campeón de América defensor. Sin embargo, en todo su recorrido por esa fase Estudiantes demostró que, jugando así (y sobre todo, defendiendo así) era imposible que tuviera reales aspiraciones de pelear hasta el final. El DT, incluso, lo dijo: “De esta manera no nos va a alcanzar”. Por eso, su calificación fue contradictoria.
Un equipo que ya no le responde
En los 26 partidos que Estudiantes disputó durante el año, entre torneo Apertura, Copa Argentina y Copa Libertadores, Domínguez nunca le encontró la vuelta al equipo, jamás le dio forma a un 11 y mucho menos logró un funcionamiento. Hubo apenas un puñado de partidos en el que alcanzó un pico de rendimiento (Racing, River, U de Chile en Santiago…). Pero después, su andar fue de irregular para abajo, sin responder desde el rendimiento a la expectativa generada.
Para peor, perdió respuesta y llegada a los jugadores. Durante el último tiempo fue marcando aspectos negativos que el equipo nunca mejoró, sobre todo los defensivos (le hicieron más y más goles, incluso con la misma o mayor facilidad) y el último episodio, por no ir más lejos en el tiempo, se dio con Aldosivi. Tras la dura crítica que ensayó post clasificación con Carabobo, buscando un rebote interno en sus dirigidos, la imagen que devolvió Estudiantes por Copa Argentina fue todavía peor, de fin de ciclo. O por lo pronto, la de un equipo que ya no reacciona al pedido de su entrenador. Da igual.
“Tengo que evaluar si voy a seguir o no porque hubo cosas que no me gustaron”.
Por todo, Domínguez podrá estar molesto por algunos movimientos internos del club. Podrá no estar de acuerdo con que la nueva decisión institucional sea tener más injerencia en el mercado de pases (cuando él lo tuvo en sus manos, no funcionó: ninguno de los refuerzos que el DT aprobó rindieron y muchos llegaron en condiciones físicas injustificables, al punto que terminó por usarlos poco y nada, caso Alario, Funes Mori y Farías). Podrá alzar la voz y, claro, tendrá sus propias razones (incluso, si confirma su decisión de irse). Pero antes de todo eso, deberá reflexionar por qué en tan tampoco tiempo se derrumbó con la facilidad de un castillo de arena el mejor de sus Imperios.