Vivir en la Provincia de Buenos Aires, ya sea en el conurbano o en alguna ciudad de su extenso territorio, es muchas veces, como vivir en un limbo.
No nos terminamos de definir. Somos muy aporteñados para el resto de los habitantes de la Argentina y muy paisanos para los de la Ciudad de Buenos Aires.
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Pero en realidad los bonaerenses sí nos definimos.
Sabemos que cosa NO somos, aunque los demás compatriotas nos confundan por el modo de hablar y por cierto acento parecido.
No somos porteños.
Ni lejos.
No nos identificamos con su modo de vida. Tampoco nos sentimos empáticos con la manera en que elijen relacionarse con el resto del país.
Esta semana con el tratamiento de la ley que modifica los presupuestos de la Ciudad capital, arbitrariamente aumentados por la gestión anterior, quedó claro que pertenecer al colectivo “porteños” no es sólo haber nacido en ese lugar de la Argentina.
Pueden existir cordobeses, santafesinos, misioneros o correntinos que también sean porteños por adopción, por ideas o por aspiración.
La realidad es que los porteños de pura cepa siempre despreciarán al provinciano aunque lo nieguen públicamente y aunque se lo nieguen a sí mismos, porque no condice con su ideología.
Y dentro de esos provincianos también debe incluirse al bonaerense.
Hay un halo de europeísmo contagioso en el prototipo de los porteños.
Como toda generalización esta definición es el trazo grueso del paradigma. Es igual a decir “los argentinos somos soberbios” o los “latinos son fogosos”. Es un promedio de las personalidades y los rasgos más identificatorios de los nacidos o adoptados por determinada geografía y entorno sociocultural.
Ese medio ambiente luego condiciona una manera de ver la vida bastante parecida entre quienes lo integran en una región o una ciudad determinada y en como enfocan sus relaciones con respecto a los que no pertenecen.
Y Buenos Aires (ciudad) desde sus orígenes hizo del centralismo su identidad.
¿Alguien imagina a un habitante de Washington DC decirle “ciudades del interior” a Chicago, Detroit, o Los Angeles en Estados Unidos? Imposible.
Porque la capital norteamericana, como ciudad, no le llega a los talones a ninguna de las otras mencionadas, y porque no ven a su nación como un único centro y un “interior”.
No hablamos de centros urbanos y rurales que sí los tienen también allá, sino de la importancia y cierto desprecio que aquí sufren quienes no nacieron, o quienes no eligieron habitar la “gran y única metrópoli argentina” que parece importar.
Aquí fue, es y, lamentablemente parece que seguirá siendo el “porteñocentrismo” lo que domine. Y no es ni complejo de inferioridad ni falta de autoestima de los no porteños.
Los hechos lo corroboran.
Tal es el desprecio, brotando casi sin advertirlo, que hasta los medios de comunicación de la Ciudad de Buenos Aires naturalizan tratar con desdén al conurbano bonaerense.
Y nadie se ofende.
El diario La Nación publicó un artículo subrayando la cantidad de negocios que cerraron a causa de la pandemia en lo que, ellos llaman “el corazón de Buenos Aires”: la intersección de las avenidas Santa Fe y Callao.
El primer párrafo que eligieron para contar esta debacle económica fue el siguiente :
“Pancherías, dietéticas, locales de baratijas para celulares y decenas de negocios cerrados. Parece la descripción del centro comercial de alguna localidad del conurbano en crisis, pero es de la esquina comercial más elegante de Buenos Aires”.
Lo expresaron así, sin ponerse colorados, sin ser capitanes de la selección de rugby, sin pertenecer a ninguna secta supremacista.
El diario de los Mitre muestra en palabras cual es la visión que tienen de los distritos bonaerenses que rodean a la Capital Federal.
Y el bonaerense lo sabe.
Está acostumbrado.
Nació con eso.
Lo siente desde el momento en que a su lugar de residencia lo llaman en el lenguaje popular con el término “provincia”, en oposición a vivir en CAPITAL.
Y aunque esa denominación parezca aséptica o solo descriptiva, no lo es. Lleva dentro el huevo de la serpiente de la discriminación.
“Ah, pero eso es del lado de provincia”, puede ser la frase utilizada en cualquier conversación. Otro ejemplo infinitamente reiterado es: “No, yo hace años que no voy a La Plata, fui una vez de chico a la República de los Niños”. O el clásico “¿desde ahí te venís a trabajar?” que miles de bonaerenses de más allá del segundo cordón del conurbano han escuchado si en algún momento de la vida les tocó cruzar el riachuelo o la General Paz para cumplir tareas cotidianamente.
Parte del ADN de los porteños es sentirse ciudadanos de primera de un país con otros millones de ciudadanos de segunda, que vivimos rodeados de dietéticas, casas de baratijas de celulares, o pancherías.
Alguna vez a Fito Paez casi se lo “cancela” (cuando ni siquiera existía esa utilización del verbo) por decir que odiaba el modo en que votaban los porteños en su propia ciudad. De hecho un gran sector lo borró de sus preferencias musicales por esas declaraciones.
Es que meterse con la sacrosanta ciudad de Buenos Aires suele no ser gratuito para quien osa criticar algo de lo que ella significa.
Es como meterse con La Reina (del plata) , tal cual se le denominaba antiguamente.
Alfonsín intentó cambiar la capitalidad, y así le fue. A Dardo Rocha hasta le echaron brujería por enfrentarla.
Ni guerras civiles, ni pactos posteriores a esas guerras desde el siglo XIX pudieron saldar tales diferencias.
Habrá que seguir conviviendo, resignadamente, con el desprecio permanente hacia quienes no tuvimos la fortuna de nacer (o nunca quisimos vivir) , en la “Roma del Imperio Argentino”.
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