Dicen que al peronismo no hay que subestimarlo. Que cuando parece caído, muerto o sepultado por alguna condena judicial, golpe de estado o proscripción, vuelve a brotar como yuyo en baldío.
Y si hay una metáfora que logra resumir esa esencia imparable, es esta joyita que surgió en alguna sobremesa brillante de la política criolla: “Mojando a los Gremlins”. Como en la película de hace 40 años. Uno le tira agua para destruirlos, y ellos se reproducen.
LA “BOMBITA” DE LA CORTE
La condena a Cristina Fernández de Kirchner por la causa Vialidad fue presentada por muchos como el punto final. La lápida. El último clavo del ataúd. La clausura definitiva a dos décadas de kirchnerismo. Prisión e inhabilitación. Un jaque mate con papeles judiciales.
Pero lo que muchos no entendieron –ni antes con Perón, ni con Evita, ni con la proscripción, ni con la Triple A, ni con los milicos, ni con los carpetazos de la SIDE o de Comodoro Py– es que al peronismo cuando se le hace una encerrona, en realidad se lo está regando.
En la película de 1984, los Gremlins son unas criaturitas adorables (?), llamadas mogwai, que tienen tres reglas: no darles de comer después de la medianoche, no exponerlos a la luz fuerte… y, la más importante: no mojarlos. Porque si los mojás, se multiplican. Pasan de uno solo a una legión. Una tropa desordenada, ruidosa, algo anárquica, pero indestructible.
¿No suena eso un poco familiar?
Cada vez que intentaron disolver al movimiento peronista, lo único que lograron fue generar más células, más militantes, más causas populares.
Lo proscribieron durante 18 años, y mientras tanto renacía la Marcha Peronista, la “P” y la “V”, las unidades básicas, las misas clandestinas, las pintadas en las paredes con brea y tiza.
Bombardearon Plaza de Mayo, y al poco tiempo la Argentina entera gritaba “viva Perón”. Lo voltearon en el ’55, fusilaron militantes en el ’56, le hicieron un golpe en el ’76, lo cooptaron en los 90 transformándolo en neoliberalismo, y ahí sigue. ¿Querés hacer desaparecer al peronismo? Mojalo. A ver qué pasa.
La condena a Cristina, tan celebrada por ciertos sectores, no es más que un nuevo capítulo de eso: un baldazo de agua.
Piensan que con eso terminarán el ciclo, y sin embargo lo van a revitalizar. ¿O acaso no va a ser más influyente ahora, desde su supuesto “retiro”, que cuando ocupaba la vicepresidencia, o únicamente la presidencia del PJ?
El intento de silenciarla la volverá más central. Buscan evaporarla, y ahora estará en todos lados. En las redes, en las marchas, en los cánticos, en los pasillos del Senado y, sobre todo, en la memoria del pueblo. Evita murió joven y sin embargo está más viva que varios presidentes.
EL ALUVIÓN “GREMLIN”
La metáfora de los Gremlins también funciona para explicar la lógica peronista de la militancia: se puede dividir, enojar, atomizar, pero siempre encuentra una forma de reproducirse.
El pejota, La Cámpora, los gobernadores, los sindicatos, los curas villeros, el Movimiento Evita, los ex montos devenidos armadores, todos tienen su ADN. Uno puede pensar que está enfrentado a una criatura solitaria y controlable, pero cuando le echa agua, aparecen miles. Y todos cantan la marcha. Y todos se acuerdan de Cooke, de Jauretche, de Néstor, de Cristina.
Mojar a los Gremlins es, sin saberlo (o sin importarle) lo que hizo el lawfare. En vez de terminar con una etapa, la están regando. Le dan una nueva épica. Porque si algo sabe el peronismo es cómo resignificar las derrotas. Las convierte en mística. Y de la mística surge el regreso.
Quizás dentro de unos años, cuando alguien pregunte por qué volvió el peronismo, la respuesta no esté en un libro de historia ni en una editorial sesuda. Tal vez alcance con decir: “porque los mojaron”. Y como en la película, la criatura se volvió monstruo, y el monstruo se volvió leyenda.
Nunca mojes a un Gremlin. Y mucho menos, si ese Gremlin canta la marcha.