En 2019, Cristina Noemí “Beba” Rodríguez, trabajadora municipal, fue asesinada por su ex pareja Hugo Ibarra, policía bonaerense, de un disparo en la cabeza frente a toda su familia en un salón de fiestas del partido de Marcos Paz. A 8 años del primer Ni Una Menos, Sofía Rodríguez Ibarra, hija del matrimonio, abrió su corazón para hablar sobre su familia, el femicidio de su mamá y cómo su vida dio un giro de 180° grados tras un trágico hecho que forma parte de la historia sangrienta de la violencia hacia las mujeres en nuestro país.
Eran las 20:56 y en pocos minutos su sobrina, Florencia, entraría a su fiesta de quince. Sofía estaba apurada y le pedía a su marido que conduzca más rápido. Javier pisó con fuerza el acelerador. En el fondo de su corazón lo intuía. Sofía sabía. A unas cuadras de llegar al salón de fiestas vio las terroríficas luces de los patrulleros. Se le heló la sangre. La angustia era cada vez más asfixiante. “¿Habrán robado?”, preguntó su marido, intentado pensar algo menos terrible. Al estacionarse, a unos pocos metros del salón, vio a su hermana llorando desconsolada. No hacía falta que dijera nada, pero sus palabras lo confirmaron: “Hugo mató a mamá”. Hugo Ibarra, su padre, había asesinado a su mamá, Cristina Noemí “Beba” Rodríguez, frente a todos los invitados de un disparo en la cabeza. Con esa frase, su antigua vida se derrumbó para verse obligada a reconstruir una nueva como una hija de una víctima del femicidio.
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Sofía Rodríguez Ibarra tiene 28 años, una hija, un marido, una hermana, una mamá asesinada y un padre preso. Su vida antes de la muerte de su madre está formada por dos etapas: la primera, la de una familia ejemplar, y la segunda, la de la violencia desenfrenada.
“Éramos una familia feliz junto con mi mamá y mi papá”, afirmó en diálogo con Infocielo. Para el exterior, se trataba de esas familias que todo el mundo quiere tener: mamá, papá y un buen pasar económico. Sin embargo, puertas adentro, la agresividad se propagaba en los pequeños actos cotidianos. Sofía, su mamá y su hermana fueron víctimas de una violencia silenciosa que naturalizaron por años y no podían identificar.
“Sinceramente fui muy feliz con los dos”, aseguró. Vivía sus días entre el amor incondicional de su madre, una mujer jovial y comprensiva, y los escasos recursos afectivos de su padre, a quien debía responder exigencias a cambio de regalos materiales.
La joven todavía recuerda aquellas noches mientras preparaban la cena y en las noticias hablaban de femicidios. “Que sorete dejar a los hijos solos. ¿Por qué no agarras tus cosas y te vas?”, esbozaba furiosa. Hugo respondía sin ningún tipo de piedad: “El tipo seguramente había puesto todo en su mujer y tiene que perder todo por culpa de esa hija de puta. Eso te enloquece”.
Tras 28 años de matrimonio, donde la violencia económica, simbólica y las infidelidades por parte de Hugo eran moneda corriente, “Beba” tomó la determinación de separarse. A su vez, meses más tarde, comenzó un nuevo vínculo con un hombre que la amaba, la respetaba y con quien disfrutaba experiencias que jamás antes había vivido.
Esta decisión marcó el comienzo de una vida de violencia irrefrenable. Hugo no concebía la idea de que “Beba” quisiera tener una vida lejos de él y, por ello, comenzó a hostigarla de todas las formas posibles, convirtiendo su existencia en un infierno. “Beba” no se calló y lo denunció. Solicitó una prohibición de acercamiento que Hugo rompió una y mil veces. Pidió que le quitaran el arma reglamentaria que poseía como miembro de la Policía de la provincia de Buenos Aires y que le proveyeran un botón antipánico. Pero la Justicia hizo oídos sordos.
A pesar de todo, Sofía seguía teniendo contacto con su padre, lo visitaba, lo llamaba e intentaba hacerle entender que el vínculo con “Beba” había llegado a su fin. Pero nada funcionaba. “Hugo era incapaz de reflexionar. Era lo que él pensaba y nada más. No podías cambiarle sus ideas. Él no tenía ganas de escuchar otra cosa más que lo que él creía”, contó.
En lugar de detener sus formas violentas, comenzó a amedrentar al resto de su familia. Para proteger de alguna manera a su mamá, Sofía empezó a perseguir a Hugo de la misma manera que él lo hacía con “Beba”. Lo llamaba ciento de veces, lo perseguía y lo asechaba en la calle cuando estaba cerca de su madre.
Ocho días antes de la muerte, Hugo se hizo presente en la casa de la hija mayor de “Beba”, fruto de una relación anterior. “Corran adentro que está mi papá” gritó Sofía alertando a todos. Vivía con miedo porque sabía que él estaba dispuesto a todo. “¿Y qué tiene? Que venga”, respondió “Beba”, llena de coraje. Su hermana arrastró a su madre adentro de la casa. “Vengan no les voy a hacer nada”, contestó Hugo, mientras atinaba a sacar algo, que tiempo después Sofía entendió que se trataba de su arma.
Hugo se fue y Sofía lo llamó por teléfono compulsivamente. Tras decenas de llamadas perdidas, la atendió: “¿Qué querés, hija de puta?”, dijo agresivamente, continuando con irreproducibles frases que le quedaron marcadas a fuego en su memoria.
La vida de Sofía también comenzaba a ser un infierno: vivía aterrorizada y pendiente de su mamá, a quien llamaba constantemente para asegurar que siguiera con vida, ya que pensaba que, en cualquier momento, Hugo patearía la puerta de su departamento y cometería una masacre.
El 17 de mayo, un día antes del asesinato de “Beba”, Sofía pasó todo el día con ella: comieron juntas, se pintaron las uñas, hablaron del cumpleaños de 15 y compartiendo un momento inolvidable. La intuición de Sofía era muy fuerte. “Ma por favor cuídate. ¿Mirá si se le ocurre aparecer en el cumpleaños? Hace una masacre”, alertó. “No, que va a parecer en la fiesta, Sofi. ¿Sos loca vos?”, contestó tratando de calmar a su hija.
Se demostraba confiada y tranquila. A pesar de ello, desde que Sofía y su hermana eran pequeñas, “Beba” había dejado algunas coordenadas por si algo pasaba. La abrazó con fuerza, le dio un beso y, a modo de despedida, le dijo: “Mi chuchichuni de mami. Andá tranquila y no tengas miedo, que el miedo es mal consejero”. Con el corazón en la boca, Sofía volvió a su casa. Al llegar, vio un estado de WhatsApp de su papá que decía: “Gracias a mis amigos por todo lo que me brindaron. Será un hasta siempre”. Inmediatamente, pensó que se quitaría la vida. Sin embargo, se trataba de otro tipo de despedida.
Al día siguiente, cerca de las 21 horas, tal como Sofía intuía, Hugo se hizo presente en la fiesta y amedrentó a “Beba”. “Viste que te encontré, hija de puta”, explotó. Tomó su arma y disparó hacia su cabeza, convirtiéndola en una nueva víctima de femicidio. Una cada 31 horas. Dos años más tarde, Hugo Ibarra fue condenado a cadena perpetua por el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 4 de la ciudad de Mercedes.
Luchar por las que se fueron, por las que están y por las que vendrán
Sofía aún recuerda el frío del pasto luego de quitarse los zapatos y correr desesperadamente hacia el cuerpo de su mamá. Vomitó, gritó y lloró desesperadamente. El sentimiento descarnado de que te arranquen la vida de tu madre en un segundo. Sofía es una hija del femicidio.
Según el Observatorio de las Violencia de Género “Ahora que Sí Nos Ven”, desde el primer Ni Una Menos, cerca de 1932 niños y niñas se quedaron sin madre producto de la violencia de género. A través de políticas públicas y normativas, el Estado busca remediar los daños de la opresión machista, como la Ley Brisa que reconoce el derecho a cobrar una suma mensual y a tener cobertura de salud para las niñas, niños y adolescentes víctimas de violencia familiar. Pero no alcanza. Las políticas públicas llegan tarde, las fuerzas de seguridad son inoperantes y, en algunos casos, cómplices, la Justicia es ineficiente y patriarcal, y la sociedad desacredita a las víctimas. Un andamiaje social, cultural y estatal que no responde a un llamado urgente: las mujeres morimos en manos del patriarcado y si no morimos, nos mata lentamente con cada injusticia.
Sofía no es una niña, aunque se sentía como una cuando su padre decidió sobre la vida de su madre. Ella como cada uno de los hijos de las víctimas de femicidio se ven obligados a reconstruir sus vidas a partir de un hecho trágico, completamente evitable, que desmiembra hasta lo más íntimo.
Ella soñaba en estar junto a su madre en los momentos más cruciales y especiales de su vida, como cuando se recibió de profesora de Literatura, cuando continuó sus estudios en la universidad, cuando terminó su casa o durante su maternidad.
“Es difícil reconstruirte después de esto, porque cada paso que doy pienso qué pensaría mi mamá”, expresó entre lágrimas. “Yo no quería seguir estudiando, no quería seguir con nada. Quería acostarme a dormir y que volviera mi mamá”, agregó.
Desde del asesinato de “Beba”, tuvo que enfrentar muchos monstruos, como el proceso judicial, soportar que los propios compañeros de trabajo de su papá le mostraran el arma homicida, que la foto de su madre muerta circulara por todo Marcos Paz y la mirada vacía de su padre durante el día del juicio.
“Hace poco me puse a escuchar la canción ‘Bailando con tu sombra (Alelí)’, que interpreta Abel Pintos y dice: ‘¿cómo he podido matar a quien me hacía soñar? Mientras lloraba, pensé: ‘Basta de cargar esta mochila que también carga mi marido y mi hija’. Lo que entendí fue que mi mamá me decía: ‘Dale boluda, basta, sé feliz’. Como era ella”, recordó.
Gracias al sostén de su familia y la terapia, Sofía convirtió todo ese dolor e injusticia en lucha. Como docente milita la Educación Sexual Integral en las aulas, enfocándose en crear ámbitos libres de violencias; promueve acciones para que la memoria de su mamá y de las otras mujeres asesinadas por la violencia de género permanezca; y, sobre todo, busca educar a su hija en un ambiente donde el amor y el respeto sean la regla y no la excepción como le sucedió a ella.
“En todos lados me conocen como Sofía Rodríguez Ibarra. Primero el apellido de mi mamá. Pero no me quito el apellido de Hugo, porque es parte de mi historia. No puedo negarme esa parte, porque si no soy consciente de mi historia estoy condenada a repetirla. Yo no quiero que me pase eso y haré todo lo posible porque no suceda. Tampoco quiero negarle una historia a mi hija que le pertenece. Mi mamá fue increíble, pero mi papá no. Entonces ella tiene que saber cuál es su identidad y cuáles son las dos partes de la historia que la atraviesan. ¿Dónde está escrito que si vos naciste en ese contexto te tenés que morir de la misma manera?”, sostuvo.
“Estoy convencida que las generaciones futuras nos van a sobrepasar y van a ser mejores. Ojalá mi hija pueda poner ese ‘No’ por delante, que nunca haga lo que no tiene ganas de hacer. Yo lo que le quiero dejar es que no tenemos que callarnos ante las cosas que nos lastiman y que cuando algo me pasa, no me gusta, me duele o está mal, pueda alzar la voz y tener a quienes la ayuden. La lucha ocurre cuando ya es tarde y si no fuese así no seríamos tantas luchando”, finalizó.
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