Los bostezos entrecortados y la falta de aire encendieron la alarma en Julia: una sensación de ahogo e incertidumbre crearon un combo explosivo que resultó coincidir con lo que más tarde conocería como un “ataque de angustia”. No sentía miedo a una situación particular, sino más bien a perder el control de su propio cuerpo. A no poder respirar. Y a que esa suerte de asfixia pudiera sucederle en cualquier momento y hasta no terminar nunca.
“Mi mamá es psicóloga y descubrió que tenía que ver con un trastorno de ansiedad. Después me enteré de que muchas personas que pasaban por la misma situación terminaban en guardias médicas pensando que eran episodios asmáticos repentinos”, cuenta la joven de 28 años a INFOCIELO.
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Fernando llegó al mismo diagnóstico cuando notó que sus pensamientos estaban siempre alejados del presente. “Llegué a un punto en el cual no disfrutaba nada, ninguna de las cosas que usualmente me divertían me funcionaban, dormía mal, me levantaba siempre a mitad de la noche ”, señala.
Durante muchas de esas madrugadas, su primer pensamiento era la muerte. Después llegaron los ataques de pánico y el sentimiento de haber vivido ya toda su vida. “Me trajo problemas para relacionarme sexualmente porque mis pensamientos siempre se iban a un futuro muy lejano y en donde todo salía mal. Era algo que en general se repetía en todos los escenarios: las ideas yendo a lugares demasiado distantes y negativos”, relata.
Identificando el trastorno de ansiedad
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