Sociedad
IGNORANCIA, COSTUMBRE Y GENTILICIOS

El estigma argentino de ser llamado "ruso" sin ser de Rusia

"Rusos", "gallegos", "turcos", o "tanos" que no son oriundos de ninguna de esas zonas. Una tradición argentina que ahora afecta a quienes no nacieron en Rusia

Argentina es un país muy particular. Le llama "tano" a cualquier italiano aunque no sea "napolitano". "Gallego" a cualquier español o descendiente, aunque nunca haya pisado Galicia. "Turco", a todo nativo o descendiente de árabes, y hasta de los enemigos históricos de Turquía, como los armenios. Y también "ruso" a aquellos que tienen ascendencia no necesariamente en Rusia, sino en toda Europa del este, inclusive en Ucrania, y a veces más... a los judíos, aunque a lo largo de los siglos, la propia Rusia los pueda haber oprimido. Por generalización, en los últimos tiempos también se les dice así a quienes simplemente son rubios.

Este "cambalache" heredado, pero a la vez nunca corregido en casi 150 años desde la inmigración de finales del siglo XIX y principios del XX, es una mezcla de ignorancia, tradición, y ensamble forzoso en una tierra a la que se llamó "crisol de razas", aunque la denominación, a la luz de la historia, le haya quedado grande.

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Hoy, frente al conflicto bélico entre Ucrania y Rusia, son aquellos que cargan con este apodo de "ruso", los que en algunos ámbitos son mirados de reojo por quienes no saben demasiado de la histórica confusión argentina con las nacionalidades, sus gentilicios, y esa manía de usar como nomenclatura de las personas sus orígenes, o aún peor, lo que "parecieran serlo" únicamente por fisonomía, analogía o desconocimiento.

En los barrios de casi todas las ciudades de nuestro país, aún hoy, es habitual que a cualquier chico rubio se le apode "rusito" en términos cariñosos por lo general por esa "debilidad" nacional de gustar tanto de la gente "yubia y de ojos celestes".

No importa si el color de su pelo y lo blanco de su piel sea por cualquier otra razón y no por tener bisabuelos, abuelos o padres venidos de Rusia.

Aunque eso no siempre fue así.

Hasta los años '70 del siglo XX, ser "ruso" en Argentina era sinónimo de ser judío, quizás porque los primeros inmigrantes de ese origen, sí habían llegado expulsados desde Rusia.

Hubo y hay aún muchos rusos famosos que con Rusia no tienen nada en común... más que el seudónimo.

El "ruso" Zielinski, hoy técnico de Estudiantes, paradójicamente comparte una similitud llamativa con el apellido del líder de... Ucrania.

El querido y recordado "Ruso" Prátola, difícilmente haya tenido contactos con Moscú, San Petersburgo o Vladivostok, como tampoco deben haberlo tenido Zywyca, Verea, Ramenzoni, Manusovich, Ribolzi o incluso el "rusito" Ascasibar.

Sin embargo, siempre compartirán gentilicio con los nacidos en la tierra del, hoy cuestionado, Vladimir Putin.

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Así lucían los primeros y verdaderos inmigrantes llegados desde Rusia a la Argentina

Así lucían los primeros y verdaderos inmigrantes llegados desde Rusia a la Argentina

UNA DEFORMACIÓN ARGENTINA YA ANCESTRAL

Las razones de esta denominación a las personas, tan poco precisa, y que en muchos países del mundo podría ser considerada "racista", no tiene netamente un origen de segregación... aunque un poco de eso también hubo.

En realidad, la generalización se produjo bastante por desconocimiento y otro poco para afianzar identidades en un país que aún se estaba armando con una suma limitada de nacionalidades y orígenes.

Los "patricios", con historia en estas tierras desde la época de la colonia, no veían con buenos ojos a los recién arribados del viejo mundo, aunque los necesitaban como mano de obra, y se referían a ellos bastante despectivamente de acuerdo a su procedencia, sin poner nada de hincapié ni empeño en saber si el ruso era ruso, el gallego lo era o, muchas décadas después, en si el oriental, era realmente "chino".

Según una investigación de la BBC: "En Buenos Aires, puerto de entrada de las oleadas de inmigrantes, el 80% de los trabajadores y el 50% de la población en 1914 era extranjera y hablaba diversas lenguas.

Se estaba forjando el llamado crisol de las culturas, lo que en otros lugares como Estados Unidos se conoció como el melting pot.

"Apareció el problema de generar una unidad nacional al estilo francés: en la élite política e intelectual de la época había una fobia étnica al indio, al afroamericano, al descendiente de italianos, al de españoles… Hubo una obligación compulsiva de fundirse y homogeneizarse", les explicó al medio londinense, la profesora de la Universidad de Brasilia, Rita Segato.

"El que mantuvo su marca étnica fue estigmatizado y marcado como "tano", "gallego", "ruso"… el acento era burlado, de manera informal se perseguía la diferencia", añadió la antropóloga.

Con el paso del tiempo, aquellos términos despectivos se mantuvieron y reinventaron, hasta formar parte de la cultura popular argentina, como palabras cariñosas para referirse al otro.

"El horror al exotismo cambia y se vuelve del signo opuesto, los argentinos se empiezan a fascinar por lo diferente con el transcurso de las décadas", dijo en aquella oportunidad la investigadora Rita Segato.

"Cuando Argentina tocó fondo en 2001, el país reconstruyó estructuras colectivistas de amistad, reciprocidad, cooperación. La nación se volvió más amable y empezó a celebrar la diferencia… Lo que habían sido estigmas persecutorios se convirtieron en estigmas amistosos", añadió.

SER "RUSO" NUNCA FUE DESPECTIVO, SALVO AL IGUALARLO A "JUDÍO"

Entre todos los gentilicios poco y nada precisos de la historia argentina, "ruso" nunca fue discriminante, a no ser cuando se le decía así a los judíos de manera hostil, subrayando características estigmatizantes.

Con los años, ese apodo fue mutando hasta convertirse en mayoritariamente ser aplicado por la apariencia física, y no sólo por el sonido del apellido o el acento al hablar.

Hoy ser llamado "ruso" parece tener una nueva implicancia, que sin llegar a ser "cancelatoria", llama la atención a extraños e interlocutores ocasionales, obligando a realizar algunas aclaraciones a quienes portan, desde siempre, ese seudónimo.

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