YPF refinería La Plata: el corazón de la provincia petrolera
Crónica de una recorrida por la Refinería La Plata, el estómago que YPF prepara para explotar Vaca Muerta.
A punto de cumplir sus primeros cien años de vida, la petrolera de bandera YPF enfrenta el doble desafío de recuperarse de los problemas que causó la pandemia por coronavirus y de transformarse para sacarle el mayor provecho a Vaca Muerta, la joya petrolera argentina que impulsa al país hacia el objetivo de la soberanía energética.
A Buenos Aires no suele considerársela entre las provincias petroleras, pero tiene un rol central en esta tarea. En su territorio están las refinerías de Campana, Dock Sud y Bahía Blanca, además de la de La Plata, considerada por lejos la más grande de Argentina y la segunda de Sudamérica. No es de extrañar: se trata de una verdadera ciudad, erigida en el límite de tres ciudades, con una extensión de 350 hectáreas y una población estable de 4 mil almas trabajadoras, donde se produce el 60 por ciento de los combustibles de YPF.
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Todo dentro de ese monstruo de torres, chimeneas y caños que rugen y respiran es inmenso, todo se mide en millones: los litros, los barriles, los dólares que genera y que demanda. Situarse desde la escala humana es un desafío imposible: ¿Cuánto espacio ocupan los 30 millones de litros de combustible que se producen a diario? ¿Cómo se ven los 3 mil kilómetros de ductos que llevan y traen el petróleo crudo y sus derivados? ¿Cuántos billetes son 8 mil millones de dólares que se estima que vale?
Tres mil metros de caños que nadie puede abrazar
El petróleo crudo llega a La Plata a través de oleoductos. Más de la mitad proviene de la cuenca del Golfo San Jorge, entre Santa Cruz y Chubut, y de la cuenca austral. Se extrae y se sube a buques que lo descargan en Puerto Rosales, y se bombea hasta el Río de la Plata. El resto proviene de la cuenca neuquina, y allí Vaca Muerta, con su petróleo extra ligero, gana volumen a diario: hoy representa el 70 por ciento.
Carlos Benito es el hombre de la logística y las cifras no parecen asustarlo. Habla con naturalidad, aunque dar un paso atrás y ver el panorama completo permiten ver que decir que el petróleo “llega” es simplificar la cuestión hasta un extremo. Se mueve, sí, por que se lo bombea a través de ductos de 32 pulgadas de diámetro, más de lo que un ser humano puede abrazar, a razón de 2.200 metros cúbicos por hora. Hay siete estaciones de bombeo ubicadas estratégicamente para superar los desniveles del suelo. Las bombas, como toda la refinería, nunca paran de trabajar.
Tampoco pueden descansar quienes monitorean a diario para que no haya pérdidas, aunque la electrónica y las computadoras hacen la mayor parte de ese trabajo. Hay sistemas de control volumétricos para detectar hasta la más ínfima pinchadura. La cabecera, ubicada en avenida 60, controla y opera 3 mil kilómetros de cañerías: las que entran y las que salen.
Un estómago nuevo para la Vaca Muerta
Así como el estómago de una vaca tiene compartimientos con funciones diferenciadas para digerir pasturas, el proceso de refinación tiene varias etapas y de él surgen distintos productos: nafta, gas oil, lubricantes, asfalto, insumos para la industria plástica y varios más. La obsesión de YPF es agregarles la mayor cantidad de valor. Todo se transforma, casi nada se pierde.
La refinería La Plata tiene 26 plantas. Algunas sirven para separar las impurezas y calientan el petróleo hasta más de 300 grados centígrados; otras son torres altísimas que separan los componentes y los envían a sus respectivos procesos de producción. “Se aprovecha hasta el fondo del barril para obtener productos de alto valor”, asegura Manuel Alardi, autodefinido como “bicho refinador”, al pie de la planta Topping D, que opera en carácter de jefe.
Hace 96 años, cuando la Refinería La Plata empezó a funcionar, sólo contaba con una Unidad de Destilación Primaria, la Usina de producción de vapor y una Planta de Refinación de Kerosene. Las cosas cambiaron, más que nada para satisfacer demandas ambientales. Tienen que seguir cambiando.
Es que Vaca Muerta pide pista. Desde la joya de la cuenca neuquina llega crudo no convencional, “extra ligero”, del que se pueden extraer mayormente naftas. La planta está diseñada para refinar petróleo convencional, por lo que hoy se produce un cuello de botella que sólo se puede subsanar con inversiones.
Actualmente en la planta Topping D se está ejecutando una obra clave para incrementar la producción un 25 por ciento: cuesta 130 millones de dólares. Fue dicho: los números impresionan. No a Pablo Rizzo, gerente del complejo industrial, que maneja un presupuesto anual para obras del orden de 140 millones de dólares por año.
También están previstas mejoras en la planta Topping 4 e inversiones para reducir las emisiones de gases contaminantes en la etapa de hidrotratamiento. Las plantas entran y salen de paro para hacerles mantenimiento a fondo y ponerlas a funcionar a todo vapor.
La unidad de cracking catalítico A se construyó en 1955, pero se la reacondicionó a nuevo tras un paro que duró meses. Mediante altas temperaturas -más de 700 grados- y el uso de catalizadores -en este caso una arena muy fina- rompe las moléculas de hidrocarburos en cadenas más chicas. De ahí surge desde desde gas liviano -metano y etano-, que se usa para quemar en hornos de refinería, hasta la nafta de aviones.
La planta es imponente pero se opera con un staff de cinco personas que toman lecturas y realizan tareas manuales. La tratan como si fuera un ser vivo: “hay que escucharla y sentirla con los cinco sentidos”, explica Alejandro Morató, el jefe, con un gesto romántico que se adivina detrás del casco, las antiparras y el barbijo de rigor.
Vaca Muerta, pandemia y después
La refinería La Plata despacha en promedio unos 120 camiones de 35 mil litros por día con combustibles y otros 50 con asfalto. Desde la triple frontera platense, ensenadense y berissense se cubre la demanda energética de casi toda la provincia de Buenos Aires, Mesopotamia y la Patagonia. De allí sale el 41 por ciento de las naftas que se elaboran el el país y el 39 por ciento del gas oil.
Durante la pandemia, los niveles de producción se desplomaron por la abrupta caída en la demanda, especialmente de naftas, ya que el campo y las industrias siguieron consumiendo gas oil o fuel oil. Como la refinación es un proceso integrado, no se puede producir uno sin el otro. Dejar de extraer de los pozos tampoco es una opción. Ese fue un verdadero problema.
“Fue muy estresante”, admite con un gesto que lo dice todo Pablo Rizzo, gerente del complejo industrial YPF, desde la cabecera de una mesa, frente a una docena de periodistas. Tiene 26 años en el negocio, es ingeniero en petróleo, especialista en materia de seguridad y dejó atrás 11 años en Plaza Huincul para mudarse a La Plata. Si él lo dice, debe ser verdad.
La logística se exprimió al máximo para almacenar un producto que no se vendía. YPF llegó a utilizar el poliducto que une La Matanza con Junín a modo de tanque de nafta subterráneo. No fue un problema local: la caída de la demanda provocó una crisis global y el precio del barril se desplomó a números negativos.
Los desafíos que impuso la pandemia van quedando atrás, pero se renuevan a diario. La llegada de la temporada de verano y los “éxodos” turísticos obligarán a YPF a abastecer a la Costa Atlántica y a otros puntos estratégicos de manera continua. Ese es el corto plazo: el mediano plazo es Vaca Muerta, la oportuncrisis.
Hoy, YPF compra sólo el 20 por ciento del crudo que refina. El ritmo de producción de la cuenca neuquina hace prever que para 2023 sea autosustentable y sólo ocasionalmente deba salir al mercado. Para 2024 se plantea la posibilidad de exportar a Chile. La soberanía energética parece al alcance de la mano y la provincia de Buenos Aires, con su importante rol en materia de producción y distribución de combustibles, juega un rol clave.
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