Hace hoy 44 años, la Plaza de San Pedro fue testigo de un atentado que conmocionó al mundo: Juan Pablo II cayó herido por los disparos de Mehmet Ali Agca, un terrorista ultranacionalista turco vinculado a los Lobos Grises, un grupo fascista y violento de extrema derecha.
Pero lo que pocos recuerdan —o prefieren olvidar— es que no fue un hecho aislado. Un año después, en el santuario de Fátima, otro extremista de derecha, el sacerdote español Juan Fernández Krohn, intentó asesinar al Papa con una bayoneta. Dos ataques, un mismo patrón: el fanatismo de ultraderecha contra un pontífice que, para ellos, representaba una amenaza.
El ataque de 1981: la mano del anticomunismo turco
El 13 de mayo de 1981, mientras Juan Pablo II saludaba a los fieles en su papamóvil, Agca, un militante de los Lobos Grises —organización paramilitar turca aliada a regímenes anticomunistas— disparó cuatro veces contra él. Aunque durante años se especuló con teorías sobre conspiraciones soviéticas o búlgaras, la realidad es que Agca provenía de un entorno ultranacionalista, anticomunista y profundamente violento.
Los Lobos Grises, vinculados a la OTAN y a sectores de la derecha turca, habían cometido numerosos asesinatos políticos, incluyendo el del periodista Abdi İpekçi. Agca no era un lobo solitario: formaba parte de una estructura terrorista de derecha que operaba con impunidad.
A pesar de esto, el relato dominante ignoró su ideología, prefiriendo centrarse en supuestos “intereses oscuros” sin nombrar claramente el fascismo que lo motivó.
1982: otro ataque de la derecha violenta desde el integrismo católico
Un año después, el 12 de mayo de 1982, Juan Pablo II viajó a Fátima para agradecer a la Virgen por haber sobrevivido al atentado. Pero allí lo esperaba Juan Fernández Krohn, un sacerdote integrista español que lo acusaba de “traidor” por el Concilio Vaticano II y su supuesta “connivencia con el comunismo”.
Krohn, un extremista de derecha vinculado a sectores tradicionalistas que rechazaban las reformas de la Iglesia, intentó apuñalarlo con una bayoneta. Su perfil era claro: ultraconservador, antidemocrático y violento.
El silencio sobre la ultraderecha como instigadora
A pesar de la evidencia, el papel de la ultraderecha en ambos atentados fue sistemáticamente minimizado. Mientras que los ataques de grupos de izquierda eran (y aún son) rápidamente etiquetados como “terrorismo”, estos crímenes de fanáticos de derecha se narran como hechos aislados, desconectados de una ideología.
Agca y Krohn no eran “locos sueltos”: eran producto de movimientos fascistas y reaccionarios que promovían la violencia contra quienes consideraban enemigos. Sin embargo, durante décadas, los medios y las narrativas oficiales evitaron señalar esta conexión.
El perdón del Papa y la justicia pendiente
Juan Pablo II perdonó a Agca en un gesto que dio la vuelta al mundo, pero nunca hubo una condena clara a las redes ultraderechistas que lo armaron. El cura Krohn, por su parte, cumplió apenas una fracción de su condena.
Hoy, Agca vive en Estambul, dedicado al cuidado de animales, mientras que Krohn siguió vinculado a círculos ultraconservadores. Pero la historia sigue sin reconocer plenamente que ambos atentados fueron perpetrados por fanáticos de derecha, un hecho que muchos prefieren olvidar.
La bala en la corona de la Virgen de Fátima (como homenaje del ahora Santo Juan Pablo II) sigue ahí, pero la memoria de quienes realmente quisieron matar al Papa fue convenientemente desdibujada.