La campaña no terminó para Javier Milei, luego de un mes y medio de presidencia. El ceño fruncido, el mentón inclinado y la mirada hacia arriba ya no son más una pose sino su marca de gestión. Una estética vampiresa digna de quien prometió un ajuste más profundo al exigido por el FMI, el cual se desvela ahora por conseguir. Un traje a medida de las performances que encarnaba tiempo atrás disfrazado de superhéroe moliendo a palos a una maqueta del Banco Central, porque bien sabe que su proyecto de refundación de la Argentina se disputa tanto en la arena política como cultural. Es la capa con la que intenta cumplir con su reforma del Estado y la destrucción de sus capacidades. Para lo cual, sin embargo, requiere por el momento del propio Estado, de sus herramientas y de sus actores, y he aquí su principal problema programático.
La deriva parlamentaria en la que ha entrado su mega proyecto de Ley Ómnibus, en medio de una flagrante pelea con los gobernadores, en suma a la significativa movilización del 24 de enero del sindicalismo -en conjunto con sectores de la oposición y los movimientos sociales, culturales y de derechos humanos-, obligan a Milei a reforzar su carácter caricaturesco. Sus tácticas equívocas promueven al personaje, lo reflejan y a la vez lo complementan.
Tras la conformación de su Gabinete, en la que optó por ponerle ciertos límites a su affaire con el ex presidente Mauricio Macri -para su propia preservación, claro-, en especial con la designación de Martín Menem en la línea sucesoria en rechazo de la postulación del diputado Cristian Ritondo, el Presidente apela al atractivo que lo convirtió en algo más que un economista con rating televisivo, en tanto fuente de poder. Por ello, la insistencia en el dato falso, la bravuconada o la extorsión, y en solo 45 días el Gobierno acusó a legisladores de coimeros, se burló de la prensa y amenazó a gobernadores con desfinanciar sus provincias.
El estilo desembozado que Javier Milei mostró en campaña es entonces su forma de gobierno, tal como reproducen sus ministros y funcionarios. Como no podía ser de otra manera, fue su ministro de Economía quien mejor aplicó el mensaje en su tuit del pasado miércoles, en el mismo momento en el que la Plaza del Congreso se encontraba repleta de gente en rechazo a sus medidas, junto a las cinco cuadras que la separan de la Av. 9 de Julio, además de sus calles adyacentes. Poco después de las dos de la tarde, cuando en la plaza la multitud se aprestaba a escuchar a los líderes de la CGT, el ministro Caputo disparó: “Hoy mantuve reunión con el secretario de Hacienda y la subsecretaria de Provincias para delinear todas las partidas provinciales que se recortarán inmediatamente si alguno de los artículos económicos es rechazado.” Y en un esfuerzo de sociopatía moderna, agregó: “No es una amenaza, es la confirmación que vamos a cumplir con el mandato”.
La afrenta contra el federalismo se hizo carne al día siguiente con la filtración de las declaraciones del Presidente durante una reunión de Gabinete -“los voy a fundir a todos”, trascendió-, y promete continuar aún tras el retiro del paquete fiscal del proyecto de Ley Ómnibus. Mientras desde los sectores del PRO, la UCR y Hacemos que le dieron dictamen al proyecto impulsan una coalición de gobierno, Javier Milei la soslaya incluso a costa de verse como perdedor en la batalla legislativa. Lo que plantea un nuevo esfuerzo de retórica, como cuando en una entrevista dijo días atrás que “no negocia” con opositores y ante la repregunta de la periodista Patricia Janiot sobre por qué habían modificado cien artículos, este contestó: “Hay algunas mejoras”.
Del Peluca a Trump
El tono desembozado no es una novedad y fue puesto en escena con particular desenfado por Donald Trump durante su (¿primera?) presidencia de Estados Unidos. Así como los objetivos de sus diatribas eran semejantes a las de su par criollo: la elite gobernante (la casta) y la prensa como enemiga del pueblo (periodistas ensobrados), de modo particular. Inclusive, el principal consejero de Trump, Steve Bannon, explicó las designaciones de su Gabinete del siguiente modo: “fueron elegidos por una razón, la deconstrucción del estado administrativo”.
La sintonía entre el argentino y el norteamericano corresponde a la base doctrinaria del populismo de derecha formulada por Murray Rohtbar, el economista estadounidense crítico del globalismo de los 90´, a quien Milei homenajeó poniéndole su nombre a un clon de su perro Conan. Más allá de la anécdota, hasta el momento es toda la similitud con el nuevamente candidato a presidente de Estados Unidos, quien debió enfrentar un auténtico periodismo de guerra muy lejano al tratamiento que en el país le ofrecen los medios locales a Milei.
En 2017, al cabo del primer mes de gestión del republicano, el periodista independiente Matt Taibbi afirmaba que “un presidente como Trump puede tener gran impacto incluso si no logra aprobar ninguna de sus leyes, simplemente por presentar la estupidez como una fuerza revolucionaria.” El desconocimiento del resultado de las elecciones 2020 y el intento de toma del Capitolio, así como sus certeras chances de volver este año a la Casa Blanca, completan el fenómeno Trump, y frente a ello, el temor demostrado por relevantes líderes de opinión como el analista neoconservador Robert Kagan, quien en un artículo en el Washington Post advirtió “buenas chances” de que su segundo mandato se convierta en una dictadura.
“Occidente está en peligro”, afirmó Milei por su parte en su ponencia en Davos, pero en las antípodas de los temores del otrora asesor de George W. Bush y John McCain, el presidente argentino se refirió al “avance de las ideas socialistas” en el mundo.
Ineptitud o estrategia
La pregunta de si es o se hace es una que sobrevoló a todos los populistas de derecha de este siglo XXI, posiblemente por sus estilos desembozados. La afrenta, las acusaciones y la violencia verbal, si bien conectan con su público son percibidas de distintas maneras y muchas veces se olvida que son parte constitutiva del mensaje. En el caso de Javier Milei, parece mostrar un doble juego, en el marco de una crítica situación económica y social, y a sabida cuenta de su debilidad política.
“Creemos que hay chance de que salga, la política obviamente hace su juego miserable, y en ese juego miserable, cuando la política mete la cola -que bien vale la analogía-, evidentemente el mercado pasa la factura y hoy eso se manifiesta en la brecha cambiaria”, le dijo Milei a la periodista Janiot sobre la Ley Ómnibus antes de la huelga del miércoles y de que Caputo anunciara el viernes el retiro del proyecto del capítulo sobre retenciones, las modificaciones en los impuestos a los Bienes Personales y en Ganancias, como el blanqueo, entre otros puntos.
Luego de la suspensión del tratamiento en la Cámara de Diputados del proyecto de Ley Ómnibus, el Gobierno busca de ese modo conseguir para el martes próximo los votos para sus otros importantes capítulos, tales como la delegación de facultades extraordinarias, el destino del Fondo de Garantía de Sustentabilidad y la privatización de empresas públicas. Y si bien hasta el momento quedó clara la ineptitud del oficialismo en múltiples aspectos del quehacer político, más nadie puede asegurar si el Presidente descartó su voluntad de dolarizar la economía argentina, como él mismo continúa sosteniendo.
En definitiva, el doble juego de Milei se da a luz de los resultados de su acción o inacción política, ya que si su proyecto de reorganización nacional no alcanza la aprobación de sus puntos más relevantes, el Presidente podrá echar culpas una vez más de la acelerada dinámica inflacionaria a la mentada casta política. Un hilo fino que no parece presentar mucha resistencia de cara a los meses de marzo y abril, cuando el mercado ya anticipa una nueva devaluación, y ésta una nueva corrida de precios.
En su panic show, sea Javier Milei un león rugiente -como gusta representarse- con poderes extraordinarios y nada republicanos, o bien un gatito mimoso -como marcan sus detractores- de los poderes corporativos tanto locales como extranjeros; sea un estratega o bien un dogmático amateur en la política, revela una auténtica eficacia para la destrucción prometida del Estado argentino tal como se lo conoce, y con ello de las relaciones entre sus habitantes.