El estereotipo del funcionario público que construyen algunos medios, a caballo de los sinsabores que acumulan generaciones de argentinos, es el de un tipo que sonríe y abraza en la buena y que se esconde en las malas. La realidad suele ser otra. En la provincia de Buenos Aires, con 135 municipios, muchos intendentes le ponen el cuerpo a las crisis, incluso poniendo en riesgo su salud. Así lo cuenta Francisco Echarren, de Castelli, una pequeña ciudad que fue castigada el último fin de semana con una lluvia histórica, comparada a la que sumergió a La Plata en 2013.
Echarren recibe a INFOCIELO en su despacho después de firmar un acuerdo con la Autoridad del Agua bonaerense para trabajar en obras hídricas. Se lo ve cansado, a pesar de que es joven y bastante activo.
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-¿Cuánto hace que no dormís? ¿Cuánto dormiste anoche?
-Ayer fue el primer día que pude dormir bien, me mediqué porque estoy engripado.
-Contame cómo fueron las últimas 72 horas.
-El sábado comenzó 15.30, esperábamos un pico de 150 milímetros, habíamos estado en la base de Defensa Civil programando las tareas de emergencia. Llovió más del doble: 348 milímetros, el 30 por ciento de la media anual, con un aditivo: tenemos cuatro estaciones de bombeo muy potentes para estos casos, y, producto de la tormenta, se cortó la luz, y no se podían poner en funcionamiento. Fue el combo perfecto.
-¿Vos dónde estabas?
Estaba en la casa de mi vieja, como la mayoría de los fines de semana, almorzando con ella. Cuando uno es intendente observa otras cosas. Cuando vi que la lluvia no paraba llamé al secretario vial, lo pasé a buscar y fuimos a Defensa Civil. Pensé que iba un ratito y me quedé hasta las 2.30 de la mañana, mojado, atendiendo a la gente, recibiendo llamados. Esto nunca había pasado en Castelli, la pasamos mal pero el balance es que fue una desgracia con suerte. Nos queda asistir a la gente, pero no tuvimos víctimas ni daños graves.
El relato en primera persona del intendente de Castelli, Francisco Echarren, tras las lluvias del último fin de semana
El agua desató una crisis y la crisis desencadenó emociones. La sorpresa frente al fenómeno imprevisto (“La lluvia no nos dejaba ver a un metro”), la desesperación ante el panorama de una ciudad bajo el agua (“No nos puede estar pasando esto”), o frente al corte de luz que impedía poner en marcha el sistema de bombeo o cuando se veía que el agua entraba a las casas, y el alivio que surge de ver que en pocas horas la ciudad luce prácticamente desagotada.
“Éramos más de 250 personas trabajando en todos los frentes, cerca de cada familia. Tuvimos por primera vez casi 300 evacuados, que es muchísimo para Castelli. Pero 48 horas después recorrés la ciudad y parece que nunca hubo una lluvia”, narra el intendente, que considera que la ciudad y su gestión “pasó una prueba”.
Pero el domingo, menos de 24 horas más tarde, volvió la lluvia. “Cuando empezábamos a relajarnos porque las bombas sacaban el agua, volvió a llover. Y ya no es lo mismo, te predispone de una manera distinta; te queda como un trauma”, admite.
Francisco Echarren: La política que agobia y que abraza
Francisco Echarren lleva 9 años gobernando. Arrancó a los 31 años, en 2011, con los últimos años de kirchnerismo. Los últimos cuatro años fueron de crisis económica y los últimos dos de pandemia.
Ese proceso lo lleva a una conclusión: “La función te enseña cosas y te modifica cuestiones que tienen que ver con la mirada de la realidad y sobre vos mismo”, considera.
El tipo que redujo a su mínima expresión al déficit habitacional de su ciudad, que refundó un cine, lanzó un instituto de Tecnología y hasta recuperó una laguna habla de “agobio”, pero no parece que se ajustara del todo, porque la pasión perdura. “La política, cuando uno la abraza, es una forma de vida, no es un trabajo. Te atraviesa tu vida, y atraviesa tu familia”, se justifica.
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