Hay frases que deberían estar prohibidas para ciertos personajes. Palabras que, en contextos específicos, dejan de ser metáforas y se transforman en obscenidades. En el Día del Amigo, la vicepresidenta Victoria Villarruel —admiradora confesa de represores, revisionista negacionista, y vocera indisimulada del terrorismo de Estado— decidió regalarle al país un mensaje que en cualquier otra boca habría pasado por emotivo, pero que en la suya se convierte en una daga cargada de historia, cinismo y sangre.
Dice Villarruel: “La amistad verdadera no necesita ruidos ni multitudes. Se basa en la lealtad, el respeto y el coraje de estar presente cuando muchos eligen desaparecer.”
Eligen desaparecer…
¿Quién puede usar esa frase en Argentina sin sonrojarse, sin que le tiemble el pulso, sin que se le quiebre la voz, en donde 30.000 personas no “eligieron desaparecer” sino que fueron secuestradas, torturadas y asesinadas por un aparato estatal clandestino que Villarruel sigue defendiendo con tenacidad patológica?
¿Qué clase de desdén hay que tener por la historia y por la memoria para envolver semejante eufemismo en “papel celofán” de Día del Amigo?
Villarruel no ignora el peso de las palabras. Lo suyo no es inocencia ni torpeza: es provocación deliberada, es cinismo sofisticado, es crueldad con corbata.
En su léxico, los desaparecidos se convierten en desertores voluntarios. La verdad, en versión reversa, se presenta como heroísmo. Y mientras se llena la boca hablando de lealtad y respeto, ensucia la memoria de miles de familias que todavía buscan un recuerdo, una foto, una certeza.
Lo suyo no es ideología: es una ética invertida, una moral deforme que pone al represor como víctima y a la víctima como culpable.
OTRO GUIÑO: A SU EX AMIGO PRESIDENTE
Tampoco es casual que hable de “estar presente” en medio de una guerra declarada entre su figura y la del presidente que la llevó a ese cargo. Javier Milei, su otrora partenaire de escena y grito, ahora la ve como una traidora; ella, como un bufón perdido en una cruzada mesiánica.
En su frase hay, también, una daga dirigida al monigote libertario que la abandonó en su afán de monarquía sin reina. Su “verdadera amistad” exige presencia, no traición. Su crítica camuflada es clara: Milei eligió desaparecer —no de la historia, claro, sino de la política compartida. Ya no le sirve. Ya no la necesita. Y ella lo sabe.
La señora Villarruel quiere vestirse de intelectual cuando en realidad apenas oficia de curadora de una estética del horror. Usa palabras grandes con manos manchadas.
Habla de coraje y presencia, pero no tuvo el coraje de condenar a Videla, ni la presencia para asistir a un juicio por delitos de lesa humanidad sin poner el cuerpo del lado equivocado de la historia.
VILLARRUEL: UN BILLETE DE 3 DÓLARES
Quizás en algún lugar crea que está escribiendo su propia versión del Martín Fierro, donde el amigo leal no es el que denuncia la injusticia sino el que la acompaña y la justifica. Pero su literatura es de plomo, su prosa huele a sótano húmedo, y sus metáforas siguen escondiendo armas.
Es cierto, Villarruel: hay quienes eligen desaparecer. Usted, por ejemplo, eligió desaparecer del campo de la decencia, de la ética republicana, de los valores democráticos.
Optó por sumarse al bando de los cómplices, de los desmemoriados voluntarios, de los cínicos con micrófono. Y lo hace con una sonrisa. No es ignorancia: es perversión consciente.
No se equivoque. No nos confunda. No es amistad lo suyo. Lo suyo es fidelidad a una causa siniestra. Y no hay abrazo ni saludo que logre borrar esa huella.