En un arrebato de sinceridad brutal, Demian Reidel, jefe del Consejo de Asesores del presidente Javier Milei, expresó en un foro de empresarios e inversionistas lo que subyace en el ideario del oficialismo: “El único problema de Argentina es que está poblada por argentinos”.
La frase, más que una simple provocación, es una confesión de parte. Un reconocimiento explícito de la doctrina que guía al gobierno libertario: administrar un país al que desprecian, gobernar sobre una sociedad a la que repudian y aplicar un modelo económico diseñado para satisfacer a quienes miran a la Argentina desde afuera, no a quienes la habitan.
EL CURRICULUM DEL ASESOR REIDEL
No es un outsider sin peso político ni un polemista de ocasión. Su formación en JP Morgan y Goldman Sachs, su trayectoria como banquero y su posición como cerebro económico de La Libertad Avanza convierten a Demian Reidel en una de las voces más influyentes del actual gobierno.
Sus palabras no son un desliz, sino el reflejo más nítido del pensamiento que Milei y su círculo íntimo comparten en privado y, cada vez más, en público.
El contexto de sus declaraciones no es menor. La frase fue dicha en la tercera edición del Latam Forum, un evento organizado por el Foro Económico Internacional de las Américas (IEFA), donde se reunieron empresarios y especialistas para debatir sobre inversiones en la región.
Allí, Reidel celebró la abundancia de recursos naturales y estratégicos que posee Argentina, pero lamentó que estos estuvieran en manos de argentinos. La conclusión es tan clara como aterradora: la riqueza está, pero el problema son sus habitantes.
Este razonamiento no es nuevo. Es la esencia misma del pensamiento colonialista, que históricamente ha despreciado a los pueblos que habitan las tierras ricas en recursos y siempre ve en ellos un obstáculo para la explotación eficiente de esas riquezas.
La diferencia es que ahora esta lógica es esgrimida por un gobierno elegido democráticamente, que no solo se avergüenza de su pueblo sino que lo considera el principal impedimento para la concreción de su proyecto económico.
El desprecio que Milei y su gabinete sienten por los argentinos no es una inferencia ni una interpretación exagerada. Está en sus discursos, en sus decisiones de gobierno y, sobre todo, en sus prioridades.
La reducción del Estado, el ajuste brutal, la entrega de recursos estratégicos a corporaciones extranjeras y el desmantelamiento de derechos laborales y sociales no son simples medidas económicas; son herramientas para debilitar a esa población que consideran “indeseable”.
Gobernar para los mercados, no para la gente
Conducen un país que detestan y lo hacen con la convicción de que los argentinos no merecen ser dueños de su propio destino. Si Reidel ve en la población un problema, es porque en su esquema ideológico el país ideal sería uno sin argentinos. Bajo esta lógica, el ciudadano promedio no es un sujeto de derechos, sino un estorbo.
No es casualidad que este desprecio se haga explícito en un evento destinado a atraer inversiones extranjeras. La administración Milei no gobierna para los argentinos, sino para el mercado.
Su éxito no se mide en calidad de vida, en empleo o en bienestar social, sino en la confianza de los fondos de inversión y en la rentabilidad de quienes explotan los recursos del país. En este esquema, los ciudadanos son, en el mejor de los casos, fuerza laboral barata y, en el peor, un problema a erradicar.
La frase de Reidel, más que una provocación, es una síntesis perfecta del proyecto de Milei: deshacerse de los argentinos como sujetos políticos y reducirlos a meros consumidores o mano de obra precarizada.
No es solo un ataque a la identidad nacional, sino un proyecto de gobierno basado en el desprecio absoluto por la sociedad que lo votó. Una paradoja tan brutal como evidente: gobiernan para destruir aún a quienes los llevaron al poder.