El peligroso silencio de los periodistas y los medios frente a la violencia de Javier Milei
Javier Milei descalifica; los medios y los periodistas callan. Se sienta un antecedente peligroso: ¿Qué pasará cuando otro gobierno actúe igual?
El pasado sábado, en un escenario montado en el Parque Lezama, el presidente Javier Milei y su hermana, Karina Milei, volvieron a dejar en claro una constante de su gobierno: la confrontación abierta con la prensa. Frente a un público fervoroso de alrededor de 5.500 personas, el mandatario profundizó sus ya habituales ataques a los medios de comunicación, a quienes acusa de conspirar contra su gestión, a excepción de un puñado de periodistas que le son cercanos o abiertamente favorables.
Este patrón de agresiones y desprecio hacia la prensa independiente no es nuevo; pero en esta ocasión, Milei redobló la apuesta con un elogio explícito a comunicadores afines, como Esteban Trebucq, mientras vilipendiaba al resto del periodismo, acusándolo de "mentirle al pueblo" y de operar en su contra.
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Lo sorprendente, sin embargo, no son ya las palabras del presidente, sino la casi absoluta pasividad del aglomerado periodístico ante estos embates.
El que calla otorga
A pesar de los reiterados ataques, los medios y los comunicadores en general han reaccionado con una mezcla de estoicismo y silencio, como si aceptaran de manera resignada este maltrato constante también desde estrados públicos.
Es llamativo cómo la prensa argentina, históricamente aguerrida y defensora de sus derechos, ejerciendo su cuota de poder de manera activa ante mandatarios anteriores, parece hoy dispuesta a soportar lo que, en otros tiempos, habría generado un fuerte rechazo, embates desde sus páginas y micrófonos, y una respuesta unificada.
¿Por qué, entonces, los periodistas y los grandes medios permanecen aún en este sonoro silencio, o expresiones aisladas y timoratas, frente a la agresión verbal del presidente?
Una de las hipótesis más plausibles radica en el temor. El miedo a represalias, en un contexto donde se sospecha que fondos reservados y recursos de empresas estatales como YPF podrían estar siendo utilizados para financiar a ciertos periodistas que mantienen una línea editorial favorable al gobierno, parece haber paralizado cualquier tipo de reacción colectiva.
El temor a perder pauta publicitaria, incluso cuando esta llega de manera poco transparente, parece haber eclipsado la valentía que en otras épocas caracterizó al periodismo argentino. O quizás el deseo de que negocios paralelos al periodismo de parte de las empresas más importantes, puedan continuar siendo "concedidos" por este gobierno de turno como compensación "fuera del radar" y el escrutinio público.
Por eso quizás no se trata solo de miedo. También hay quienes sugieren que la inacción de los medios responde a una especie de convivencia tácita con el poder, un pacto no escrito que implica callar para no sufrir las consecuencias.
Un antecedente peligroso
Este comportamiento no solo socava la credibilidad de la prensa, sino que establece un precedente nefasto: si los medios aceptan ser denostados y humillados públicamente por un presidente sin emitir siquiera una queja, ¿qué pueden esperar los futuros gobiernos? ¿Cómo se posicionarán los medios en el futuro cuando otros líderes políticos utilicen los mismos métodos que Milei para desacreditar a la prensa?
El maltrato hacia el periodismo no es un fenómeno exclusivo de Argentina ni de este gobierno, pero lo que resulta verdaderamente alarmante es la normalización de esta violencia simbólica. A Cristina Kirchner se le impuso una acción corporativa en reclamo de conferencias de prensa. "Queremos preguntar", dijeron al unísono medios y periodistas. A Mauricio Macri no se le perdonaron desplantes y destratos mucho menos violentos que pasan sin sanción cuando provienen de Javier Milei.
No solo hablamos de palabras ofensivas o acusaciones infundadas, sino de un desprecio que raya en la paranoia, donde cualquier voz crítica es tildada de "vendida" o "cómplice" de una conspiración imaginaria para destruir el gobierno.
Esta actitud no solo erosiona la relación entre el gobierno y los medios, sino que también afecta gravemente la confianza pública en el periodismo, un pilar fundamental de la democracia.
El hecho de que Milei insista en desmentir datos económicos proporcionados por organismos como el INDEC o analistas privados, basándose en números que parecen sacados de teorías personalisimas e imaginarias, agrava aún más la situación.
A cada intervención del presidente, los medios parecen perder terreno en su capacidad de cuestionar y contrastar la información oficial, debilitando así su rol fiscalizador.
Alzar la voz
En este contexto, el periodismo argentino se enfrenta a un dilema crucial: o bien decide romper con este silencio cómplice y levantar la voz en defensa de su independencia y de su rol en la sociedad, o bien se resigna a una convivencia cómoda pero peligrosa con un gobierno que lo desprecia y lo ataca sistemáticamente, que le moja la oreja mientras le acaricia el trasero.
El problema entonces, no radica solo en las palabras de Milei, sino en la falta de una respuesta contundente y unificada por parte del periodismo independiente.
No podemos olvidar que la libertad de prensa no es solo un derecho de los periodistas, sino un derecho de toda la sociedad a estar informada.
Si permitimos que un presidente humille y desacredite a la prensa sin consecuencias, estaremos socavando una de las bases más importantes de nuestra democracia. Es hora de que el periodismo sin temores ni complicidad recupere su voz y su lugar como defensor de la verdad, antes de que sea demasiado tarde.
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