Sociedad
Marcela Feudale en Roma

En primera persona, un recorrido por la “Ciudad Eterna” y el conmovedor encuentro con el Papa Francisco

Podés llegar a Roma, o despertar a la vida en ella. Acá, en Roma, pasa de todo y cada paso que das, cada lugar que espiás, es el paso del tiempo, el transcurrir de la humanidad. Y no es broma. Todo eso es Roma, con un plus, el Santo Padre, es argentino. “Somos de Argentina. Te quiero Francisco” le dije emocionada, y él sonriendo respondió “Recen por mí”. Por Marcela Feudale

Acá pasas por donde se supone que nació Rómulo, por donde martirizaron a Santa Inés, por la tumba de San Pedro, por el lugar donde Michelangelo se colgó con su andamio para bocetar y pintar El Juicio Final. Acá Rafael pintó salas de lo que hoy es la Sede del Vaticano. Acá el pasado te habla. Llevo 6 días caminándola en esta segunda vez y no puedo con ella. Me supera. Me hace amarla. Con su ropa colgando de los balcones, con sus habitantes ruidosos y gritones, por momentos tan argentinos.

El martes 3 llegué y sabía que algo me esperaba. Monseñor Karcher me habia preparado “la Busta” (el sobre) con tres entradas para asistir a la Audiencia General del 4 de abril en Plaza San Pedro donde Francisco, cada miércoles, se reúne con los fieles de toooooooodo el mundo y para los que dedica casi cuatro horas para abrazarlos, hablarles.

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Me corría la imagen por la mente y me exaltaba, porque ésta vez era especial: iba a estar yo, ahí, entre tanta gente, sólo buscando su mano, su mirada. Segundos que nos unieran en un momento especial. Corrí hasta la columna derecha, hacia la puerta verde, y cuando estuve frente a uno de los chicos de la Guardia Suiza, le entregué mi pasaporte y con él se fue hacia adentro. Solo 5 minutos después regresó con mi pasaporte en un sobre. Juro que corrí hacia mi mamá, como una criatura de 5 años. ¡Tenía las entradas!

Había encontrado el Portón de Bronce. Saltaba de felicidad entre las columnas de la Plaza. Habíamos caminado tres kilómetros porque en Roma todo parece cerca.Ahora había que esperar hasta las 7:30 de la mañana para estar puntuales a las 8:30. Y así fue. Sólo que el día amaneció frío y lluvioso. Entrar fue fácil. Nuestro lugar era en la primera fila del lado izquierdo del altar.

Llovía intensamente. Mamá, mi hermana y yo sentiamos el frío que subía por las piernas derecho desde el piso de piedra. "Es que la piedra es muy fria", dije en algún momento. A las nueve, nos dimos cuenta que el abrigo no era suficiente. Cubrí a mami con mi cuerpo y le dije: ¿querés ir?, y respondió: ¿Estás Loca? seguía lloviendo intensamente y de las puntas de los flejes de los paraguas caía tanta agua que nos mojábamos igual. Una señora desde atrás me dijo: Calma, cada vez que sale Francisco, para la lluvia, aunque no se si esta vez será. ¡Mujer de poca fe, pensé!

De pronto la multitud se empezó a inquietar. Eran las 10 de la mañana y desde la galeria izquierda del Vaticano vimos a Francisco que bajaba acompañado de dos hombres y caminando lentamente agitaba su mano. La gente estalló, una ligera música de campanas empezó a sonar, repicando en la cúspide de los miles de paraguas de los miles de habitantes de la plaza. Los colores de una diversidad étnica, cultural y lingüística inmensa.

Como por arte de magia, la lluvia cesó y el frío, ya no era tan frío. Francisco, a bordo de su Papa Móvil recorrió todos los carriles trazados sobre la Plaza para que sus fieles pudieran, besarlo, abrazarlo, mirarlo. Manos entrelazadas, cruces bendecidas, llantos, besos, abrazos. Francisco no tiene red. Su mirada, su cuerpo, son distintos. Él es distinto.

 Luego de casi 40 minutos de ir y venir, Francisco llegó al altar, nos habló del verdadero significado de la Pascua.  Es que en verdad era la primera Audiencia Pública después de Pascua. La lluvia era pasado. El mandato divino no falló. Francisco otra vez detuvo la lluvia.

Sobre el final llegó nuestro tiempo con él. Avanzó desde el lado derecho saludándonos uno a uno, bendiciendo enfermos a través de videos, medallas, haciendo imposición de manos, sonriendo, pero sin perder en ningún momento la paz que rodea su toda su humanidad. “Pancho” no camina, se desplaza. Y llegó a nosotros. Verlo acercarse me paralizó. Quería decirle tantas cosas, pero sólo una frase salió de mi boca. “Somos de Argentina. Te quiero Francisco” sonrió desde el fondo de su corazón, sonreía y sonreía placidamente. Nos tomamos de las manos y mirándonos a los ojos nos dijo: “Recen por mí”.

Notamos con mami que su piel era muy suave. Besamos sus manos. Se acercó a mi hermana y luego de un breve diálogo le tocó la cabeza -caso curioso, que justo haya sido a ella a quien acarició, ella que anduvo con bastante flojera en los últimos tiempos-.

Se acercaba el final, enmarañada llegó la seguridad acompañada de un gentil hombre que nos regaló los Rosarios del Papa y lentamente nos alejaron. Sabia que me iba, me di vuelta una vez más. Aún estaba cerca y le grite “Chau Francisco” giró la cabeza y sonrió. Me fui, se fue; nuestro breve encuentro había terminado. De la lluvia ya nadie se acordaba, salía el sol tímidamente y nuestros corazones se fueron floridos como la Plaza San Pedro, porque eso nos dijo Francisco, tras las Pascuas y luego de la Resurreccion, la vida cada año florece.

Marcela Feudale es periodista y profesora de Historia, conduce todos los sábados desde las 10 hs. "Feudale Café" en FM CIELO 103.5

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