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“Este cementerio se queda en Laprida”, una anécdota bicentenaria

El Intendente de Laprida, Pablo Torres, narra la historia del cementerio local, cruzada por mitos caudillescos y la impronta del arquitecto Francisco Salamone.

El Ferrocarril General Roca (en aquel entonces Ferrocarril del Sud) atraviesa la pampa húmeda desde Constitución hacia Bahía Blanca. En 1938, por esas vías transitaba el tren que transportaba la escultura del Cristo de Chierico, dividida en partes. Mi abuelo contaba que estuvo cuando lo bajaron y que un dedo de la mano medía lo mismo que una persona, a ojo de buen cubero. Pero el caso es que el Cristo viajaba, seccionado, en tren. El caudillo conservador local, don Benito Martínez, enterado de tal acontecimiento, cuentan, se presentó en la Estación del Ferrocarril y –a punta de pistola- ordenó: “éste cementerio se queda en Laprida”. Y así fue (en la década del ’30 las órdenes de un caudillo conservador se cumplían, y si era a punta de pistola, más aún).

Las anécdotas sirven para crear lo que ahora llamaríamos “un relato”. Que sean o no verídicas, ni agrega ni quita demasiado. En éste caso es claramente falsa: el cristo que llegaba en el tren necesitaba la construcción previa de una enorme cruz de hormigón, de 30 metros de altura. Más allá de su evidente falsedad la anécdota nos cuenta mucho de aquella época: la Provincia era joven, apenas 50 años, no había indios (Julio A. Roca ya se había encargado de ellos). En otras palabras: una parte importante de la Provincia, el “Desierto”, se empezó a constituir después de un crimen que hoy calificaríamos como de “lesa humanidad”. Nacimos los pueblos del interior de una mentira (el “Desierto” no era tal) y un crimen, lo cual no debiera generarnos ningún orgullo.

El tren traía “el progreso”. Salamone tenía algún “jeite” con los conservadores porque logró que le dieran más de 70 obras en toda la Provincia. Claro que no eran las importantes, que se reservaban para Bustillo. Él hacía palacios municipales, mataderos, cementerios, plazas, algunos corralones municipales y hasta pavimento. Sus obras, como el tren, también traían “el progreso”: no sólo quedaban las construcciones, también los paisanos aprendían a trabajar el hormigón, colgados de andamios de maderas, demasiado endebles.

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Cementerio de Laprida

Cementerio de Laprida

El tren ya no pasa por Laprida, al menos para transportar pasajeros, hace unos años la anterior Gobernadora decidió que las vías estaban demasiado destruidas para los trenes de pasajeros, aunque se incrementó el paso de trenes de carga, más largos y pesados que los que llevan gente. Hoy pasan cinco trenes de carga por día, y ninguno de pasajeros…

El Cristo del Cementerio de Laprida sigue allí, ahora visitado por arquitectos, fotógrafos y estudiantes, mayoritariamente. Salamone adquirió fama y sus obras son respetadas por las nuevas generaciones. Mientras tanto la Provincia, al cumplir sus primeros doscientos años, sigue sin poder consolidar una identidad. Sus demasiadas heterogeneidades lo dificultan. Entre el multitudinario conurbano bonaerense, síntesis de culturas del resto del País superpuestas en un pequeño territorio hiperpoblado, y el interior, menos poblado por seres humanos, pero cargado de vacunos y soja, se abren hiatos difíciles de rellenar. Una provincia extensa, potente, pero muy desigual, a la que algunos califican de ingobernable, cumple 200 años y aún espera que abordemos sus desafíos.


El autor es escritor. Ha publicado numerosos textos, entre ellos "El Mar Vacío", "Votos, Chapas y Fideos" y "De políticos, punteros y clientes". Desde el 10 de diciembre de 2019 es, además, intendente municipal de Laprida.

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