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HISTORIAS BONAERENSES

Reinventarse: Jorge Baiz fue preso y ahora arma computadoras

Jorge Baiz vendía café, estuvo 5 años preso y, cuando salió, pudo volver a emprender. Con la pandemia, logró reinventarse y ahora se dedica a armar computadoras

La noche del 14 de enero de 2014, la vida de Jorge Baiz daría un giro de 180 grados de un momento para otro. Aquel día terminó más tarde de cerrar el ciber que había podido inaugurar en el barrio porteño de Montserrat apenas unos días antes, luego de 7 años vendiendo café con su carrito por la zona. Caminó las 3 cuadras que separaban el local del lugar donde vivía con su familia. Al llegar, sus dos hijos varones, de 14 y 16 años, le pidieron permiso para sacar a pasear a su perro a la Plaza de Congreso, como solían hacerlo, con la promesa de que volverían antes de las diez.

“Esa noche pusimos la tele con mi señora y, después de comer, nos quedamos dormidos los dos, yo estaba muy cansado”, cuenta a INFOCIELO Jorge, quien se sobresaltó con el sonido de su celular, que no paraba de sonar. Era uno de sus hijos, y lo único que se escuchaba del otro lado eran gritos, golpes y pedidos desesperados de auxilio. “¡Les están robando a los chicos!”, llegó a gritar antes de salir disparado a buscarlos.

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“Cuando llego a la plaza me encuentro a mi hijo de 14 en el piso, con una persona que le aplastaba la pierna en la espalda para que no se levantara y le tiraba cerveza encima mientras se reía con otro. A mi otro hijo lo tenían agarrado entre dos, se ponían cerveza en la boca, se la escupían en la cara y se reían entre ellos ”, relata Jorge Baiz, que asegura que, al ver esa situación y, ante la pasividad de los 4 efectivos policiales que se limitaron a esperar refuerzos, todo se le puso negro y fue a enfrentarse a los agresores.

“El que pisaba la espalda de mi hijo, me dijo: ‘¿Qué te pasa? Para vos también hay, viejo´” recuerda Baiz que, cuando pudo ayudar a soltarse a uno de sus hijos, recibió un botellazo y la agresión de alrededor de 20 personas que los acorralaban. Los forcejeos y las piñas duraron hasta que llegaron dos patrulleros y un grupo de policías que los socorrieron y los acompañaron como declarantes a la comisaría.

Mientras prestaban declaración, uno de los oficiales se acercó para avisar que había novedades desde la plaza: había una persona herida de arma blanca. “A mí no me mire, yo estoy lastimado. Si hay alguien con arma blanca, seguramente es uno de ellos”, le dijo Baiz a los policías. Minutos más tarde le avisarían que la persona herida había fallecido en el Hospital Ramos Mejía y que había 5 testigos acusando a los dos adolescentes y su padre habían asesinado a su amigo. A partir de ese momento, comenzó el infierno para Jorge y sus hijos.

“Nos demoraron ahí y llamaron a una asistente social de menores para mis hijos. A mi me llevaron al patio de atrás de la comisaría y me hicieron desnudar diciéndome que, a partir de ese momento, había quedado detenido. Esa fue mi primera vergüenza”, comenta Baiz, que no vio más a sus hijos durante 3 meses hasta que se cruzaron en el juzgado, “a ellos los llevaron al Instituto de Menores San Martin y al Rocca, y a mí me llevaron al Módulo 1 de Ezeiza ”.

Jorge Baiz fue condenado a 12 años y 8 meses de prisión, y su hijo de 16 a 9 años; aunque finalmente la Cámara de Casación terminó liberando al menor por falta de pruebas y le redujo la pena a su padre a 8 años, que es la mínima por homicidio simple.

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Los primeros 2 años los pasó en el Penal de Ezeiza donde, a pesar de los maltratos policiales, Jorge asegura haber pasado los dos mejores años de encierro: “A los tres meses empecé a trabajar adentro porque les dije que yo sabía hacer cosas y me metí en administración, lo que ellos llaman ‘fajinero’, ayudando al Jefe de Guardia y, con lo que poquito que ganaba ahí, colaboraba con mi señora para que pudieran sobrevivir afuera”. También aprendió oficios participando de los distintos talleres y hoy tiene los diplomas de aparador, pegador, armador y diseñador de moldes de zapatos; además de repostería y panadería; carpintería metálica, entre otros.

Cuando la sentencia quedó firme, lo trasladaron al sur, a la Unidad Penitenciaria 9 de Neuquén, una prisión de máxima seguridad que, cuando él llegó, estaba siendo intervenida por el Juzgado de esa provincia por muertes dudosas que habían ocurrido durante las requisas. “¿Así que sos porteño? Ahora te vamos a enseñar lo que somos acá nosotros” fueron las palabras que le dijeron apenas ingresó, antes de darle una paliza “de bienvenida”, según cuenta Baiz, a quien le dislocaron un brazo y le dieron vuelta el otro.

Jorge se ríe cuando la gente se asombra de la crudeza que se muestra en series donde se ficcionaliza el mundo tumbero, como “El Marginal”, “Los de El Marginal son bebés de pecho, son sala naranja comparado con lo que es la realidad. Si eso es crudo, adentro estás crudo y te cocinan”, asegura el comerciante que, de la noche a la mañana debió aprender a sobrevivir en un contexto que solo llegan a entenderlo quienes les toca padecerlo..

“En Neuquén, las requisas eran más duras, las situaciones eran más feas y el invierno fue terrible para mí. Tenés una celda que es puro cemento y hierro, y es muy difícil tener una frazada. Algo que pensé que nunca iba a vivir era que, con una frazada de dos plazas, la íbamos a dividir en cuatro partes para taparnos un cachito cada uno”, recuerda Jorge, que pasó 5 años encerrado hasta que, por buena conducta, consiguió el beneficio de libertad condicional hasta que concluya su condena en enero de 2022.

Volver a empezar

Con 35 kilos menos, prácticamente sin recursos, pero con el doble de voluntad por salir adelante, Jorge Baiz recorrió oficinas, golpeó puertas y visitó decenas de lugares con la intención de obtener un empleo que le permitiera comenzar de nuevo, aunque el estigma social y la desprotección estatal significaron dos factores que dificultaron esa tarea.

“Había perdido todo cuando salí de la cárcel. Después de 5 años ya no teníamos presencia con el tema de la venta de café, aparte de perder materiales y equipos que se tuvieron que vender para que mi familia pudiera subsistir mientras yo estaba adentro”, cuenta Baiz, quien se chocó de lleno con la realidad cuando se dio cuenta que no sería sencillo reinsertarse, como le habían asegurado antes de quedar en libertad, “Cuando estás por salir te dicen que se te va a hacer un seguimiento, que se te va a ayudar, que con el estudio que tenés de acá vas a poder conseguir un trabajo. Pero cuando salís, no existe nada”.

A través de un contacto llegó hasta el Ministerio de Justicia de la Nación, donde lo recibió Diego Caviglia, que estaba a cargo del área de inserción laboral y fue él quien lo acercó a la ONG Avanzar, una fundación que tiene como propósito impulsar el desarrollo de emprendimientos proyectados por sectores de menores recursos, y que brinda acompañamiento y capacitaciones gratuitas para los sectores más vulnerables.

“La gente de Avanzar confió en nosotros, le gustó mi proyecto cuando le hablé de la venta de café y de lo que habíamos hecho antes”, explica Jorge quien había llegado a emplear hasta 5 personas para que atendieran en los carritos de café al paso que supieron darle grandes satisfacciones hasta el 2014, cuando todo se fue a pique a raíz de la situación que le tocó vivir en la Plaza de Congreso, “nos apoyaron con un microcrédito de $15.000 que en aquel momento me recontra sirvió”.

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Ese dinero lo invirtió en la compra de un horno eléctrico, harina, azúcar, grasa, algunos tuppers, unos termos nuevos, sartenes y para reparar el carrito. Así salió nuevamente a la cancha, ofreciendo, aparte de café, bizcochuelos, pastafrolas, pan casero y algunas comidas rápidas, que entregaban a domicilio.

“En 8 meses estábamos prácticamente al mismo nivel que estábamos antes de que pase todo lo que pasó”, afirma Jorge Baiz y agrega: “Veníamos tan bien que, a principios de este año pensábamos buscar un lugar para alquilar y abrir un local para marzo, pero llegó el señor COVID y nos dio una cachetada en la nuca que no esperábamos”:

Reinventarse, otra vez.

La filosofía de vida de Jorge es agradecer todo lo que sucede, incluso lo malo. “Todo pasa por algo”, repite incansablemente el eterno emprendedor, que le tocó sobrevivir a una brutal agresión defendiendo a sus hijos, que tuvo que resistir en la cárcel y que ahora le toca enfrentarse a la pandemia.

Con la llegada del virus la circulación en las calles se redujo y, así como muchos otros comercios se vieron afectados, su negocio no estuvo exento. El cafetero tuvo que sacar un as que tenía guardado debajo de la manga: su título como técnico en informática.

“Me acuerdo cuando empecé a investigar el tema computación dije ‘esto va a ser el futuro’, y ahora me doy cuenta de que estoy en ese futuro”, dice Baiz que, fue juntando un teclado que tenía guardado en algún lugar, un mouse que estaba perdido por algún otro lado y, con los elementos que tenía se armó una computadora modesta, que terminó vendiendo por internet. “La publiqué en Facebook y no duró ni dos días publicada, eso me entusiasmó. Con esa plata compré más hardware, compré un monitor de medio pelo para arriba y ya vendí a mejor precio, en una semana me la compraron”.

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En cinco meses, Jorge armó y vendió 12 computadoras. Sabe que cuando todo vuelva a la normalidad retomará el proyecto del café, pero sin abandonar su nuevo emprendimiento, llamado “Master Tech”.

“Un emprendedor tiene que, primero ser paciente porque todo llega; ser muy detallista porque en el detalle está el éxito; tener confianza en vos mismo porque, si querés venderle algo a alguien, primero vendete vos; y la más importantes es que ser agradecido: agradecé por todo, agradecé por levantarte y tener un país con democracia y que podemos pensar diferente, agradecé que podés comer, agradecé que tenés aunque sea un mate cocido para poder tomar; porque todo lo que agradecés se te va a devolver en progreso”, concluye Baiz.

FOTOS: Mariela Blanco

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