Sociedad
Entrevista con video

Historias para ser contadas: Aradia cuenta cómo es emprender la transición hacia otro género a los 20 años

Aradia García tiene 20 años y es trans. Le pone nombre a su identidad: se nombra con un orgullo del que sólo saben quienes vivieron la opresión y deciden enunciarse desde su lugar político. ¿Cómo es “transicionar” hacia otro género después de casi 20 años? ¿Cuántas cosas atraviesan las personas trans hasta dejar la incomodidad de un género que no las identifica? ¿Qué es la furia travesti? ¿Qué pasa con el movimiento trans-travesti en Argentina?

Aradia dice trans, dice trava, dice travesti. Me espera sentada en un banco frente al Teatro Argentino, en pleno centro platense. Vamos a hablar más de una hora sobre su historia, su transición hacia otro género y sobre todo lo que tuvo que pasar hasta sentirse cómoda con su identidad.

En este primer encuentro, nos citamos en un atelier de vestidos para fiestas, sólo porque el lugar tiene una luz natural que nos sienta bien. Poco le importa la ropa que hay colgada en las perchas: mira por arriba, casi evidenciando desinterés, se sienta, se acomoda el pelo mil veces. Vino para otra cosa: quiere contar su historia. Una que no estuvo -ni está- rodeada de vestidos. “Nunca me sentí identificada con la ropa que se dice de varón, pero tampoco con la de mujer”, desliza, mientras empieza a mostrarme una parte de su identidad.

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Más adelante nos vamos a encontrar en el Auditorio de la Facultad de Bellas Artes, porque Aradia toca el piano y no me quiero perder la oportunidad de escucharla.

Estudia Comunicación Social en la UNLP; es militante del movimiento trans-travesti, toca el piano y canta lírico. Habla con la propiedad de una investigadora en formación y se pinta los labios de rojo todos los días, casi como una regla, según pude ver en su cuenta de Instagram antes de conocerla. Usa jeans, botas, lentes con marco negro y una remera escotada. Ya tiene tetas: las hormonas hicieron lo suyo. Su aire intelectual se acentúa cuando mueve las manos y se toca el mentón, mientras piensa.

 “Soy una mujer trans” -comienza, y me sumerge en el mundo del colectivo trans-travesti, ese espacio que ahora la contiene y la transformó en Aradia, a los casi 19 años. Habla, para, piensa, se replantea. No pasó mucho desde que asumió su identidad de género. “No estaba cómoda, ni segura con el género que me fue impuesto al nacer, el masculino”, dice en tono de confidencia. Incomodidad es una palabra que va a repetir muchas veces durante nuestros encuentros.

Al proceso de transición de un género a otro, lo llamamos “transicionar”. Es un neologismo que parece describir este proceso. Y aunque la RAE no lo acepta, en Historias para ser contadas decidimos ignorar los manuales y usar una palabra que refleja el sentir de todo un colectivo.

Aradia también logró sortear los obstáculos de la imposición. Un día decidió que ni ese género que le imponía su genitalidad, ni el nombre que llevaba, le eran propios. Eligió un nombre y se plantó: Aradia, “diosa de brujas, que enseña la brujería como forma de transformación social, que lleva la sanación”.

A ella, la sanación le llegó al transicionar. “Ser trans va en contra de toda la lógica cis, de varón y mujer”, dice, y acá frenamos. ¿Qué significa cis? Cis género son todas aquellas personas que se sienten identificadas con el sexo que se les asignó al nacer. 

 

El Orgullo Trans

“Volvería a nacer trans”, me dice firme, cuando se repiensa en su propia enunciación: “En realidad me retracto: mi género es trans, no soy mujer trans, soy trans. Sólo trans”. “¿Calzo 42?, calzo 42. ¿Tengo barba? ¡Tengo barba! Eso es ser trans, eso es transicionar”. Es que para hablar sobre el orgullo trans, Aradia evoca a Lohana Berkins. “Ay Lohana, las mamá de las travas acá en Argentina”, dice con un suspiro de profundo amor y respeto.

¿No conocés a Lohana? Si llegaste hasta acá, no te la pierdas:

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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