MALENA GALMARINI CON INFOCIELO

“Nuestra responsabilidad no es sólo abrir la puerta, es mantenerla para las que vienen”

La presidenta de AySA y un abordaje a las perspectivas de género que lleva adelante desde la empresa.

“Mediante el trabajo ha sido como la mujer ha podido franquear la distancia que la separa del hombre. Es lo único que puede garantizarle una libertad completa”.

La frase corresponde a un pasaje del libro El segundo sexo, escrito por Simone De Beauvoir en 1949 y encuadra, más de siete décadas después, uno de los debates que se están dando en la Argentina. “Uf, ese libro lo leí hace muchos años”, destaca de inmediato Malena Galmarini al vislumbrar el ejemplar cuando, desde su despacho como presidenta de AySA, recibe a Infocielo para un mano a mano.

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El 10 de diciembre de 2019, Galmarini se sumó como presidenta del directorio de una de las principales empresas del Estado. Tiene cerca de ocho mil empleados a cargo y maneja una de las cajas más importantes de la administración de Alberto Fernández. “Está bueno mostrar que las mujeres podemos llegar. Me cuestionaron que no era ingeniera y creo que a AySA le faltaba una mirada social”, reconoce.

Dos ejes se fusionarán –y complementarán, por qué no- a lo largo de toda la charla: la lucha contra la pobreza y la ampliación de derechos con perspectiva de género. “Siempre se lo decía al equipo que trabajaba conmigo en el Municipio de Tigre. Nosotros tenemos que trabajar por dos cosas: políticas universales, pero enseguida saber que las ‘políticas universales’ no existen. Entonces, atrás de esa política universal hay que buscar la política focalizada. En muchos lugares, durante muchos años, o eran focalizadas o eran universales. Deben ser complementarias, porque siempre hay alguien al que no llegás”.

-Y en ese avance, también están los que empiezan a resistir el cambio porque les toca resignar privilegios de clase, de género…

¿Me voy a enojar con el que pierde un privilegio? ¿Por qué me voy a enojar si está perdiendo algo? Ahora, dicho esto, podemos estar todos de acuerdo en que es necesario. Cuando nosotras buscamos la paridad de género, yo no quiero que ningún varón se vaya a su casa. Pero necesito que se corra un cachito, porque si no yo no tengo espacio. Esto es lo mismo. No quiero que nadie se vuelva pobre, pero necesito que bajen un poco los privilegios para poder incluir a aquellos que no están incluidos.

La gestión de Galmarini en AySA incorporó no sólo una mirada social, sino también políticas de género. En la licitación de las más de 187 obras anunciadas en febrero en el marco del plan Argentina Hace, se beneficiarán a aquellas empresas que tengan una participación equitativa de mujeres en sus respectivos directorios o estructuras.

-En línea con el planteo de dar un paso más y avanzar en el terreno de la adquisición de derechos, planteaste un concepto interesante que tiene que ver con la paridad de género sustantiva. No sólo buscar la garantía de un cupo sino contemplar, por ejemplo, cómo hacen esas mujeres que ingresan al mundo laboral con sus hijos, en una cadena que suele recaer de nuevo en otra mujer

-Fue un tema de debate. Por un lado, estamos terminando una nueva estructura en términos de política hacia adentro de la empresa. Nos planteamos cómo acompañar, fortalecer y empoderar a empresas contratistas o proveedoras que sean de mujeres, tengan mujeres en las líneas jerárquicas, que tengan muchas mujeres empleadas o que tengan protocolos de género para erradicar las distintas violencias: doméstica, institucional. Ahí nos encontramos con planteos como: “Las mujeres cuando van a trabajar ya saben cómo hacer con los chicos”. Fue la mirada de un varón que trabaja mucho con el tema y que está convencido de esto, pero que no entiende esa desigualdad y ese techo que tenemos las mujeres cuando tenemos que salir a trabajar. Las mujeres cargamos sobre nuestras espaldas las redes de cuidado.

-¿Cuál fue tu respuesta ante el planteo?

-Por supuesto que las mujeres cuando necesitamos salir a trabajar nos la rebuscamos, pero lo hacemos con otra mujer, que a veces es nuestra madre y la abuela de los chicos; nos apoyamos en una vecina o en muchos casos en los mismos chicos, que a veces quedan solos o al cuidado de una hermana mayor que a veces tiene ocho años. Cuando vos ponés a una niña a desempeñar roles de adulto, la hacés quemar etapas. Eso repercute después en el resto de su vida, en la posibilidad de desarrollo. Trabajamos ese tema, estamos pensando cuáles son los dispositivos. En seguida, por ejemplo, surgió la opción de pensar espacios de cuidado dentro de la empresa. Esa no es la respuesta, la mujer tiene que tener la posibilidad de salir del espacio doméstico, para ir al mundo laboral sin llevar la carga del cuidado de esos niños. Hay que trabajar en una red de cuidado institucional: las escuelas, los jardines. Empecemos a ver qué pasa con esas mujeres cuando empecemos a formar estas nuevas cooperativas, parte de nuestro trabajo va a ser conversar con las mujeres cooperativistas cómo suponen que resolverán el cuidado de sus hijos y también a los varones cooperativistas; para que sientan esa carga también y empiece a generarse no sólo la posibilidad de conciliar el trabajo doméstico, remunerado o no, y el trabajo en el mercado laboral habitual; sino la corresponsabilidad en la parentalidad.

“Son todas pequeñas cosas que se van planteando a medida que avanzamos”, destaca la licenciada en Ciencia Política, al tiempo que plantea un abordaje más profundo del denominado “techo de cristal”: “Cuando nacemos, se nos presentan dos mundos: uno para mujeres y uno para varones. En esa presentación pareciera que no pueden coexistir o convivir. Por supuesto que hemos avanzado un montón, pero cuando en las decisiones políticas, empresariales, sindicales o que son tomadas por alguien que está en un rango superior, necesita tener toda la mirada. Eso no existe si no hay mujeres”.

-La falta de representación se torna aún más grave si se tiene en cuenta que las mujeres representamos a la mitad de la población mundial

-Exactamente y se nos trata como si fuéramos una minoría. Las mujeres somos mayoría, pero nos oprimen como si fuéramos una minoría. Por lo tanto, en cada reunión, en cada foto donde hay sólo varones, entonces en ese lugar está la mitad de la Argentina, del planeta, del sector que está trabajando en eso. Está la mitad nada más. Si se juntan sindicalistas, empresarios y el Gobierno a proyectar cuál va a ser el modelo de país para los próximos cincuenta años, pero en esa mesa no hay mujeres, entonces están trabajando en una Argentina para los varones y nosotras estamos afuera.

-Tampoco es fácil ser la mujer que ocupa un espacio de poder y abre puertas…

-No, te cagan a trompadas.

-Florecen los diminutivos en las reuniones, los apodos…

-Esto va desde el lenguaje hacia acciones concretas. Esto de decirte ‘chiquita’ o ‘mamita’ en una reunión, va de la mano con algo que sucedió al comienzo de la pandemia cuando dieron las licencias de quince días por cuidado. Acá en AySA lo que determiné para todos los que fueran un matrimonio fue: una semana la mamá y una semana el papá. Tuvimos buenos resultados. ¿Por qué tomé esa decisión? No solamente para que ese varón pueda reencontrarse con el espacio de lo doméstico, con la crianza de sus hijos, con cómo están y qué les pasa. El patriarcado también le saca cosas a los varones y lo deja afuera de esa otra mitad del mundo. Les enseñaron durante siglos que ser parte de ese mundo del adentro de casa está mal. Ellos también pierden oportunidades y la mitad de la vida de una persona, que son los vínculos afectivos, acompañar a sus hijos en su crecimiento, ser parte de las decisiones cotidianas de llevar adelante a un hogar.

-En línea con la educación patriarcal que refuerza estos valores de “los hombres no lloran”, “los hombres no tienen sentimientos”…

-Exacto. El patriarcado lo que termina generando es un mundo desigual. Un mundo en el que las mujeres hay algunas cosas que no pueden y en el que los varones hay otras cosas a las que tampoco acceden. Lo que plantea el feminismo –o los feminismos, ahí entramos en otro debate-, busca un cambio de paradigma cultural hacia la igualdad.

En noviembre de 2017, el arco político avanzó con la aprobación de la ley de paridad en el Congreso, cuya aplicación hizo que en la renovación parlamentaria del 2019 la representación femenina pasara del 33 al 50 por ciento. “Cuando planteábamos la ley de paridad en el Congreso nos encontramos frente al debate de que había en promedio entre las dos cámaras un 40 por ciento de mujeres. Eso lo que nos indicaba era que había un 60 por ciento de hombres. Hay cosas que parecer de perogrullo porque hay que decirlas, porque sino, no se visibilizan. Si nosotras buscábamos el 50 por ciento de las bancas para las mujeres, había un diez por ciento de varones que iban a tener que hacer otra cosa. Y nadie está hablando de que se vayan a sus casas”, recuerda.

-Lo que plantea el feminismo es una invitación a reconvertir ese espacio…

-Y compartir. Si en el mundo somos mitad y mitad, ¿por qué hay unos que van a tomar decisiones por otros si tenemos la posibilidad de compartir y conciliar? Además, son miradas complementarias, hacemos cosas complementarias y tenemos funciones complementarias. ¿Por qué no podemos conciliarlo?

-Partiendo también de que la mujer se perciba a sí misma como una trabajadora, que eso también fue y es una batalla

-Claro, a mí no me gusta teorizar. Pero la realidad es que después te encontrás con el techo de cristal, el piso pegazoso, la escalera rota, el techo de cemento… Llega un momento que decimos: “Bueno, me tienen rodeada”. No es que nosotras no nos podíamos percibir como trabajadoras, era imposible.

Galmarini es también Massa. “Si nos vamos a poner patriarcales, para el caso Galmarini viene por el lado de mi padre”, se ríe, al tiempo que plantea cómo evolucionó el matrimonio con el actual presidente de la Cámara de Diputados. “Sergio se deconstruyó un montón, viene de una familia en la que su papá era obrero de la construcción y su mamá era ama de casa. Salió de Susanita y se encontró con Mafalda, no le quedó otra. Pero lo reivindico en eso, hoy es un varón muy deconstruido. Le falta y nos falta mucho a todos, pero empezó a registrar las situaciones, el empieza a resonar cuando ve algo que no encaja”.

“El otro día cuando analizábamos la Ley de Teletrabajo, por ejemplo, había algo que me hacía ruido y no lo tenía tan claro. Más allá del debate de la precarización laboral o la sindicalización o no de los empleados”, reconoce, al tiempo que expone una situación que muchas trabajadoras empezaron a sufrir con el trabajo remoto durante la pandemia: “A las mujeres que nos piden el doble para ascender, si además nos mandan a nuestras casas y cuando nos llama el jefe para pedirnos algo a las nueve de la noche, porque se empiezan a estirar los horarios y se mezcla el ámbito profesional con el doméstico, y le tenés que decir: ‘Tengo a los chicos adentro de la bañadera’. Bueno, cuidado con eso: porque el Teletrabajo, que parece ser la panacea, empieza a convertirse para las mujeres en una nueva trampa”.

-Eso también tiene y tuvo un impacto en el crecimiento de las denuncias por violencia de género durante la cuarentena

-Ni hablar de esa situación. Muchas mujeres, que sufren la violencia de género en silencio, el único momento en el que están afuera del rango de peligro es cuando el violento las deja salir a trabajar. Si además nosotros las mandamos a sus casas, no sólo que no salen, sino que tampoco tienen interacción con tras personas. No pueden ver, por ejemplo, que hay otras maneras de relacionarse. Si tuvieran la necesidad un día de hablar, ni siquiera hablo de denunciar, no pueden.

-Se cortan los puentes de ayuda

-Y a la vez se ingresa a la casa del violento un nuevo actor que es el teléfono, la computadora, el zoom. Y ahí empiezan los planteos del violento: ¿con quién hablás? ¿Quién te escribe? ¿Qué te dice? Todas estas cosas, por ejemplo, son situaciones que yo hablo con Sergio y no sólo las analiza, sino también las internaliza.

-Fue notorio durante este tiempo que la mayoría de los artículos periodísticos vinculados al teletrabajo tenían a las mujeres como protagonistas con titulares del estilo: “Cómo conciliar la maternidad con lo laboral”. Muchos, incluso, fueron escritos por mujeres.

-Pero no hay que enojarse con las mujeres. Por eso yo siempre digo que las que abrimos puertas, somos muy golpeadas en ese camino. Entonces, no son tantas las que pueden recorrerlo. Hay que tener resiliencia, valentía, fuerza espiritual. Es muy duro, pero también creo que en ese camino, las que entre comillas abren puertas, tienen que entender, aprender y no olvidarse de lo que vivieron, para no ser parte cuando llegaste. Abrir puertas significa también mantenerlas abiertas y no abrir, llegar y cerrar para que no entren otras. Quienes por diversas razones tenemos más oportunidades para abrir caminos, tenemos la responsabilidad para con nuestro género de hacer crecer a otras. A veces entran por la misma puerta, con el riesgo de que vos tengas que correrte a un costado.

-En ese camino, también entra la variable de dar herramientas y acompañar, porque no nos educaron para ocupar lugares de poder

-Exacto. Las mujeres nacimos y fuimos criadas en un mundo patriarcal. Así como a los varones les enseñan a no llorar, a nosotras nos enseñan a no gritar, a no decir nada. Nos van oprimiendo con pautas culturales que terminan en el “mejor quedate en casa”. Eso va de lo simbólico a lo concreto. Por eso creo que no hay que enojarse con las mujeres, porque nos enseñan eso desde que nacemos. Le enseñaron a nuestras abuelas y a nuestras madres a vernos como rivales. Si armás la casita de los conceptos del feminismo, volvemos al piso pegajoso, las paredes de cristal o de cemento en muchos casos. ¿A dónde querés que vaya, pobre señora? Estamos encerradas desde que nacemos en esa especie de casa de resonancia que nos pone en un lugar horrible.

-Y cuando logran salir, arrancan los calificativos de locas, vehementes, ambiciosas, de carácter fuerte.

-Lo interesante de eso es ver cómo las atribuciones de carácter masculino son buenos para los hombres, pero para las mujeres son malas. Es muy difícil desarticular todo ese andamiaje social. Creo yo que a quien menos hay que caerle es a las mujeres que somos víctimas de este sistema opresor. Cuando me pegan a mí, no me están pegando en lo personal. Le están mandando un mensaje a las que se quieren sumar. Eso también es un acto disciplinario no sólo para la víctima directa, sino para todas las mujeres que están intentando salir de su casa e involucrarse no sólo en la política partidaria, sino también en la cooperativa del barrio.

Sobre el cierre de la charla, Galmarini suma una observación que, en efecto, sucedió al momento de escribir la entrevista. “Cuando vuelvas a escuchar todo esto, vas a darte cuenta de que a lo largo de estas dos horas nosotras seguramente habremos reproducido sin darnos cuenta un montón de mensajes patriarcales. Y de eso hablamos cuando planteamos la necesidad de una deconstrucción constante”.

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